Revista Montaje tiene el agrado de dar a conocer una selección de cuentos del escritor argentino Horacio Martín Rodio. Se presentará un relato por semana (siete en total) con el título de Cuentos de Rodio. Como revista esperamos que cada lector/ar disfrute de estos textos como lo hicimos nosotros. Gracias Horacio Martín Rodio por ayudarnos a continuar con este proyecto.
Revista Montaje
UN DÍA DE ESTOS
Por Horacio Martín Rodio
Mi vieja se levanta antes de que amanezca, y, a oscuras, se mueve con seguridad entre las cosas de su vida: enciende la hornalla, llena la pava, toma el frasco de café, la azucarera, y la lata de las galletitas; yo puedo verla desde mi cama acostumbrado a la oscuridad como estoy, mientras espero con impaciencia la hora en que se vaya a trabajar. Ella cree, o quiere creer, que no estoy despierto, que no la estoy mirando, que no tiemblo, que no estoy apretando los dientes, que no estoy sin fuerzas para nada, que no pienso nada más que en la muerte, y que no me doy cuenta de que no enciende la luz a propósito; porque pretende que lo que ella no ve, no existe. Mi vieja no se empeña en buscar lo que sus manos no encuentran, es mejor pensar que los trastos perdidos han quedado en otro sitio, que en algún lugar estarán, que no es otro objeto que ha desaparecido, algo más que me he llevado para cambiarlo por alivio. Tiene derecho a pensar que duermo y que mientras duermo no hago ni soy lo que ella sospecha.
Alguna vez fui capaz de sentir dolor por la vida que vive mi vieja. Una pena honda que me provocaba llanto. Recuerdo que me hacía bien ese llanto, después me sentía limpio y aliviado; pero un día no pude llorar más, ni siquiera pensando en ella.
La claridad difusa de otra mañana con el cielo cargado traspasa los vidrios de nuestra ventana, lo suficiente para que mi vieja vea pasar la sombra de la gorda Marta por el pasillo de la villa miseria, el mismo desde el cual, anoche, se escucharon cinco tiros. Mi vieja miró hacía los dos extremos del pasillo, tratando de recordar de adonde la empujó el viento ayer, cuando llegó de limpiar casas ajenas; porque ella necesita saber la dirección del viento para reconocer desde dónde vienen las explosiones. No me pregunta. Si me preguntara yo podría decirle, sin ninguna duda, de qué punta del pasillo vino el ruido de los tiros: la entrada de los peruvianos.
Mi vieja se echa atrás cuando pasa la Marta, hacía el fondo oscuro de la cocina que la oculta por completo, no se mueve, ni siquiera traga el café para que no le haga ruido en las tripas vacías. Antes viajaban juntas con la Marta. Antes eran iguales. Pero hace tres años a mi hermano lo mató la policía, y ahora mi vieja tiene que bajar la cabeza también acá en la villa. Por eso y porque yo ando en lo que ando; a los tumbos y a la vista de todos, menos la de ella que tiene esa virtud de creer que lo que no ve, no existe.
Cuando ya la siente lejos se asoma a la ventana y mira el reloj, calculando cuánto debe esperar para que la Marta se tome el primer colectivo y ya no esté en la parada cuando ella llegue. La gorda tiene dos hijas, putas las dos, y le han traído dos nietas para que las críe; por eso ahora trabaja menos horas, sólo hasta que se levantan las hijas para ir a putañear. Mi vieja todavía no sabe si esa decisión es una apuesta a la resignación o al optimismo. “Solo un idiota espera resultados diferentes haciendo siempre lo mismo”, eso escuchó ella que dijo Einstein alguna vez, y mi vieja, que no tiene ni idea de lo que es la relatividad, lo repite, acaso porque intuye que era alguien muy inteligente, pensando en la gorda Marta lo hace, y en sus hijas y en sus nietas. Para hacer tiempo se fuma dos cigarrillos, uno detrás del otro; yo pienso, sin decirlo, que ella piensa, sin decirlo, que después de media taza de café y tres galletitas, fumar, es menos dañino. Lo de Einstein me lo repitió un domingo, en aquel tiempo en que todavía hablaba mi vieja, mientras se escuchaban las risas de las hijas y las nietas de la Marta y en casa estábamos en silencio. Mi mamá le tiene envidia a la gorda, ahora que todo perdió sentido, ahora que la realidad nos pisoteó, ahora que mi vieja ya no juega más al Quini ni al Loto ni escucha música como antes, ahora descubrió que hubiera sido mejor tener dos hijas putas que le trajeran dos nietas para no pensar, para seguir de cadenera de la vida, como un matungo tenaz de cartonero, ocupada hasta el fin en sueños improbables. Porque son muy tristes los domingos en nuestra situación, o porque la gorda, en su necedad, aún puede sentirse mujer; y a mi mamá sólo le queda por delante ver pasar el tiempo que le resta sin fe ni engaños posibles, casi como si fuera un hombre.
