I
Hace años hubiese abofeteado
a una mujer como yo.
Hubiese relamido mi clavícula torcida,
hubiese recogido cada parte del espejo
con el que pude construir
mi imagen en esta guerra
–llamada tiempo–,
la misma que no reconozco hoy
porque ayer fui otra
con otras manos,
con otros ojos,
con otras venas a punto de estallar,
quizás por la presión
que me provoca verme
absurda
ante una luz que está a punto de acabarse
ante una verdad definitiva.
II
El dolor empieza
a abrirse paso entre la realidad contigua
que emerge desde el fondo del pasillo.
Anuncia con voz suave y gestos raros
que nadie vendrá a proteger la puerta que se rompe,
resuena y grita que el fuego está cada vez más cerca.
Ese rumor tranquilo hace daño y susurra
no basta con el abandono,
no basta con la huida inminente.
Lo único posible en estos casos es llorar sin ser vista,
hacer como si la noticia fuera para un desconocido,
esconder la mano
y pensar en la ligereza de la posición en la que se espera el golpe,
es casi un ritual:
se abre el pecho, la respiración penetra por los poros,
una hace oídos sordos a la propia voluntad,
desaparece.
La verdadera experiencia muestra
que todo es cierto,
que el recorrido del dolor parte
de la punta de los dedos y termina en el fondo
de la voz,
que es posible ver su sombra
cuando termina el trabajo,
se limpia las manos
y el sudor que brota por encima del labio superior.
Después, asfixia con su indiferencia y con
la mirada impasible ante un ser que es un despojo,
esclavo de las circunstancias infatigablemente humanas.
La solución puede ser rápida o tal vez
mucho peor que lo de antes:
cambiar la piel, ser otra al fin,
iniciar los trámites del cambio a pesar del lastre
que sostiene. Menguar la pena.
Eso. Tal vez. O arrasar a todo aquel
que extendía las heridas.
Eso. Morir tal vez.
Lo primero, sin duda, sería lo más sesudo.
III
Y sin embargo no se aclara nunca
la expresión de lo que no se puede decir,
el deseo de soltar lo prohibido
y un agua que parecía mansa pero que
a estas alturas del año ya me ha engullido.
He decidido camuflarme entre la bondad y la gratitud,
entre el gesto de mirarte a los ojos
como si mirara de nuevo una puerta desconocida.
Y sin embargo te miro:
te miro te miro te miro
y mi yo se queda en este lugar
pero el otro
aquel con el que acabaré haciendo las paces algún día
levanta la mano a la vez que tú lo haces
hacia el cielo
en el aire
y como no puede tocar tus dedos por pudor
recoge tu pelo detrás de la oreja con mucho cuidado
te mira
te mira
te mira como el otro que soy pero desde otro lado
y es inevitable no pensar en acortar esta distancia
y quiere hablar
ordenar palabras concretas y exactas
palabras que saben a dulce y a salado
a nísperos que nunca se van a pudrir si tú los recoges por las tardes
entonces
mientras recoge tu pelo
esa mano mía que también es otra
-ya tragada la sequedad del pecho-
se vuelve y nos miramos yo y yo y ella conmigo
y le digo: susúrrale todo lo que no puedo pronunciar
descifra la magnitud de la confesión que es un pecado
pues ningún dios podría perdonarnos.
En este momento es cuando te hablo desde otra parte
y esa otra parte es la izquierda de tu hombro
que no puedo ver porque está cubierto por un manto de extrañeza
por eso tú no oyes nada
solo puedes oler el barro que nos sepulta por no haber llegado a tiempo.
Cada vez que decido respirar muy cerca
mientras sigo con detenimiento el movimiento de tu boca
que no sé en realidad qué está diciendo
el mundo disminuye y mi cuerpo y el otro cuerpo
recuperamos la materia de la que estamos hechas
dos materias que se unen para engendrar un alma
el mismo sentimiento que llora por dentro
porque llorar por fuera es demasiado caro en estos días
y llorar significaría obviar todo esto que se resume
en pocas palabras que están ciegas y que ningún viento
se atreve a mover.
La única opción es sellar un corazón que pasa hambre
seguir mirando hasta que la realidad vuelva a zarandear
mi cuerpo verdadero
dar un paso atrás
cerrar con llave la puerta eterna que nunca debí abrir
tender mis dos cuerpos diminutos en la hierba
y esperar a que todo esto que he dicho y diré más adelante
sea la mayor mentira.
IV
beber de la misma boca
es lo mismo que temblar cuando no hace frío
entonces fijo la mirada en un solo punto: tú
me doy la vuelta y veo cómo ha cambiado el mundo
los colores
el viento
la palabra de amor que nunca pronuncié
ahora grito: existes aquí despierta
y hay ruido
y silencio a ratos
pero sabemos que al final de la tarde
la atmósfera será la misma
nosotras tocaremos la misma luz que nos envuelve
desde entonces
veremos
de cerca o lejos -o como quieras
y cogiéndonos las manos con el sigilo del primer día-
el mismo mar
Iuliana S. Apostu (5 de abril de 1995 en Sibiu, Rumanía). Desde hace 17 años vive en España, es filóloga hispánica y profesora de Lengua castellana y Literatura. Sus aspiraciones en la vida son: tener un sueldo, pagar un alquiler, llegar a fin de mes, y regar las plantas antes de que se mueran. Por otra parte, no recuerda desde cuándo amó las letras, pero hay días en los que vive por y para la literatura, porque la literatura no solo le sirve para soñar, sino para conocerse y desconocerse paso a paso y conjuntamente y por eso le da las gracias. También, en ocasiones, «escribo por no olvidarme», siente por encima de mis posibilidades, lo deja todo para después y (sobre todo y lo más cierto) es peor de lo que dicen. En 2020 recibió el XXXIV Premio Internacional de Cuentos Max Aub en la modalidad comarcal y, después, el XVII Premio Universitat de València d’Escriptura de Creació, 2020 en la modalidad de Castellano con el poema válgame dios.
Maravillosa.