FRANCISCA
Hacía tiempo que Carla no tenía una cita. Podría decirse incluso que había perdido la capacidad de conocer personas nuevas a propósito y no solo por la obligación del trabajo. Así que, después de un mes de conversaciones esporádicas por aplicaciones de citas, había llegado el día del primer encuentro.
Tan solo la idea de hablar con alguien desconocido en persona provocaba que su mente se llenara de escenarios fatalistas: que su cita no aparecería, que la vería y no se acercaría, que le caería mal o viceversa, que se enfermaría de la guata y le vomitaría encima, que sería todo aburrido, que no habría tema de conversación, que esto y lo otro. Por lo que para matar el nerviosismo decidió llegar antes y dar unas vueltas por una feria de libros dentro del GAM.
Tomó varios libros que le llamaron la atención, pero ninguno con la intención real de comprar. Estaba leyendo la contraportada de un libro cuando escuchó una voz familiar: —Espero que te guste.
Verla fue como retroceder siete años a cuando ella tenía el pelo negro, liso y con flequillo. No sabía si ir a saludar o simplemente irse y quedarse con el recuerdo. Probablemente se hubiese ido si Graciela no la hubiese visto. Le sonrío y luego de una larga mirada, le hizo un gesto de que esperara un rato.
Por varios años pensó en cómo nunca se la había encontrado, porque, aunque cualquiera diría que no se parecían en nada, se complementaban y tenían gustos similares. Y ahora la tenía ahí, enfrente en una firma de libros. Mientras la esperaba buscó su nombre en internet, algo que no había hecho hace años. Había escrito una novela corta para una editorial independiente, como todos los libros que estaban vendiendo ahí en realidad.
—¿Quieres tomar un café? —preguntó Graciela sin preámbulo apareciendo por atrás.
—Hola, em, ¿no te interrumpo?
—No, ya estaba terminando, ¿cómo estás?
Mientras caminaban, el silencio entre ambas era interrumpido solo por comentarios de Graciela y monosílabos de Carla. Entraron a un café que conocieron hace años, en uno de los paseos mensuales que solían hacer. Se dieron cuenta, pero ninguna lo mencionó.
La conversación empezó con generalidades de lo que habían sido sus vidas en los siete años que no se habían visto. Si hubiera que comparar, Graciela era, en apariencia, la que más había cambiado; su cabello había vuelto a su color natural, largo, cuidando las ondas que había alisado por años. Tenía el estilo que siempre había querido y ahora podía permitirse una que otra prenda que veía en Tumblr. A diferencia de Carla que parecía detenida en el tiempo; seguía con su característico pelo corto que le daba la comodidad suficiente para no peinarse si no quería y no usaba otro color que no fuese el negro o blanco en su vestimenta.
—¿No dejas de hacer eso con las manos cuando estás nerviosa? —dijo Graciela al notar que Carla no dejaba de mover los dedos de sus manos sobre la mesa.
Inmediatamente después las ocultó.
—Tranquila —rio — bueno se me ocurrió escribir libros como viste, o sea, libros suena a mucho, pero se entiende.
—Sí, me alegro mucho, felicidades, siempre fuiste buena con las letras.
—Gracias, tuve suerte igual, me atreví a mandar algo a una revista de una universidad y se fue dando, pero fue suerte, no es que viva de esto, ¿quién vive del arte?
—¿Sigues en lo mismo?
—Sí y no, solo a medio tiempo, me paga las cuentas y me permite escribir durante las tardes.
La mesera trajo los cafés que habían pedido y así Carla pudo ocultar el nerviosismo moviendo la cuchara en círculos dentro de la taza.
—¿Y de qué trata tu libro? —preguntó Carla.
—La verdad no creo que te guste —le respondió Graciela sin dejar de sonreír —a ti te gustan las cosas de misterio, policíacas y lo mío, al menos ahora, tiene un poco de romance, algo un poco snob quizás.
—Pero quizás me guste, leo de todo.
—Sí, puede ser… ¿y qué haces por acá? ¿venías a la feria o ibas de paso?
