¿POR QUÉ?
¿Se mató, por qué? ¿El amor, ese eterno revolucionario, le llenó el corazón con su amargo licor de dudas y de desengaños?
No.
La miseria le golpeó la puerta, mostrándole los miembros desnudos, el regazo marchito y chupado, las ropas en harapos inmundos y el rostro desconsolado. ¿Fue esa visión que hizo caer el cuerpo con una bala de revolver?
No.
¿Tuvo celos del esposo, miedo de que su belleza fuese suplantada por la de otra mujer, y que su espíritu y su bondad, más su amor, no bastasen para encender toda la atención de aquellos a quien se dedicaba de cuerpo y alma?
No.
¿Perdería algún ente amado, un hijo, por ejemplo, en quien depositar todas las floridas esperanzas de mejor futuro, y de quien las nostalgias fuesen enormes que le tornasen insoportable la existencia?
No.
¿Habría sido alcanzada por una de esas molestias incurables y nauseabundas, que todos los extremos justifican?
No.
¿Adulterio?
No.
¿Locura?
No.
¿Qué hipótesis formular entonces, que explique el motivo por qué una señora honesta, casada, en buena paz con el marido, madre de una única hija, tomara un arma cargada y mandar con una bala a su pobre alma al infierno (que es el lugar en que se purgan tales pecados negros), para los martirios del fuego y las aguas enlodadas del Aqueronte?
¿Por qué? Si no adivinan es que no sois dueñas de casa, y si no lo saben es porque en el este, u oíste leer, en un gran diario de Río, una noticia sencilla, sin comentarios, del suicidio de una señora, cual noticia decía así:
‹‹En el lugar denominado —Areal— del municipio de Itaguaí, se suicidó Doña Amanda Augusta Fernandes, esposa del ciudadano Julio Augusto Fernandes. El arma de que se sirvió la desdichada señora fue una pistola de dos cañones y la bala atravesó el pulmón, saliendo por la espalda››.
La autoridad policial tomaba conocimiento del hecho, encontrando cerca del cadáver una nota concebida en los siguientes términos:
‹‹Morí porque no pude soportar la servidumbre. El mayor disgusto es morir sin ver a mi marido y a mi hija. Solo pido perdón para esta que no debía haber venido al mundo››. No estaba firmada, pero fue reconocida la letra como la del propio puño de la suicida.
Que el ejemplo no tenía imitadoras. ¡Este triste desenlace, ay de nosotras!, hace reír. Y lo ridículo en la muerte es la cosa más lúgubre y más terrible que incluso aquí tengo visto.
Ah, en Brasil las criadas harían temblar de rabia a las propias santas de cera, si con ellas tuviesen que lidiar: pero ni así se comprende el desatino de esa infeliz criatura, cuya paciencia arrebató, a fuerza de tirante. Pero reventó de una forma que no debía, su cólera debería explotar de otro modo menos ruinoso.
No sería de mujeres este libro: Doñas y doncellas, si no hubiese en él un rinconcito para hablar de las criadas… Y la pobre suicida ofreciéndonos una ocasión magnifica para tal fin. Yo soy de las que tienen más pena y más simpatía por la gente de servicio, del resentimiento o queja, en la convicción de que no siempre servir sea más agradable de que ser servida… Todavía no puedo dejar de sonreír, oyendo a una amiga, que, leyendo sobre mi hombro las palabras que escribo, exclama atrapándome: ¿pena? ¿simpatía?, no es sincero aquí tener una criada es hacer honor a un rinconcito del cielo; tener dos, un lugar en los escalones del trono en que quedan con eterna sonrisa, los elegidos entre los elegidos.
La dueña de casa en Brasil es la mártir más digna de conmiseración entre todas las citadas por la historia. Vivir debajo de las mismas tejas con una enemiga que hace todo lo que puede para atormentar nuestras horas, pagarle los servicios y todavía hacerlos en colaboración, asumiendo la responsabilidad de los malos almuerzos que ella hace de manera desprolija porque arrastra la basura por la casa; ordenar y ser desobedecida; pedir y obtener más respuestas; hablar con dulzura y oír murmurar con aspereza, advertir con justicia y oír responder con agresión y brutalidad; recomendar limpieza, economía, orden y calma, y ver solo desperdicios, porquería, desorden y violencia, confieso que es cosa de hacer estremecer en vibraciones dolorosas los nervios; lo más modestos, pero tranquilos y más saludables pacatos del mundo.
En Europa no es necesario que una familia tenga fortuna para recibir en su casa medía docena de amigos sin recelo de que las copas se vean poco cristalinas o que la sala este deprimente, en el caso de la dueña del menaje no va a ver las copas de cristales o a la cocina a llenar las ollas.
Aquí, la cosa llega a ser cómica, pero de un cómico que obliga a la mueca que no entra la simpatía de la risa. Dirás: ¡pero hoy nuestras criadas vienen de allá! Me parece que sí; pero juzgo que solo emigran de las aldeas hambrientas y de poblaciones del interior, bandos de criaturas solo habituadas al cultivo de las viñas o la cosecha de trigo.
Las de las ciudades, ya devastadas de la masa nativa y más o menos educadas, esas dejan de estar gozando en pocos intervalos de su vida trabajosa, los gozos de la capital. Porque allá se da esta anomalía: ¡quien trabaja no es la dueña de la casa, es la criada!
La plaga llegó hasta el lugar de Areal, y con inusitada furia que la pobre de Doña Amanda, a quien arrojas tu puñado de ironías, a pesar de esposa afectuosa y más apasionada, prefirió un tiro de pistola a soportar por más tiempo a sus criados.
No te preocupes de que se reirán de esa muerte desesperada y que no halla por ahí mucha gente buena que, asqueada por la estupidez, ignorancia, pereza o mala gana de los criados, no tiene muchas veces deseo de huir de esta vida para la otra, donde no sea necesario comer porotos quemados, absolutamente crudos, y donde el hurto y la calumnia no tienen el mismo impudor ni los mismos indicios.
La sombra de Doña Amanda que a estas horas se recuesta, placida y aliviada de las penas de la tierra, en la borda de la barca de Caronte, saldrá contenta, porque fue comprendida.
¡Como morir es fácil para algunas personas!
Traducción: Sebastián Novajas