EL VESTUARIO FEMENINO
Es una incomodidad muy común entre señoras intelectuales: trajeadas, camisa y cuello pique al presentarse en público, buscando confundirse en el aspecto físico, con los hombres, como si no les bastasen las aproximaciones igualitarias del espíritu.
Ese desdén de la mujer por la mujer hace pensar que: o las doctoras juzgan, como los hombres, que la mentalidad de la mujer es inferior, y que, siendo ellas la excepción de la gran regla, pertenecen más al sexo fuerte, que del nuestro, fragilidad; o que eso revela solo pretensión de falta de pretensión.
Sea lo que fuera, ni la moral ni la estética ganan nada con eso. Al contrario, si una mujer triunfa; de mala gana para los hombres y a las leyes, de los prejuicios del medio de la raza, todas las veces que fue llamada a su puesto de trabajo, con tanto dolor, tanta esperanza, y tanto susto adquirido, debe esforzarse en presentarse como mujer. ¿Sería eso un desafío?
No; natural parecería a toda la gente que una mujer se presentase en público como todas las otras.
Basta ver un diario feminista para toparnos luego con muchos retratos de mujeres celebres, cuyos trajes, camisas y cuello de pique, parece querer mostrar al mundo que está allí adentro un carácter viril y un espíritu de atrevidos impulsos. Cabellos sacrificados a la tijera, solapas (¡sin flor!) de abrigos oscuros faldas delgadas y marchitas afean cuerpos que la naturaleza talló para los altos destinos de la gracia y de la belleza.
Los cuellos engomados, las camisas ajustadas, dan a las mujeres una línea poco sinuosa, y falsificada, porque es disfrazada.
¿Médicas, ingenieras, abogadas, farmacéuticas, escritoras, pintoras, etc. por amar y dedicarse a las ciencias y a las artes, porque han de desdeñar en absoluto la elegancia femenina y buscar en los vestuarios de los hombres la expresión de su individualidad?
Hay ciertas mujeres, necesitamos acordar, que hay disculpas en la adopción de los marchitos trajes masculinos, porque para ellas eso no representa una cuestión de estética, pero de incontables necesidades —las exploradoras, por ejemplo—.
A estas, las faldas impedirán la pasada y los tacones, en el laberinto enredado de las enredaderas, entre todos los obstáculos de las selvas erizadas de espinos y vallados cortados.
Los pantalones gruesos y las altas polainas son para ellas, por tanto, no objeto de fantasía, pero de comodidad y salvación. La tela flotante del vestido ladeando por los troncos y regresar atrás, y una vez mojado, les iba a pesar en el cuerpo como plomo.
Por exigencias de comodidad en el trabajo, también escultoras y pintoras muchas veces se visten así y solo cuando ejecutan obras de grandes dimensiones. Los pantalones facilitan entonces las subidas y las desdichas de andamios y de escaleras.
Rosa Bonheur, nos cuenta uno de sus biógrafos, sorprendida en el taller por la noticia de que la emperatriz Eugenia entraba en su casa para ofrecerla la Legión de Honor, —se vio atolondrada para ponerse apurada los trajes de su sexo y poder recibir respetuosamente a la soberana.
Solo de puertas adentro ella abusaba de esas vestimentas, para usar con libertad todos sus movimientos; pero desde que la artista era buscada por extraños, ella aparecía como mujer.
En las ciudades, sobre el asfalto de las calles o la grava de las alamedas, no sabe la gente verdaderamente para que razón apelar, cuando ve, ceñidas a cuerpos femeninos, esos toilettes híbridos, compuestos de faldas de mujer, camisas y trajes de hombre… ¡Ni tampoco es fácil percibir el motivo por qué, en vez de la cinta suave, prefieren esas señoras amarrar el cuello de pique pulido a fuego y duro como un cartón!
Traducción: Sebastián Novajas