Cada tanto a mi madre se le volcaba el veneno, no tenía dónde morder y lo descargaba, por las dudas, en lo que estaba más cerca. “Tu padre me cagó. Eso lo sabía hacer bien el choto de mierda. La única habilidad de tu padre era esa: coger. Aguantar, esperarme y volver por más. Por eso yo tuve varones y la Gorda, mujeres; porque el Canario, su marido, era un eyaculador precoz, debe serlo todavía. No es el mismo resultado cuando los bichitos de la leche del hombre buscan y encuentran un huevito de mujer dormido, que cuando se chocan los dos encendidos. Así se hacen los varones, tu padre sabía. Lo único que sabía. Para la mierda que ha servido”. No sé si será así, pero ella cree que es así y con eso le alcanza; lo cree desde que una curandera del campo se lo dijo mi abuela, para explicarle la causa por las que sólo le nacían chancletas, porque mi madre tiene cinco hermanas.
Cuando ella se descarga siente culpa y me da un cien. Me lo da sabiendo en qué lo voy a gastar. Después me traen a casa y me acuesta y me desviste y me limpia el sudor y vómito con una toalla húmeda. Sospecho que al verme así se le aliviana el sentimiento de culpa de haber dañado algo que todavía valiera la pena. Como si adentro mío todavía quedara algo de esa idea optimista que se había hecho de mí cuando logró que yo fuera el único, de la familia de ella y de mi viejo, que terminó el secundario. Porque mi vieja siente de algún modo que yo la traicioné, ella no logra aceptar que la rareza de terminar el secundario, acá, sólo te convierte en un negro villero ilustrado.
Yo pienso y no lo digo, que ella piensa y no lo dice, que las putas son más útiles, porque traen chicos y plata. Yo pienso y no lo digo, que, si yo cobrara por fumar Paco, en vez de pagar por eso, ella pensaría, sin decirlo, que todo estaría bien y seríamos felices.
Cuando ella por fin sale a la calle me visto temblando como puedo, agarro la plancha nueva y me voy para lo de los peruvianos, allí donde anoche sonaron cinco tiros. Con lo que me den por la plancha me va a alcanzar para diez o doce pipas.
