William Goyen es un escritor de culto en EEUU, que tuvo que ser reconocido en Europa antes de ser considerado en su tierra natal y en Revista Montaje queremos escribirle una crítica a un autor con más talento que renombre. En la publicación de la editorial argentina <<La Compañía>> su narración ascética se abre a su interpretación en español, idioma en el que no es muy conocido a diferencia de otros narradores como Faulkner y Tennessee Williams que también son parte del llamado <<Gótico sureño>>.
Se dice -y es cierto- que Wylie Prescott se convirtió en el hombre más rico de una parte de Texas gracias al accidente de la herencia. Sin embargo, pocas personas conocen las circunstancias en que alcanzó el poder y la riqueza. Esta es la historia que hay que contar. *
En esta versión traducida y con posfacio de Esther Cross, trae 10 cuentos repletos de liturgia, dramas lúdicos y aterradoramente inteligente, aunque muchos de sus personajes parecieran ser los únicos lúcidos o de plano no tener ningún tornillo. Goyen en sus cuentos retratan las miserias económicas, morales y raciales de los habitantes del sur de estados unidos. Debes saber algo porque ya seas un padre de familia, una pobre viuda, una hermana rubia o casada con un millonario los personajes del campesinado tienen su destino escribiéndose de manera cruda y por la intensa religiosidad de sus personajes es necesariamente gótico. Jamás después de leer el primer cuento dudarás que las tragedias de los grupos minoritarios, las clases obreras rurales crédulas y la competencia familiar no traen finales felices. Al final de cada cuento entramos a entender el genio de Goyen dejando laberintos donde no se puede escapar, no por motivos narrativos sino que los propios personajes no tienen esperanzas, nadie quiere abandonar sus infiernos conocidos por el peor de todos los miedos: la incertidumbre. No ven las vías de escape.
Decía que no esperaras finales felices en este cuentista texano de orígenes vascos porque a diferencia de otros autores como bien describe Joyce Karol Oates tiene una «presencia espiritual» así que se convierte en un aterrador narrador cuando terminas uno de sus cuentos. Su lectura te habrá pesado como un video de concientización de PETA, donde le tomas toda la razón pero sigues comiendo carne. El escritor demuestra su talento en la dualidad, puede ser duro en cuanto a la crudeza para plantear realidades atroces mientras versa con tanta amabilidad y cariño por algunas costumbres que lo vuelve algo perverso. Esa habilidad narrativa tiene mucho que ver con su manejo de la palabra exacta, algo inquietante como asombroso. Ama a sus personajes como abuelo a sus nietos que luego dejará arrastrar a crueles designios, porque así es la vida en el mundo de Goyen. Entonces es sórdida en algún momento de la historia, pero debe ser contado en clave con obsesiones y nuevos roles para entender el trasfondo de cada cuento, que te deja varias incógnitas por sus finales abiertos o conclusos tras una tragedia intragable. Pero con la sensación de que ahora cuidas un secreto.
La credulidad de las situaciones dotan a los cuentos de Goyen de una pluma tan tejana como universal, los trabajos en los campos de algodón o aserradores con servicio de comidas sumado al detalle de las nuevos oficios dan giros interés múltiples. En un momento determinado el cuento te abre a cinco portales distintos, con un hilo conductor que por lo habitual es una ilusión de la esperanza sureña. En otras capas del cuento se dejan entrever un progreso meramente discursivo en los EEUU pos guerra de secesión, creando esa auto/proclamada tierra de la libertad. Se adentra en los conflictos internos el ojo de Goyen, con escenarios de profundas odiosidades entre católicos y protestantes, miles familias enfrentadas por animales, tierra y dinero, la imposibilidad de progreso en la ciudades frontera si eres mujer o negro, Goyen nos habla desde el racismo cotidiano hasta rituales del Ku Klux Klan descritos con lujo de detalles en el formidable cuento «Si tuviera cien bocas» donde pone de ejemplo a dos primos que tuvieron la misma crianza y uno de ellos no terminó siendo KKK. En estos pueblitos del sur de una nación que hasta el día de hoy hace gala de su racismo sistémico la literatura sureña les viene a refrescar bien la memoria de como se construyeron como nación, y así a quienes leemos es fácil encontramos con vidas culturalmente similares. Todos podemos escandalizarnos al saber bajo que mitos se crea una nación con recién 200 años de vida independiente. A plenitud se les pregunta a los personajes en estos cuentos bajo que linaje vienen, como cuando se preguntan los primos en «La misma sangre» por esos rostros entremezclados de abuelos, tías y bisabuelos que son nuestra composición, como también nuestra condena en un saludo ya de adultos. El fascinante realismo del autor lo destaca como un explorador de la cultura sureña, pero con un estilo oscuro y sin personajes épicos, sino que todo lo contrario, personajes esperanzados pero porque creen que afuera de su, trágico presente, está todavía peor. Quizá no se equivocan.
-¿Que hace el barrio para destruirnos? – le gritó a Zamour (una gata) -. Despedazan nuestra casa y ponen al Golfo de México sobre nuestras cabezas*
Miguel Echeverría, febrero 2021
*Zamour, historia de una herencia.