FORMALIDADES
Las formalidades mundanas se transforman con la moda, poco más o menos como los vestidos.
Una persona rigurosa no puede estar tranquila.
La manera de ponerse el guante, sacar el sombrero, doblar una carta, hacer una invitación, recibir una visita comer a la mesa, ir a un entierro o una fiesta, andar, sonreír, etc., varía como las estaciones.
En estos cuidados, aparentemente fútiles, existe un trabajo complicadísimo, porque últimamente, cambiar de hábitos de año en año siempre es más difícil del que cambiar de corbata todos los días.
Que dolorosos disgustos sentirá una criatura, incluso bondadosa y placida, pero con problemas de exterioridad, al verificar que poner un sello en un sobre escrito en el lugar designado por la moda antigua o que dobló la punta del boleto de visita a la moda antigua, o que distraídamente apretó la mano de alguien en la calle a la moda antigua.
Es para enloquecer… No digo que si no acatan con afán ciertas modificaciones; me complace comer los espárragos a la moderna, con tenedor y cuchillo, lo que exime de ensuciar los dedos y hacer malabares de cabeza que a veces son embarazosos; pero aceptar todas las reformas de etiquetas y costumbres, me parece exceso de fantasía, que puede acarrear prejuicios.
Estas minucias delicadas son las medias tintas, que hacen realzar la educación del individuo; para que ellas sean naturales deben ser cultivadas desde la infancia, en ese uso que las hace parecer una segunda naturaleza. El dulce precepto antiguo de que lo que se aprende en la cuna dura hasta la muerte, está abalado con ese continuo hacer y deshacerse normas con que las civilizaciones se entretienen. Lo que era lindo es correcto hace algunos años; paso a ser caricaturesco a la vista de la moda tiránica de los días que van pasando.
Tienen razón los viejos en sonreír, con benigna burla, de las alucinaciones de esta juventud inquieta.
En su tiempo las costumbres eran de una cortesía más refinada, pero más igualitaria.
El arte de bien vivir en sociedad se aprendía de una sola vez y quedaba para el uso de la vida entera. Aquellos hábitos amanerados se impregnaban en las personas como un perfume en la piel y pasaban por eso a ser esencia propia.
Hoy los hábitos son movedizos como las turbas. Tan deprisa es la iniciación que sea el hombre el primero en felicitar a una señora, como es una señora felicitar primero a un hombre; ahora establecer que deben ser las damas mayores que ofrezcan el rostro para el beso de las nuevas, ahora que sean las nuevas que entreguen el rostro para el beso de las mayores, etc…
Para quien no estuviera seguro en la manera de porque se debe manejar, estas renovaciones solo pueden crear indecisiones y aflicciones.
Este embarazo no es solo nuestro.
En la vieja sociedad francesa, civilizada y primorosa, todavía es necesario que de vez en cuando surja un libro enseñando normas, lo que es indispensable, visto las transformaciones, o se difundan artículos en revistas y diarios llenos de preceptos de civilidad.
Es siempre con una solemnidad dogmática que esos autores enseñan a comer almejas en almíbar, disimulando la caída de las conchas en el plato: chupar uvas sin engullir las pepitas; pedir la mano de una mujer; poner el pie en el estribo, bajar del carro, tomar por el ala del sombrero para felicitar e incluso apretar la mano de los amigos.
Este acto tan simple de cortesía y de simpatía es motivo grave de preocupaciones. El gesto expresivo de extender la mano a los otros, con naturalidad, puede, en la opinión de los formalistas, ser tan ridículo como una tarjeta vieja en un sujeto elegante, o unos lentes de tortuga en una carita de quince años… Así, ahora bien, decretan que se levanten los codos hasta la altura de la oreja, que la mano cuelgue con suavidad y que sea en esa actitud de animal feria las manos amigas se encuentren en un simple rozar de dedos, ahora que sea el apretón de mano a la altura del mentón, condenando el brutal choca los cinco, con que las manos fuertes aplastan las manitos blandas y débiles.
Usos y costumbres y convenciones surgen todos los días en el código mundano, como setas en la tierra húmeda. Es prudente no aceptar todos sin análisis. Hay setas que matan, hay convenciones ridículas. El ridículo de estas equivale al veneno de aquellas.
Traducción: Sebastián Novajas