Ahora que veo pasar a mi vieja de vuelta a casa me doy cuenta de que a esta altura de la tarde ya son las siete, no trato de sentarme ni de rescatarme ni de ocultarme, me quedo en el suelo seguro de que no me verá en este lugar. Ella camina por la villa cabeza gacha desde lo de mi hermano. Pero no mira nada, camina sin ver. Mi vieja cree que lo que no se ve no existe y hace bien. Pero no recuerdo por qué hace bien. Así, como estoy ahora, es como si la vida no pasara, o como si al pasar no me tocara, o como si al tocarme no me afectara. Es dejarle el mundo a los tiras, a los peruanos, a los que saben coger, a las putas, a las que no limpian casas. No siento hambre ni frío ni sed. Sólo un poco de rabia y a veces me da por pelear con cualquiera, pero se me pasa enseguida como se pasa el alivio, y me queda el dolor de los golpes y el malestar insoportable en el cuerpo y el alma. Trato de asimilar, sin reírme ni putearla, la mirada de asco de la gorda Marta que pasó al mediodía, porque ahora por la tarde, la gorda, cuida a las nietas, y pasa mucho antes que mi vieja hacia su casilla, que queda justo atrás de la nuestra, y me acuerdo que alguna vez fueron amigas. No estoy meado, está lloviendo. Me cuesta entender esa mirada de asco de la gorda, como si las hijas de ella no fueran lo que son. Cómo si las nietas no fueran a serlo pronto. Me acuerdo de que un día mi vieja empezó a mirar hacia abajo cuando se cruzaban con la gorda. No recuerdo por qué. Ni recuerdo por qué me hacía llorar verla a mi vieja caminar mirando el suelo cuando se cruzaba con la gorda. Me gustaría pegarle un susto a la gorda de mierda que hace sufrir a mi vieja. Pero no tengo fuerzas ni sé por qué sufre mi vieja. Porque mi vieja no dice y yo no digo, y acaso así estamos mejor los dos, sin decirnos. Tampoco me acuerdo por qué quise darle un susto a la gorda. Otro día, tal vez, cuando recuerde dónde vive.
Hoy me voy a quedar a dormir acá, total, en casa ya no queda nada. Acá es mejor, a medio camino de mi casa y de los que venden; pero cerca del paso de la gente, a veces alguno se amolda y colabora. Recuerdo que mi hermano murió cerca de la entrada de los peruvianos. Lo mató la policía de cinco tiros. Había que enseñarle a otro negrito de mierda que no se afana a mano armada, para que no se atrevan los que vienen después de él. No quisieron venderle y se fue de mambo mi hermano. Le mostró el fierro al peruviano de la puerta y en menos que canta un gallo lo partieron a corchazos los tiras. Los peruvianos tienen línea directa con la policía. No se sale de caño en la misma villa. Por eso anoche lo mataron a mi hermano y hoy mi vieja, de apenada porque él no vino a dormir a casa, pasó adelante mío sin verme. Hay que matar un negro por familia. Así aprenden. Eso los cura. Dicen.
Un día de estos voy a volver a casa. Cuando pueda. Cuando me acuerde. Cuando esté curado para siempre.
Horacio Martín Rodio (Buenos Aires Argentina, 1954), escritor. Ha publicado los siguientes libros de cuentos Palabras de piedra. Ediciones Baobab (1999), Media baja. Ediciones Dunken (2012), La insistencia de la desdicha. Editorial las Ruinas Circulares (2018) y El cinturón de Orión. Editorial del Municipio de Las Flores. Entre los varios reconocimientos que ha recibido se pueden mencionar los siguientes: Primer premio Concurso de cuentos J. L. Borges Ciberboock 1996, Primer premio Concurso de cuentos suburbanos 1997 Ediciones Baobab, Primer premio IV concurso de cuentos “Traspasando fronteras” Universidad de Almería (España) 2009, Primer Premio Concurso de cuentos El Zorza. Argentina.l 2012, Primer Premio Cuento Concurso Mario Nestoroff 2013 San Bernardo. Chaco. Argentina, Primer premio Cuento Floreal Gorini, Centro Cultural de la Cooperación, 2015, Mención Cuento Premio Julio Cortázar La Habana. Cuba. 2015, Única mención de Honor IV Premio Internacional de Novela Héctor Rojas Herazo. Colombia 2020, Primer premio de cuentos Ciudad de Pupiales Fundación Gabriel García Márquez, Nariño, Colombia. 2021, y Primer premio libro de poesía. XV Concurso Nacional Adolfo Bioy Casares. Las Flores. Provincia Bs. As. 2021.
Un cuento maravilloso. Admiro la obra de éste escritor.
Hay que leer a Horacio Rodio. No es conocido pero si uno encuentra por casualidad sus cuentos no puede dejarlo de leer porque es adictivo y porque escribe jodidamente bien. Leamos a estos grandes escritores que invisibiliza el mercado y que están a la altura de los mejores, sólo no hay intereses bastardos para que estén en cartelera.
Que nostálgico y crudo es este cuento.