Narrativa: Estatuilla. Luis Daniel Álvarez

 

Pablo no es creyente, pero le fascina coleccionar imágenes de dioses egipcios y africanos, por eso pasó a comprar una estatuilla, que vio hace unos días, en un lugar de antigüedades y de objetos arábicos. El señor que lo atendió estaba vestido de árabe. El local olía a incienso de manera exagerada al límite que descomponía con apenas entrar. Pablo no fue la excepción: sintió asco que casi vomita, y tuvo que soportar hasta que el vendedor terminó de  comentarle la historia de la diosa egipcia Sekhmet que estaba tallada en la estatuilla.

Al llegar a su departamento dejó la estatuilla de Sekhmet sobre el mostrador. Luego leyó un libro que su abuelo le regaló sobre mitología para aprender más sobre la diosa; hasta que la hora de macharse para juntarse con sus amigos para ir a tomar en un bar.

Esa noche, entre tragos, humos de los cigarros y porros, luces psicodélicas y chicas, conoce a Yolanda. Charlaron un buen rato, rozándose el cuerpo. Luego salieron del refugio y regresaron a la casa de Pablo. Ambos cogieron en una cama desarmada, debajo de un cuadro de Dark Side of Moon, de Pink Floyd.

Al día siguiente, Pablo se levantó para ir al baño, pasó por el comedor para apagar la luz que dejó prendida. Se detuvo frente a la estatuilla porque le pareció ver que se movió, pero se auto-convenció que solamente fue efecto de la resaca. Al salir del baño, se dirigió hasta la cocina para tomar agua y fumar un pucho. Cuando pasó por la cajonera siente la sensación de que la diosa gata, la estatuilla, lo miró de manera amenazante y que lo siguió con la vista. Razonó que todo era efecto surtido por su caminar embriagado. En la cocina, abrió la ventana y prendió un cigarro. La flaca se levantó semidesnuda, solamente con una bombacha, se acercó y le dio, a Pablo un beso en los labios. Ella le tomó la mano que sostenía el cigarro y se lo llevó a su boca, dio unas secas profundas. Ella sacó dos botellas chicas de cerveza, la destapa y se quedaron tomando y fumando al frente de la ventana que da al pasillo del departamento. Una brisa fresca atraviesa la tela mosquitera y les acaricia la cara. Luego, con un juego de miradas se sedujeron sumando un juego de manos para despertar la complicidad de las partículas que levantaron las banderas de sus respectivas bellezas. Se aproximaron los labios y dejaron atravesar sus lenguas para entrar a saborear las capsulas de salivas. La corriente de sangre hirviendo movieron a sus huesos y como en una danza de cadáveres se fueron a la cama.

Pablo, al pasar por el mueble donde dejó la estatuilla, volvió a sentir la oscura impresión de que un animal lo miró. Ignorar fue la única solución que le ocurrió en ese momento. Él está hipnotizado por un ángel que vino a visitarlo y que por su naturaleza prefiere fornicar.

Ambos se volvieron a despertar al mediodía. La flaca se levantó, se cambió, besuqueó a Pablo. Él le dio unos puchos y ella se marchó. Pablo quedó destruido en la cama a causa de una noche de alcohol y sexo. Después de levantarse, siente que le arden las costillas y la espalda. Vio en la sábana un poco de sangre, en el lado en el cual dormía. Se acercó el espejo y vio unos arañazos en su lomo. Pensó que fue la muchacha, pero si no se confundió, y por lo poco que recordó, las uñas de sus dedos no eran largas, terminaban en el borde de sus dedos. Le mandó un mensaje reclamándole los arañazos. Ella le respondió que no le hizo nada, y le aclaró que no tiene uñas largas, para confirmarlo le mandó una foto para que creyera.

Dejó de pensar. Fue a buscar unos cigarros y la billetera que estaba en el mueble donde dejó la estatuilla. De un movimiento brusco la derribó. Puteó. Vio como estalla Sekhmet en el piso. Fueron en vano los movimientos que realizó para tratar de agarrarla en el aire. La estatuilla se partió en mil pedazos. Quedó destrozada, hecha polvo. Pablo vio como un humo fétido llegó hasta el techo. Luego fue a buscar la pala y la escoba para limpiar. Apenas terminó de dejar en orden al suelo, sintió unos arañazos y escucho unos maullidos dentro de su habitación.

 

 

Luis Daniel Álvarez (28 de enero de 1988 en Andalgalá, Catamarca). En poesía publicó: «Pueblo y rebelión» (2013), «Vuelo onírico» (2015) y “Pájaros de aguardiente” (2017), “Transeúntes” (2020) “La desnudez del oasis” (2020) “Imaginar” (2022) “El Mar” (2022) “Antiestrés” (2023) “Las aves de mi jardín” (2023). En narrativa: “Sueños encajonados” (2015) “La fama de Edward Arparigowsky” (2019) Dirige la página web de cultura «La tuerca andante» https://latuercaandante.wixsite.com/website/blog  Instangram: @danielalvarezlit

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