Convocatoria: Mauricio León Guzmán. Narrativa

 

EL ESPECTADOR

 

Jorge Manso va hacia la parada de buses luego del trabajo en una institución bancaria de Quito. Sigue su ruta usual por la avenida Amazonas. Va cabreado porque, cinco minutos antes de terminar la jornada laboral, su jefe le pidió otra vez que se quedara más horas en la oficina, horas extras que no le paga. «Necesito que termines un informe antes de que te vayas», le ordenó con displicencia, justo ahora que no podía, que tenía apremio pues acordó encontrarse con Paz, su mejor amigo desde el tiempo del colegio San Gabriel, con quien tiene mucho en común y con el que irá a cenar a un restaurante japonés y luego a clases de baile en la Salsoteca Lavoe. «Ya no soporto más al hijo de la gran puta de mi jefe», piensa Manso mientras se dirige al parque El Ejido, que acostumbra a cruzarlo todos los días, «la próxima vez le voy a decir en la cara que es un malparido».

Llega a la esquina de las avenidas Amazonas y Patria. A lo lejos, cerca de la Casa de la Cultura, observa las humaredas generadas por varias fogatas hechas con llantas viejas. «De nuevo protestas», piensa, «no dejan vivir en paz, ahora de qué se estarán quejando estos desadaptados», y continúa la caminata sin alterar el trayecto pues su amigo ya lo debe estar esperando afuera del departamento con paciencia jesuita. Un manifestante que se dirige hacia la multitud lo rebasa apurado cargando un cartel que dice: «No a la precarización laboral».

Manso continúa andando por la avenida Patria. Viste un traje de casimir inglés gris, una corbata de seda roja anudada a la perfección, un pañuelo también rojo que sobresale en el bolsillo de la pechera izquierda de la chaqueta, y unos zapatos italianos negros de suela bien lustrados. Cada vez hay más gente reunida en la protesta, deben ser algunos miles de hombres y mujeres. Muchos son indígenas, andinos y amazónicos, que han venido a Quito desde sus provincias, vestidos con ponchos y otros trajes típicos multicolor. También hay estudiantes, colegiales y universitarios, y pobladores de los barrios populares de la ciudad. «Si pudiera ahorrar y comprar un auto, evitaría pasar por aquí», se dice. Más allá mira unos carteles: «No al gasolinazo», «No al alto costo de la vida».

Manso avanza hasta la avenida 6 de diciembre con el propósito de llegar a la avenida 12 de octubre. Varias tropas policiales y escuadrones antimotines se encuentran agrupadas en los alrededores de la Asamblea Nacional. Desde el edificio de la Contraloría General del Estado, varios policías, equipados como si fueran RoboCop, disparan decenas de bombas lacrimógenas que vuelan por el aire y caen cerca de los manifestantes reunidos en el parque El Arbolito, quienes se dispersan en varias direcciones y corren para alejarse del gas que invade el lugar de forma progresiva. Un joven encapuchado, que se protege con un escudo hecho con una tapa de lata de un tanque grande de aceite, inscrita con la frase «Guardia popular», coge con la mano una bomba y la arroja de vuelta hacia los policías. Estos disparan más bombas apuntando hacia el encapuchado, que huye raudo y ágil, evitando que logren impactarlo. El grito de «¡El pueblo uniformado también es explotado!» se confunde con el sonido de las detonaciones.

Manso inhala el fuerte olor del gas, sus ojos lagrimean, la corbata le aprieta el cuello, saca el pañuelo y se tapa la nariz mientras corre asustado. Se pierde de su ruta y se mezcla con una estampida de protestantes que escapa de arrollarlo. Es la primera vez que le sucede esto. Por lo general, cuando hay manifestaciones se queda un rato como espectador, “mirando los toros de lejos”. «Ojalá que la policía les reviente los ojos a estos anarquistas», suele pensar, luego hace la señal de la cruz, arrepentido de los malos pensamientos, y busca otras calles para eludir a la muchedumbre que reclama.