Carla la miró y no sabía si decirle la verdad. Iba a una cita y solo había pasado por ahí porque los nervios la consumían.
—De paso, iba a la casa de una compañera de trabajo, está de cumpleaños, iba a comprarle un libro —mintió.
—Oh, te podría recomendar algo, si quieres.
—Sí, sería genial.
Ambas se quedaron en silencio, casi al mismo tiempo tomaron un sorbo de café. Carla pensó en cómo sacar el tema que tenían pendiente. Tenía que ser ella la que debía sacarlo a flote, porque ella había sido la que puso el punto final. Si bien la escena de ellas dos en silencio tomando café era casi calcada a cuando se habían comenzado a alejar, no era lo mismo, ya estaban más que distanciadas.
—Graciela, te quería pedir perdón —dijo al fin.
—¿Por qué?
—Por lo que te hice.
—No me hiciste nada.
—Te dejé de hablar… no fue a propósito, pero lo hice.
—Ah, pero eso pasó hace tanto.
—Pero lo hice.
—Carla, no te preocupes, siempre fuiste tan culposa —le dijo tomando su mano y rápidamente soltándose al darse cuenta— debo reconocer que me dolió, pero nunca te odié ni nada de eso. Con el tiempo quizás me di cuenta de que ninguna fue directa, no sabíamos comunicarnos, nos queríamos, pero no podíamos hablar claro. Después de ti, lo he ido puliendo, me cuesta mucho expresarme, y creo que a ti también.
—Lo siento.
—Córtala, ya te dije, no fue culpa de ninguna, quizás pudieron salir mejor las cosas, pero éramos más chicas. Pero, ya que te tengo acá en frente, me gustaría saber por qué, mejor dicho, qué pasó.
—Me gustaría darte una respuesta clara, pero…
—Solo dilo.
—No tengo una explicación de por qué lo hice, dejé de hablar con todos, pero era a ti la que debía una explicación y me quedé callada. Encontré una pega en el sur muy mala solo porque quería irme de Santiago, estaba chata de la carrera, de los mismos compañeros, de mi casa, de todo…
—¿De mí también?
—No, o sea como que fuiste un efecto colateral, dejé de a poco de hablarte, no porque había dejado de quererte, no sentía ganas de nada y cuando me di cuenta, cometí el error de no darte las explicaciones, pero tú no hiciste nada malo, es raro incluso para mí, porque te quería, y mucho, solo que no me atreví, tu chat se alejaba más y más de ser el primero que luego no pude.
—Sí, luego lo di por entendido.
—Lamento mucho haberte dejado así, no lo merecías.
—Supongo que no era nuestro momento, ¿y cuándo volviste?
—Un año después, me gusta Santiago, lo odio, pero lo amo al mismo tiempo, tuve que huir para darme cuenta.
—Me alegro y que bueno que nos encontramos, así poder dar un cierre al menos, nos servirá a ambas.
—Sí… ¿Cómo es que te volviste más sabia con la edad? Yo no tengo esa habilidad.
—Nah, sigo siendo ingenua, pero al menos una terapeada — soltó una risa —, oye, ¿cómo se llama tu compañera?
—¿Qué?
Sacó un libro de su mochila con un lápiz.
—Para firmarlo, puede ser tu regalo, te quité mucho tiempo y no pudiste comprar.
—Ah, sí, eh Francisca.
—Siempre odiaste tu primer nombre, es bonito, no lo hagas.
Firmó el libro y en la entrada del café se lo pasó.
—Fue un gusto verte.
—Éxito con tus libros —se dieron un abrazo corto, disimulando lo casual—. Y gracias.
Carla no fue a la cita. Tomó el metro y se fue leyendo el libro, que en realidad iba dedicado a ella.
Pamela Alarcón Toloza (Quilicura, Chile, 1997). Estudiante de medicina, pero su real pasión es la escritura en sus distintas formas. Por ahora divide su tiempo en terminar su carrera universitaria y unir palabras hasta que esté conforme a lo que imaginaba en su cabeza. No hay mucho más que contar. Aún. Redes: Instagram: @lapamelactica