Poesía: Convulsiones y otros poemas. Isabel Jerez

 

 

Recibe este rostro mío, mudo, mendigo.
Recibe este amor que te pido.
Recibe lo que hay en mí que eres tú.

Alejandra Pizarnik

Un enjambre de rostros por simular
espacios entre trizaduras
la resaca se arrastra seca

 

RETORNO

 

Recuerdo la anemia de abril

un silbido hueco

tropezando en mi interior sangrante.

 

Mi voz tartamudea

en espacios quebrados

que descomponen la carne.

 

Retornar es un vaso trizado

la herida coja

la pestaña de polvo

la membrana desmesurada.

 

Taquicardias insomnes habitan mi tráquea,

aquí lloro

aquí estoy

aquí habito.

 

Despedazo mi cuerpo

para no engendrar otro abismo;

exilio escéptico

que remueve los huesos de este vacío.

 

 

PARTO

 

He aquí

la herida de parto sin saturar

cascara rabiosa

que escupe delirios de sangre.

 

La tartamudez de quiltra

la de culo cagao

la huacha negra desnuda.

 

Una costra de barro pujante.

 

 

HUIDA

 

I

 

En algún lugar que desconozco,

he de morir varias veces.

 

Morir de peste

Morir entre el hambre y el lobo

Morir para retornar a la infancia.

 

Sé de una niña

y sus pasos amputados.

Aún no aprende a hablar,

tal vez en otra vida,

en otro yo.

 

II

 

¿La soledad es permisiva?

 

Me dejo secar en su regazo

y en la fatiga de su discordia.

 

Muerdo las extremidades de su recuerdo

para perderme en tiempos de sequía,

mientras balbucea consonantes despobladas

que retratan mi adicción por la vida no vida.

 

III

 

Solo queda el rumor de la que nunca fui.

 

 

DEMENCIA

Verano, 2004

 

Palabras rompen garganta en un mundo hecho a mi medida. La madre de todos que fui, arcada de nadie. He fijado mi llanto en el tiempo. Rugir de estrella que condena, el cuerpo huye. Nunca tuve otoños, inventé rosales en el aire arrojando dieciséis vidas perdidas. Ventanas, ventanas, ventanas, cuándo un amanecer. Tanta ausencia, para nunca más ver, mi luto.

 

 

CAÍDA

 

Pellejo de mi lengua, el sol aletea espantos, bostezando, empalada, mis huesos se astillan. Voy. Inclino sienes, rostros que simulan burbujas, veredas que escupen sangre, ladrido nocturno, la mañana que canta este cuerpo atesora este miedo. Miedo a caer. Miedo a parir tierra. Voy. Visto de harapos. La piel rasguña, silencia, crujidos de almohada, animal que duerme en la herida.

 

 

ENCUENTROS

 

A Ja, por su indolencia.

 

Y aún construyo encuentros imaginarios en distintos espacios muertos. Sé que te has ido, tú con el hambre. La luna roedora que tirita en la punta de tu ombligo continúa crujiendo cuando estrecho los muslos. Fingías que yo podía ser esa vereda que flota alrededor de tu ventana. Y aún construyo encuentros, y atrapo los segundos, y recolecto cadáveres para armar algún aroma que me recuerde tu rostro cayendo sobre mi mentón, esa tela luminosa donde me pierdo y mendigo, es tan cierto saber que, terriblemente cerca, ya no estás.

 

 

NOSTALGIA

 

Escribo para desenterrar esta melena, cabecera de piojos, nostalgia de pobre. Escribo porque aún duelen las cosquillas en la nuca, los pies mojados al despertar, el catre de fierro. Escribo párrafo, palabra, consonante, inicial de mi cólera, agujero en la calle, fetidez de mi boca. Por qué escribo. No hay retorno. Cautiva del frio vuelvo y me hago paredes, cargo los hijos de mis antepasados entre los dedos, murmuran que no duermo. Escribe, escribe, escribe, me digo. Calambres, cenizas que no saben ser sopladas. Huracanes, labios desnudos chocan entre sí, sin saber decirse. Desnudos van y abren metáfora de una demente. Ahora sé porque escribo. La calva, el padre, la rabia. Aún tiembla el aroma a fiesta.

 

 

HISTERIA

 

Estas palabras tercas que soy. Las pupilas se dicen, dicen, me dicen. Repetir la histeria hasta quebrar el suelo, porque no sabe de tus pasos, no tiene tu acento. No entiendo, me rebusco, me aíslo, derramo el silencio sobre tu torso, imagino la niña que nunca fui y duele. Como dolor de entrañas, mejillas temblorosas, lenguaje precoz. La torpeza habla bajito, se hace nudo en la lengua, rueda por el vientre y mis pequeñas piernas. Cuántas noches podré decirme, abandonada, transparente entre olas de cemento. Cuántas veces podré fluir en tu cariño impasible. Devoro por dentro otoños que sustituyen quejidos, anhelan mi ser aferrado a ese aire desértico.

