LA MUJER BRASILEÑA
El europeo tiene al respecto de la mujer brasileña una noción falsísima. Para ellos nosotras solo nacemos para el amor y la idolatría de los hombres, siendo todo más el prototipo de la nulidad.
Iba a decir que la existencia para nosotras desliza como un río de rosas sin espinas y que recibimos del cielo el don escultural de la hermosura, que impone la adoración… Ni la una ni la otra. Ni la mujer brasileña es bonita, si no en los breves años de la primera juventud, ni tampoco la sociedad le alfombra la vida de facilidades. Ella es exactamente digna de observación elogiosa por su carácter independiente, por la presteza con que se somete a los sacrificios, a beneficio suyo, y por la virtud. La brasileña no se contenta con ser amada: ama; no se resigna a ser inútil: actúa; vibrando la felicidad o al dolor, sin ofender a los tristes con su alegría y sabiendo subyugar el sufrimiento. Parecerá por eso indiferente o sosegada, a quién no la conocer sino por las exterioridades. Pero no tuviese ella capacidad para la lucha y todavía las puertas de la academia no se le habían abierto, ni había conseguido enseñar en colegios superiores. A esos lugares de responsabilidad nadie va por fantasía ni llega sin sacrificios y coraje. A pesar de la antipatía del hombre por la mujer intelectual, que él agrade y ridiculiza, la brasileña de hoy busca enriquecer su inteligencia frecuentando cursos que le ilustren el espíritu y le proporcionen un escudo para la vida, tan sujeta a la mutabilidad…
Si su temperamento es cálido y voluptuoso, su índole es honesta y activa y su pensamiento desprovisto de prejuicios.
Si una mujer brasileña, (¿se hace excepciones? ¡Están en lo cierto!) Cae de una posición ornamental a otra humilde, es de rostro descubierto que de día busca trabajo entonces va a ser costurera, maestra, tipógrafa, telegrafista, doncella, cualquier cosa, conforme la educación recibida, o el ambiente en que vive…
En esas acciones, no hay simplicidad, —hay estoicismo y una comprensión perfecta de la vida moderna: que es la guerra de las competencias. La brasileña vive ociosa; es una frase injusta y que todavía corre en el mundo, infelizmente sin protesta. ¿Por qué?
¡Toda la gente sabe que en Brasil solo no amamantan a los hijos la mujer enferma, aquella que no tiene leche o que sabe perjudicial en vez de benéfico!
Ricas o pobres, las madres solo tienen una aspiración: —¡lactación, criar a los hijos! Este ejemplo debía ser citado, porque, a la proporción que esta virtud se acentúa entre nosotros, parece que en países más civilizados va a volverse escasa.
La mujer brasileña ama con más intensidad, tal vez; con dedicación absoluta, sin miedo de estropear su belleza, a las conmociones de la vida. Ahí vemos las pobres mujeres de los soldados, siguiéndolos a la guerra, acompañándolos en las batallas, matando a quien los hiere, hiriendo a quien los amenaza, levantándoles las manos moribundas el fúsil con que los vengan.
Estas energías no son hijas del azar, venimos de la mezcla de sangres con que fuimos concebidas, venimos de esta naturaleza portentosa y que por todas partes nos enseña que la vida es una gran fuente que no debe secarse inútilmente.
En los países tropicales la precocidad es enorme que la existencia de la niña pasa como un soplo y comienza bien temprano las responsabilidades de la mujer. En ocasiones el asalto es tan repentino que no hay tiempo de preparar en la niña el espíritu de la doncella. Enamorada de sí misma, en el deslumbramiento de la juventud, ella nos aparece como frívola y peligrosa. Recela la gente por el futuro de la pobre niña, atontada por la vida como una mariposa por la luz. ¡Cuánto más delicada es esa pista, cuantos más mensajes tiene la imaginación, alborotada por los sentidos, de construir castillos de fantasía! ¡Felices las doncellas pobres, obligadas por las circunstancias apretadas de la vida a emplear su inteligencia y su actividad en el trabajo y en el estudio! Son las jovencitas que, para ir a las clases que frecuentan, planchan sus faldas o cosen sus blusas, las más hábiles para la resistencia de las pasiones ruines. ¡Decididamente, el trabajo es el mejor sanador de las almas! Y necesitamos mucho de nuestra salud, porque solo la virtud de la mujer puede salvar los hombres, sus hijos y sus hermanos, en el descalabro de las sociedades arruinadas o en delincuencia… A nuestra fuerza esta en nuestra bondad y en nuestro criterio, cosas que, cuando no son naturales, se hacen por voluntad.
Nosotras, las brasileñas, nos perdemos por el exceso de sentimientos. Todavía no aprendemos a dominar nuestro corazón, que se da en demasía, sin extraer por eso grandes resultados…
El europeo, tratado con rigor por la madre, no tiene ella menos respeto (¡tal vez tenga más!) no menos cariño que nuestros hijos tienen por nosotros… que nos deshacemos por ellos en sacrificios y ternuras. Parece que el comportamiento cariñoso perenne debilita el alma del individuo, volviéndolo un poco indiferente…
Hace mucho que afirme que en Brasil la mujer domina como soberana; y ya un escritor portugués dice de ella, relatando sus observaciones en un libro de viaje:
‹‹… La mujer debe ser, entre esta raza, superior a todas las cosas. Verla pasar en la calle y comprender la conmoción que ella causa es haber reconocido todo el alcance de su prestigio. Inspira devoción, tiene un culto. No es mujer compañera del hombre, su hermana de trabajos y penurias; es la mujer ídolo, la mujer sagrario. Madre, hija, esposa o cortesana, ella será en este país y para este pueblo la suprema instigadora, y a su voluntad, como a su capricho, habrá la impronta autentica de leyes, así en el hogar como en las alcobas. Será ella quien predomine y de su buena o mala influencia dependerá, tal vez, el destino histórico de esta nacionalidad››.
Es posible que así sea de futuro, visto que la brasileña de hoy tiene más amplia noción de la vida; la lección pasada, sin embargo, desgraciadamente, es otra.
La verdad, que debe aparecer aquí, es que, en los acontecimientos culminantes de nuestra historia, aquellos que en los hechos de la nacionalidad brasileña inician periodos de renovación y de progreso —la independencia, la abolición, la república— la intervención de la mujer, directa o indirectamente considerada, cuando no fue nula fue hostil.
Mientras, estos hechos, para solo hablar de los principales, tuvieran todos prolongada, persistente, tenaz propaganda, y se realizaran sin la mujer o… a pesar de la mujer.
La sinceridad de este libro, exige este desahogo doloroso.
Traducción: Sebastián Novajas