Poesía: Memorias de un suicida frustrado

Foto: Valeska Contreras Astudillo

En Revista Montaje hicimos una pequeña selección del poemario Memorias de un suicida frustrado; poesía de Felipe López Pozo, extractos que les dejamos a continuación:

 

Recorrido del caído

Ya centrado el espiral reiterativo del dolor imaginario,

la terraza noctámbula donde pernoctaban

las ilusiones, ideas y ocurrencias más nimias

e infantiles,

ha quedado sepultada por los escombros

de un futuro venido a pasado,

de un ceremonioso matrimonio con la Señorita Fastidio

en el que ningún invitado quedó vivo.

Algunas personas,

muy cercanas a mí,

se engañaron a sí mismas,

sin tener algo de consideración consigo mismos:

creyeron en mi calidad de hombre

sumida en el ser y la existencia,

y apostaron todo el oro por el caballo negro.

No tengo culpa por las mentiras y el dinero robado.

Hay algunas aves que nacen con alas

pero simplemente no pueden volar.

Y es cuando me lanzo por la ventana,

recorro un tifón de fuego,

muevo pilares de hierro fundido

y esparzo sangre por los tejados de los templos

de roca volcánica.

Y la ventisca me detiene

y mi cabeza se pulveriza

y en arena de río se convierte.

Decapitado arrastro los huesos por el piso,

la soledad clava un puñal en el pecho y el cuchillo sigue hasta las tripas;

los cementerios liberan su entrada y obligan a sus deudos

a tender puentes sobre los océanos de veneno

para yo seguir arrastrándome hasta la última tumba.

Exactamente, en el estrecho barrancón del sudeste,

unas ánimas mudas transmutan sus tristes figuras

en demonios de estiércol.

Mi desesperación ya es paz,

el sudor frío huye a las calderas del inframundo

y el cuerpo desangrado es comido por árboles secos y de fruto funesto.

Más allá, en la ladera,

en donde se extienden algunos lagos,

veo a un hombre que se yergue enfrentando al sol.

Miro bien,

es el hombre que jamás pude ser.

 

 

No molestar

Por favor, se ruega no molestar al paciente,

está en proceso de descomposición.

 

 

Ventana sin cortinas

Y las llamas se alimentaron

de una montaña y de una llanura.

Las sombras se tornaron pálidas

como leche cortada.

Pasmado, el crisol rebosante

de muertes brotadas,

se opaca.

Arcadas calibradas desde un pedestal

lleno de almas aletargadas y prístinas

que tienen pena y desvaríos,

quedan convertidas en humo de agua ponzoñosa.

Ay!

hermanas y hermanos alejados por la lejanía

de sus mezquindades,

el silencio será la única palabra de mi boca

y lo único en vuestras abigarradas memorias

que quedará de esclerótico testigo.

Permanecerá con ustedes la inexistencia

de un legado,

de alguien que nunca fue.

 

 

Palimpsesto en los suburbios

En el trámite diario de hurgar la basura,

noté que del papel salieron las mismas letras de siempre

volando a la ciega de la niebla.

Justo cuando el tiempo arrecia al período de sombras,

desearía estar ebrio golpeando algún muro en el callejón

o en la mansión de un rico.

 

Las alas de tinta china del ave de la agonía baten sobre mi;

el pájaro permanece ahí, impertérrito, cruel.

La píldora que guardo en el bolsillo de la camisa,

no calmaría ni el dolor en una uña.

La luz del mundo, la luz en la que confío,

me ha abandonado en la noche.

El ladrón nocturno dudo que aparezca;

si viene, le robarán a él.

Antes del séptimo mes,

volveré a hablar con mi abuelo.

Deseo caminar todo lo que no caminé con él.

“Ausencia” es una palabra indómita,

capaz de estrangular aquello que jamás

estrangularías con tus manos.

No soy suficientemente valiente y macho para aguantar

las burlas y los ajustes de cuentas.

Las trompetas no están lejanas para oírse pronto.

La cáscara que abriga al todo y a la nada,

luego se carbonizará con los fuegos divinos de la voluntad.

Fumar las fotografías de todas las amistades, produce cáncer.

Mascar el chicle de la cordura amargó a esta boca;

esto ya no lo tengo como tarea.

Todo fue a parar al camión de la basura.

 

 

La cumbia de Rilke y la conga de Cioran

Las ventanas están medio abiertas,

signo inequívoco de la transición de una estación a otra.