 

 

RESTOS

 

No hay lugar geográfico, no, no existe. Me alimento retraída, masticando tus rastros de lengua que guardé bajo las encías, para mantener tu temperatura como si estuvieses habitando mis mañosas formas de gemir. En el viaje me retuerzo, contracciones demarcan tu figura de huesos delgados. Buscar la muerte, para que veas mi rostro en alguna frecuencia que mezcle tus poros con mi boca. Hallar este amor, desbordado de tiempo que retorna a tu torso dormido. Rasguño mi cuerpo por dentro, intentando retener tus ojos en mi abanico de cabellos, el polvo entorpece tus pasos y destierra esto que invento para mantenerte quieto, porque aquí, aquí, aquí, secándose están las madrugadas de donde nunca desaparecerás. Quisiera que fueses testigo de cuando me despeino. Arrebátame el asco, muérdeme, aunque solo sea yo quien sienta tus dientes oprimiendo la muerte.

 

 

INSOMNIO

 

¿Qué hacer con esta noche desesperada? El oxígeno no cubre la sangre, me asfixio, delato mi origen. ¿Dónde oculto mis cuerpos? Intuyo pasarás recogiendo mis pesares, nuestra condena. Expando la garganta por toda la ciudad, atravesando paredes, cuidando muertos que no podré levantar. ¿Dónde está tu cadáver? Me pregunto ¿alguna vez oíste los gemidos que emanaban de mi cara huesuda? ¿Cómo arranco el camino que abre mis esquinas por dentro? Sacudo la tierra que llevo en los talones, cuelgo mi cabeza en tu silencio para secar las palabras que danzan en la boca de pez, boca de nadie, boca exiliada. La sed revienta en los dientes, murmura bajo mi espalda como se contraen mis piernas, flotando sobre el mundo roto en el aroma de tu nombre. Los días insisten, reconstruyen el lenguaje. Extraños signos llevo en la frente. Buscar morir, morir para cubrir de picardías el jardín de tu féretro vacío, inquietantemente vacío.

 

 

EMANCIPACIÓN

 

Acto: Se abre un portal en la habitación de tortura.

 

J: Cometiste un error.

Adriana: Tú no te llevaste las aguas, prometiste dejar seco el lugar. Decías que todo dolor era húmedo. Me siento caer, una esquina cuesta abajo en este cerro de olvido. Con ecos que se escuchan a lo lejos, porque cada día me hundo más, como sombra me veo en el reflejo de mi espejo, desaparezco, desaparezco, desaparezco en el aire que guía tus brazos.

J: Basta, cometiste…

(Adriana interrumpe)

Adriana: Por las noches sobre charcos de sangre, me revuelco, arde, entre fuego y rabia, me ahoga la niebla, el vapor. ¿Te quedarás hasta ver mi cadáver atardecer en tu cielo? Hoy le hable de ti a mis cicatrices, de como se contornea tu cuerpo sobre mi crimen.

 

 

REFLEJOS

 

Saberme extraña a este cuerpo, anido en trozos de espejo que no pertenecen a ningún sitio. Abro las vísceras, que me apuñalen todo menos mis vísceras, mis terribles vísceras. He abierto reverencias de vientres, susurrando a hierro lujurias en mi memoria atrapada, devota de mí. Hago muecas de truenos por estallar, en este cemento que ya no crece maleza, se expresa en el cielo la caída en lo más profundo de mis pies. Estruendo de huesos cruzados se agrupan en el paladar y caen en desfiguradas distancias de segundos. Todos tus espejos acribillados, los sentidos en un fluir de tiempo a secas, aislando el deseo. El placer es un escapar de mí, podrido, áspero, fatigado, la continuidad defectuosa de mi extravagante nombre, Isabel, Isabel, Isabel. Adriana se da a la muerte como Isabel a su filo. Nos abrirán las puertas de este ardor que invade las entrañas, prejuicios en la boca de tanta moral encadenada a la moral de tantas bocas. Terror mío, ansioso de vértigo muy en el fondo de mi sexo. Profano es caer en este precipicio, acorralada en mi propio crujir de manos. Reventar de dedos en mis adentros, ardiente, quejumbroso, vacío, vacío, siempre tan vacío. Locura sombría, mi espalda es una cama añeja que tritura el tambaleo de mis caderas. La vida se ha ido desde que se dio a luz este animal, criatura de tantas sombras, le grito convulsiones de tierra, paja en mi polvo. Destruir lo destruido hasta que se haga obra, en la tabla, en la muralla que cruza mi infierno, atrapada, atrapada, atrapada Adriana, en una raíz de carne que nos separa de los otros, como bestias forasteras en la misma propiedad. He de llorar un insomnio desgarrador, los ojos eternamente abiertos para ver un mundo que no me reconoce, el cual no he de habitar jamás. Soy la hija de nadie, sedienta de muerte, mi propia muerte, tristeza infectada, exquisita, húmeda, expulsada de rabia como infarto en anemia.

 

 

Isabel Jerez (28 de diciembre 1987, Capricornia), gusta del baile y la cocina, especialmente, la panadería artesanal. Ha participado en varios talleres literarios, entre ellos, con Paz Molina, año 2010, formando parte del colectivo de poesía Operaciones Secretas. Actualmente, prepara la publicación de su primer poemario llamado «Convulsiones», el cual se publicará virtualmente bajo el sello de Veleidosa Editorial. Trabajo construido en el Taller «El horror de habitarme», realizado por la poeta Constanza Marchant.

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