Escucha a alguien que grita: «¡Corran, que los chapas nos alcanzan!». Manso se quita la chaqueta del traje y la sostiene fuerte con su brazo derecho, pues aún no termina de pagar una deuda a doce meses con la tarjeta de crédito por la compra de esta ropa y otras similares para vestir con elegancia, tal como le exigen en el empleo. Con la mano izquierda se afloja la corbata, emprende la carrera y se adelanta a la turba, que lo sigue como si fueran borregos. Le cuesta cada vez más respirar, pero sabe que no puede detenerse, que, si lo hace, lo atropellarán. Continúa corriendo, los zapatos italianos le aprietan, los pies le duelen. Siente unas bombas lacrimógenas que caen cerca. «Qué carajo hago aquí, mezclado con estos antisociales», piensa y prosigue la carrera. Los cordones de sus zapatos se desanudan. El corazón está muy agitado, sus ojos enrojecidos emanan unas lágrimas que le queman el rostro, la falta de oxígeno no le deja razonar con lucidez. Corre unos metros más, sus piernas se debilitan, deja caer la chaqueta de casimir inglés, pisa los cordones de sus zapatos, trastabilla durante unos segundos, pero logra mantenerse en pie, da unos pasos adicionales y se detiene de golpe, provocando que la muchedumbre lo embista y lo tumbe, los zapatos italianos se desprenden de sus pies y vuelan como proyectiles a ras del suelo hacia los policías, decenas de pies lo pisan, una montaña de jóvenes cae sobre él. No puede respirar más por el gas y por el peso de la gente, está a punto de perder el sentido. «Acuérdate de mí, virgencita Dolorosa», se dice, «líbrame de esta, Madre querida». Las bombas siguen cayendo cerca. El gas lacrimógeno ha formado una densa nube que no deja ver ni respirar.

Los jóvenes logran levantarse y reanudar la huida. Manso se queda tirado en el suelo boca abajo, tratando en vano de recuperar el aliento. Escucha que alguien le grita: «¡Levántate, compañero, corre por amor de Dios!». Por un momento cree que es su mejor amigo que debe estar cansado de esperarlo. «No puede ser», se dice en medio de la confusión, «Paz también odia a estos agitadores». Manso está cerca de desmayarse, pero la adrenalina le da unos últimos bríos y consigue ponerse de pie con la ayuda de un manifestante que viste un poncho rojo y que le extiende una mano fuerte y áspera de campesino. Se saca la corbata de seda y la tira al suelo, tapa su nariz con el pañuelo rojo y lo amarra a la nuca. No sabe que ahora está dando la cara a la policía y que uno de ellos lo apunta. Manso empieza a caminar descalzo en sentido contrario de la dirección hacia donde huyen los manifestantes, la garganta le arde, los ojos están irritados y no ve nada. Sigue caminando a través de la neblina de gas. Sin saberlo, se aproxima más a los gendarmes. El policía que lo apunta empieza a apretar el gatillo del lanza bombas. Manso está a muy poca distancia. Escucha que un grupo de personas vocea una y otra vez: «¡El pueblo unido, jamás será vencido!». Camina unos pasos adicionales y, entre la nube de gas, logra divisar borrosamente al policía que lo encañona y dispara. Siente un impacto contundente en su ojo derecho que le hace caer. Entonces, entre la conmoción causada por el dolor y la niebla que empieza a disiparse, lo comprende todo, entiende por qué a fin de mes el sueldo no le alcanza para pagar las cuentas. «¡Malparido, hijo de la gran puta!», logra gritar antes de perder la visión y la conciencia.

Más allá, desde un lugar seguro, Paz, confundido entre los curiosos, “mira los toros de lejos”. «Ojalá les revienten los ojos a estos antisistema», piensa mientras se persigna.

 

 

Mauricio León Guzmán. Ecuatoriano residente en Chile. Cursó Economía en la Universidad Central de Ecuador. Obtuvo el Máster en Economía (FLACSO Ecuador) y el doctorado en Ciencias Sociales (Universidad de Salamanca). Sus microrrelatos y cuentos han sido finalistas en distintos concursos como el Festival Internacional de Cine de Terror de Atacama 2020 (FICTA 2020, tercer lugar en categoría Adultos, Chile); Premio Flexus 2020 de la Revista Origami (Chile); V Certamen de relato corto La Esfera 2020 (España); Taller de creación literaria El sillón de terciopelo verde (Aragón Radio, mayo 2021, España); I Concurso Internacional de Cuento de Terror Alas de Cuervo (México). Ha publicado sus textos en revistas y antologías de Argentina, Colombia, Chile, España, México, Perú y Uruguay.

3 Respuestas a “Convocatoria: Mauricio León Guzmán. Narrativa”

  1. Muy bien contada la historia. Linda paradoja del personaje, resuelta con la crueldad de la no ficción, la denuncia. Envolvente trama de un trabajador más. Excelente texto. Pronto leeremos sobre el milagro de La Dolorosa, no me lo perderé. Salud!!!

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