Tumbado en el lecho,

peleo para convencer a mis ojos que deben cerrarse.

Hice filatelia con todos esos sueños que alguna vez

marcaron con cortaplumas sus letras en los troncos mentales

de lo que alguna vez fue un borrascoso bosque imperial.

Claro,

no saco nada con volver a aclarar el canto

que vomito seguidamente con la tenacidad

comparable a la del presidente Allende

(al que pretendo seguir).

 

Sólo Scarlett Johansson podría encender una llamita de esperanza

para seguir con esto de ser un trovador sin guitarra,

un guerrillero sin fusil ni alcurnia,

un imbécil rodeado de buena gente fiel y satisfecho sexualmente.

insomnio maricón,

de nuevo amenazas con aquello

de que a “a nadie le falta a Dios”

y eso de que “eres oscuro, cambia,

ponle un poquito de color

y el mundo te amará”.

No huevís, po’,

el Oráculo del alcohol, las anfetaminas

y otras flatulencias de la ciencia,

saben

que tres cuartos de la existencia

son chistes contados por un bufón chamullero.

Pruebo recobrar el sueño dibujando en una servilleta

a esa dama sempiterna y blanca como la porcelana

-de buena calidad-

y que lamentablemente no sé si existe.

Podría quemarme ahora mismo a lo bonzo

Para darle calor a los quiltros

que flotan por la calle.

Echo esto para la risa,

pero lo tomamos para el llanto.

Vuelvo a la botillería,

con el cuerpo dopado,

con cinco mil pesos en el bolsillo

y con una frustración que ni te imaginas.

Ya no quedan ovejas por contar.

 

 

Mirando por la ventanilla de la micro

Andrés consiguió ganar un aumento de minutos en su vida.

No sabemos para qué se lo ganó,

porque su vida es lo más parecido a un blues al anochecer.

Lo acompaño en sus viajes en micro, por la oscuridad del hambre,

por la marginalidad de la noche con coros de ebrios a mal traer.

 

Nunca hablo con él, me limito a sentir lo que dice su mirada.

Veo una frase escrita en su párpado derecho, que dice:

“Ama a quien quieras, ama a quien puedas.

No te preocupes por la finalidad de tu amor”.

Pude deducir que alguien la dejó escrita, no él.

Fue una niña de colores que lo capturó con un telar de colores.

Al terminar con mi deducción,

Andrés captó lo que pensé

y me dijo: “Cometí un error, la obsesión del amor

auspicia cada litro de lágrimas que caen al vergel de flores amarillas”.

Tragué saliva y le di unas palmoteadas en uno de sus hombros.

Andrés tocó el timbre de la puerta trasera.

Andrés se hunde en el trasluz de los semáforos.

Andrés se me va perdiendo en el otoño periférico

de la ciudad donde nada se pierde,

salvo las cadenas.

 

 

Gran Avenida

Voy andando por los atardeceres veraniegos,

mientras el Wurlitzer de una shopería

suena bajo.

Las colillas de cigarros yacen inertes

con su hollín de lo que ya fue,

de lo que se quemó.

Nubes amarillas, nubarrones naranjos;

el sol se va desmayando;

las parejas con sus ceremoniosas lujurias frescas,

intentan violar al pensamiento negro bañado en sangre

de esta cabeza.

Como una roca pateada por vehículos

y juguetones conserjes de moradas abandonadas,

estos músculos, huesos y neuronas

se trasladan inciertos a la ensoñación

 

 

Felipe López Pozo. Santiago de Chile 1987.

He vivido toda mi existencia en la comuna de Pedro Aguirre Cerda. De profesión Cientista Político, ha trabajado en municipios de comunas periféricas de la Región Metropolitana, además de haber participado en organizaciones sociales y militado en la izquierda chilena. Su pasión también es escribir.

En diciembre del 2020 publicó su primer libro de poemas “Cuaderno Uno” (Editorial Manuscribo), que contiene material escrito entre los años 2009 y 2019. A su vez, entre el 2018 y 2019, escribió una novela aún inédita.

¿Qué lo motivó a escribir? Las canciones de Bob Dylan y Johnny Cash, la obra de Fedor Dostoievski y la poesía chilena del siglo XX (Pablo de Rokha, Nicanor Parra, Armando Uribe, Jorge Teillier, entre otros/as).

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