FLORES
Escribo estas líneas
pensando en mis hijas
Ellas me comprenderán
cuando sean mujeres y
planten rosas para dar miel
a las abejas y perfume
a su casa.
En mayo de 1901 resolví organizar para septiembre de ese mismo año una exposición de flores en Río de Janeiro, la primera que se haría en esta ciudad. Si le falta originalidad al recuerdo, visto que exposiciones de flores se hacen todos los años en tierras civilizadas, le sobraba el interés; la curiosidad amiga que siempre tuve por las flores y el deseo de ver las muy amadas en mi tierra. Me referiré a esa exposición, es para mí un sacrificio; pero no quiero omitir tal capítulo en este libro de mujeres, presidido por el mirar de mis hijitas, a quien pretendo insinuar el amor de las plantas, como uno de los más suaves y mejores de la vida.
Dicen que las palabras vuelan y que las obras quedan; pero hay obras que el viento lleva y que solo en la palabra fugitiva dejan a su recuerdo… No hablare de la exposición fallida, por ella ni por mí, pero por sus instintos, que eran múltiples y que continuó a encontrar excelentes. Lo que fue: acabó. Se acostó sobre la tierra del olvido; ahora lo que ella sería podría todavía ser, y es en esa hipótesis que tiene cabida esta insistencia. Lo que yo esperaba de esa exposición era solo esto:
Que fuese el inicio de otras más bellas, que irían perfeccionando las especies estimadas de nuestros jardines y descubriendo los tesoros de nuestros campos y de nuestras selvas. ¡Cuántas flores abundan por esos sectores, dignas de figurar en los salones más exigentes! ¿Yo misma, que nada puedo, guiada por una rápida visión de la infancia, no mandara a venir del interior de São Paulo una flor que, si tuviese la desgracia de pensar, no imaginaria nunca ver su nombre en un catálogo? ¿Con el prestigio de la exposición, cuantas personas traerían a concurso lindas flores ignoradas, e ignoradas por qué son brasileñas?
No son de los que piensan que no debemos aceptar ni pedir árboles extranjeros, desde que tenemos flores y árboles con tamaña abundancia en nuestro país.
Las cosas buenas y bellas nunca son demasiadas, y hay todavía de agrandar a esas dos cualidades la utilidad especial de cada planta.
Todavía, debemos indagar bien de que tenemos en casa, antes de pedir lo que solo juzgamos haber en la ajena.
Una de las principales preocupaciones de la exposición serían las orquídeas, de tan delicado cultivo y demorada floración. El catálogo mencionaría con el mayor cuidado todas las variedades presentadas en el certamen, raras o no. Ah, en el artículo de las orquídeas había párrafos que valían capítulos por sus intenciones.
Imaginé que se perfilaba la idea de fundarnos en Río un pabellón para exposiciones permanentes, en que la orquídea sería protegida y defendida como un tesoro.
¿Hace reír la idea, no es verdad? En ese pabellón, organizado por cualificados, todas las orquídeas venidas de los Estados cercanos, para la exportación, serían sujetas a un examen para el pertinente pasaporte… Está práctica, que a la mayoría le parecerá absurda, sería considerada natural, si el respeto por las orquídeas, que son las joyas de nuestras selvas, ya hubiesen sido implantadas en el pueblo. Hay orquídeas y parasitas que tienden a desaparecer, por la devastación arrebatadora con que naturales inconscientes y extranjeros especuladores las arrancan de los árboles para meterlas en cajones en que las mandan para los puertos europeos. ¡Puede decirse que, en los invernaderos de Inglaterra, de Francia, de Holanda y de Alemania e incluso en los de Argentina, que se ven las más bellas flores de Brasil! ¿No sería justo que, exportando las variedades más raras de nuestras orquídeas, si las guardásemos, en la capital, ejemplares que garanticen su reproducción en el país ayudasen a la exposición permanente, visitada al menos por todos los extranjeros de paso?
Pero nuestra atención no estaba puesta solo para las orquídeas.
Cada día de la exposición de flores sería dedicado a una de las especies más estimadas entre nosotros.
Tendríamos un día solo para rosas. En rosales o cortadas, en esas flores se concentraría la atención del jurado, constituido por nuestros maestros de botánica y por los dueños de los principales establecimientos de floricultura de Río de Janeiro. En ese día se iba a apurar, aproximadamente, la cantidad de variedad que tenemos de esa flor, para establecer después la comparación con las que se presentan en exposiciones consecutivas. Todo eso quedaría consignado en un libro, documentado por nombres conocidos y desconocidos.
Así como las rosas, los clavos no tendrían razón de queja.
¿Ha reparado como la cultura de claveles se ha desarrollado y embelesado en Río de Janeiro? Se aseguraba antiguamente que esa flor, una de las más originales, señalando la más original, solo brota bien en Petrópolis, en São Paulo y no sé en qué otras tierras. Pues estábamos engañados. Ni siquiera del alto de Tijuca son esos hermosos claveles que ahí están de tantos colores variados y tan opulentos de forma; son del Valle del Andaraí; son del Engenho Velho; son de los suburbios; son de Santa Teresa, etc. Quien tuviera un rincón de jardín, un alfeizar para macetas de barro, un poco de tierra, puede con seguridad sembrar sus claveles; las flores vendrán.
