Cinco relatos breves. Julieta Salazar Maturana

 

 

Efecto secundario

Quizá mi cabello nunca vuelva a mi cintura. Son enemigos acérrimos. Y yo figuro entremedio, sin poder tomar decisión alguna sobre esta relación que no va a ninguna parte. Justo cuando me empeño en que se vuelvan a encontrar, mi salud corta sus lazos y decide que el lugar de mi cabello está en el suelo, junto a las cajas de pastillas que se vaciaron por mi angustia.

 

 

Transformar la tierra en agua

Hay tierra en cada orificio de este cuerpo que no es mío. ¿O es el cuerpo que despierta luego de ser enterrado? Mi boca es puro barro, una mezcla de saliva y granos que me quitan segundos de vida. De vida que no es vida, que es solo viajar en bus a la ciudad sin nombre. Y mis ojos apenas se abren. Se aburrieron de mirar nublado los rostros lejanos. Mis ojos son nubes que lloran su tierra.

Y las piernas que me ayudaban a cojear no se pueden, por milésima vez, a sí mismas. Hay un peso que recorre mis talones y rodillas. Caminar es lo mismo que estar aquí, enterrada. Mejor yazco bajo tierra, bajo la vida pecadora y sus estúpidos hombres de cristal.

Lo mismo diría de mis manos: que la tierra las invade y que no hay más escapatoria que permanecer en el terreno de mi madre. Pero son las mismas que me enseñaron a vivir, y es por ellas que decido transformar la tierra en agua, nadar a la superficie y respirar.

 

 

¿Somos dos?

La espera se hace ausencia cuando ya se sabe la respuesta de mi boca hacia tus ojos. Ni en el más frío invierno las agujas del reloj quisieron congelarse. Eres tú, junto a tu boca-pelo-piel, quien seduce mis entrañas y las devora y las vomita hasta que ya no quedan más segundos. Solo hay dos cuerpos dentro de la espera.

 

 

Lápidas funerarias

Dijiste que nos veríamos dentro de cuarenta años y míranos aquí, enterrados bajo la arena que nos abrazó en su verano; bajo el atardecer que nos vio ser su sol.

Y allá arriba, sobre las lápidas que llevan nuestros nombres hay dos reemplazos a estas corporalidades que solo significan la muerte de nosotros y el inicio de alguien más.

 

 

Putrefacción

Esta casa ya no abriga ni me hace sentir mía. Se derrama pintura negra desde el tejado hasta el piso que me sostiene. Las paredes que me vieron arder en carne y hueso son testigo y partícipes de esta batalla metafórica que inició el pasado julio.

La pintura llega a mis talones y no hay nada más que hacer que derretirse junto a sus químicos enfermizos que llegaron como ola en castillo de arena veraniega. La casa ya no es casa, es putrefacción oscura que refleja los llantos irrespirables que se soltaron en la enfermedad.

 

 

Julieta Salazar Maturana (24) es estudiante de periodismo y amante de la escritura. Durante los últimos años ha incursionado en la poesía de verso y últimamente en la prosa. Le encanta leer la letra de las canciones porque es como leer poesía musicalizada. Encontró refugio en la escritura, donde considera que es posible abrazar el dolor y la nostalgia, siempre de la mano del baile de sus letras y la constante creatividad. Ha publicado escritos en Revista Galio, Catáloga Revista, Revista Cardumen, Zine Lava y Ediciones Inti. Sus temas a abordar deambulan entre el cuerpo, el dolor, las variaciones de ánimo y la enfermedad. Así, a través de la palabra escrita, ha podido expresar aquello que difícilmente se expulsa en la oralidad

 

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