Como incentivo, la exposición distribuirá brotes de crisantemos a un cierto número de mujeres, emplazándolas a presentarse en la estación de esa flor la planta florecida, para una exposición, en que serían distribuidos los premios del primer certamen.
Inoculando el gusto por la jardinería, ella desarrollaría la cultura de una flor brillante y a la que nuestro clima le es favorable.
En esa exposición, tendríamos, además de conferencias estimulando el amor de las plantas, mostrándolas en todos sus múltiples aspectos seductores, lecciones de jardinería práctica.
Esas lecciones, dadas con la mayor sencillez, sin términos enfáticos, por un hombre ilustrado y amigo de las flores, nos enseñarían como debe ser preparada la tierra para el jardín, como si deben hacer la siembra y las podas y los injertos y matar los pulgones, y criar rosas nuevas y transformar las variedades más conocidas, y pulverizar de agua fresca los altos troncos de las orquídeas, etc.
Con esas cosas pensaba yo prestar simultáneamente dos servicios, a la ciudad, demostrando la posibilidad de fundarse aquí una escuela para jardineros, y a las mujeres a quien el tiempo sobre esas brillantes fantasías. La jardinería formase la ocasión para distracciones y estudios propios para mujeres.
¡Y, después, que encanto de verse el nombre de una señora ligado al de una rosa!
En todas las capitales del mundo civilizado hay el culto de la flor. Ellas simbolizan nuestras grandes alegrías, como nuestras grandes tristezas, imágenes materializadas de las mayores conmociones de la vida. En las alegres visitas de fiestas y cumpleaños, o en las romerías para los cementerios, las flores exprimen el júbilo o la nostalgia, tan bien como la lágrima o como la sonrisa.
En Alemania, me dice una amiga que por allá anduvo viajando, hay en las puertas de los hospitales, en días de visita, floristas con ramos para todos los precios; abundan los baratitos, de flores agrestes o más vulgares. Naturalmente, quien va a ver a un enfermo a la clínica, elije las camelias más puras o los narcisos más raros; para los pobres y los indigentes de los hospitales públicos van con ramilletes pequeños y modestos, aunque vistosos y alegres.
¿Qué es aquello? Un poco de poesía y de primavera, que van a equivocarse con su aroma y sus colores vistosos y alegres en aquel ambiente triste y aborrecido. La mirada desconsolada del enfermo encuentra en aquellos un poco de distracciones y de consuelo.
Y así que necesitamos gustar de las flores. ¡Gustar tanto, que ella sea para nosotros una necesidad; tanto, que incluso el pueblo de las enfermerías gratuitas no encuentre mal empleado el tostado con que las adquiera! ¡Y aquí es tan fácil cultivarlas, Señor!
El arte del ramillete, tan adorado en el Japón, según afirman los cronistas de allá, y que es con seguridad una de las más delicadas que una mujer puede ejercer, era llamada a concursar en uno de los días de la exposición. La mujer que hiciese el ramo con la más armónica combinación en el colorido y de forma más elegante, sería premiada.
Una de las más curiosas veleidades de esa exposición era el interesarse por el tipo de las floristas de la calle, buscando inducir la transformación de las de Río de Janeiro, que no es positivamente encantador. Para eso obtendría también un concurso, en que nuestros pintores y diseñadores presenten trajes acordes con nuestro clima para las floristas ambulantes. Eso naturalmente constituiría una galería de problemático aprovechamiento; en todo caso, muy interesante. Recordaba incluso la sugerencia de ofrecer la exposición los primeros trajes a los que se sujetaban a la experiencia. La exposición sería gratuita para los niños, teniendo incluso un día destinado a las escuelas.
Nunca imagine que fuese necesario enseñar a amar las flores, que los niños saludan desde el nacimiento, articulando, al verlas, sílabas incomprensibles, y agitando para ellas con entusiasmo las manitos. En tanto me parece que el culto de la planta debe entrar en la educación del pueblo. Las exposiciones de bellas artes enseñan a amar los cuadros y las estatuas; es bien posible que el amor de los europeos por las flores haya sido despertado y perfeccionado por las exposiciones de flores, que se hacen en Europa dos veces en el año, una en otoño, otra en primavera.
Dejé de reproducir muchos puntos del programa de la primera exposición, tales como la batalla de flores, con que ella se encerraría, la indicación de las flores más aprovechables para la destilería, etc. ¡Bastan estos que ahí quedan para demostrar que la belleza y la utilidad andan a veces de manos regaladas!
Si yo fui infeliz, otras serán felices en la misma batalla y por el mismo ideal. De mis esperanzas cortadas broten nuevas esperanzas en almas más nuevas y capaces de emprendimientos de más fuerte envergadura. Y para atizar esa llama que escribo estas líneas temblorosas, porque actuando adquirí la certeza de que en esta tierra bastan para ejecutar grandes obras. Solo dos cosas: energía y ganas.
Traducción: Sebastián Novajas