Su cuerpo fue hallado a -12°C en el puente, a la entrada de Sabiñánigo. Rígida como una escultura de hielo, vestida únicamente con una bata de conejitos, descalza y con rastros de lágrimas congeladas en sus pálidas mejillas.
El cadáver fue identificado como Sarai, 15 años. Un vecino la había encontrado a las 07.30 a.m. en su paseo matinal.
El equipo forense calculó que había fallecido en torno a las 3.00 a.m. de hipotermia.
Las temperaturas en esta región localizada entre el Pirineo Aragonés y el puerto de Monrepós descienden por la noche a -12°C, pudiendo llegar a -20°C en las noches más frías del invierno, cuando el viento de las montañas hostiga sin compasión al valle de Tena.
Los policías supusieron un caso de suicidio. La joven pertenecía al pueblo de Jaca, situado a unos 19 km de Sabiñánigo, unidos por una estrecha carretera nacional.
Los indicios apuntaban a que Sarai dejó su casa aproximadamente a las 22.30 horas, cuando su madre se había marchado a trabajar. La adolescente vivía en una pequeña casita rústica y muy encantadora detrás de la Ciudadela de Jaca, desde allí es posible salir del pueblo sin ser visto. Entre las bajas temperaturas y los caminos solitarios no es de extrañar que nadie la viera en todo su camino hasta Sabiñanigo.
Se sospecha que salió de casa ya descalza y con solo la bata, los forenses no encontraron ropa interior ni indicios de violación en el escenario.
La joven decidió andar 20 km en plena oscuridad, con un frío atroz por una estrecha carretera comarcal a menos de 0°C de temperatura hasta que llegó al puente.
Todo apunta que se sentó allí aproximadamente a las 02.30 am. A las 02.45 a.m. comenzó a nevar ligeramente. La forense principal data la hora del fallecimiento por congelación e hipotermia a las 03.30 am.
Tenía una melena roja teñida y una tez pálida. Podía pasar por una muñeca de porcelana, quizás una broma macabra para cualquier conductor.
De ahí, que su cuerpo no fue encontrado hasta las 7.00 a.m. cuando la familia dio la voz de alerta de su desaparición. A las 07.15 a.m., un anciano paseando por la comarcal la encontró.
Tras hablar con la familia, en claro estado de shock, sacamos en claro que la joven no padecía trastornos mentales. No tomaba ningún tipo de medicación y sus mejores amigas aseguraban que no había habido ningún altercado en clase y no llevaba una vida muy activa fuera de clase. Iba a patinaje sobre hielo, salía con sus amigas de compras y se dedicaba a estudiar.
Estábamos a punto de archivar el caso cuando la forense nos volvió a llamar.
La joven de 15 años mostraba indicios de haber estado en etapa de gestación, 6 semanas de embarazo.
Todo hubiera sido más simple, un caso de joven con ansiedad por un embarazo no deseado a una edad tan temprana.
Pero algo no encajaba.
No había amigos cercanos, novios conocidos ni profesores a los que mereciera la pena investigar.
Un flash, una idea surgió en mi cabeza, como un rayo impactando con violencia. contra un tejado.
Acudí al domicilio familiar con un equipo forense. Encontramos ropa interior escondida en unas cajas de libros de 5° de Primaria. Tras unos análisis de la ropa interior, descubrimos restos de semen.
Tras varias horas, un hombre tocó a la puerta de la comisaría.
Alegaba ser el padre del bebé.
Y el padre de la joven.
Delante de todos, durante años, la simpática, dulce y extrovertida Sarai había sido violada y abusada por su padre. Alegaba ser débil de espíritu y confesaba cada día para redimir su alma.
―¿Era usted consciente del embarazo de su hija, cuyo progenitor es usted? ―le preguntó el jefe de policía.
―Sí.
―¿Está usted en pleno uso de sus facultades mentales?
―¿Por qué no iba a estarlo? Trabajo en la clínica dental y llego tarde a mi turno ―dijo mirando con calma el reloj de la pared.
La sala se enfrío mientras el hombre se quitó su jersey. Miró a una de nuestras nuevas agentes, que abandonó la sala.
No la volví a ver más. Solo supe que se marchó al sur.
―¿Podría decirnos que hacía su hija embarazada… de usted… deambulando descalza a -12°C durante más de 18 km. en plena madrugada?
―Ella quería abortar ―dijo el hombre, cuyos ojos siniestros hacían pensar en cómo nadie de su entorno pudo percatarse de semejante crimen.
―¿Y usted no?
―Abortar es pecado.
La sala de policía se sumió en un silencio absoluto. Atónitos, lo vimos sonriendo con una sonrisa perfecta, característica de anuncio de Vital Dent.
―Su hija de 15 años, abusada durante 7 años por usted, queda embarazada de usted y se suicida tras andar descalza, en el frío, por hipotermia… y su satisfacción se encuentra en que no ha habido aborto. ¿Es correcto? ―repitió la levemente temblorosa voz del jefe de policía, mientras la grabadora seguía grabando los hechos.
Podría jurar que la temperatura en la sala había descendido a -30°C, mientras aquel despojo humano estaba en manga corta tras quitarse otra manga.
Podía sentir al mismísimo Satán reflejado en el iris de sus ojos.
―Sin pecado concebido ―sentenció el acusado.
Sonrió de soslayo y volvió a repetir con un tenue murmullo
―Sin pecado concebido.
Esa misma tarde, recogí mis pertenencias y entregué mi carta de renuncia.
Quince años después de aquello, aún puedo ver aquellos ojos satánicos y el cadáver azulado de la niña en su bata de conejitos abrazándose a sí misma en aquel puente, los pies ni tan siquiera le habían llegado al suelo de la forma en que estaba sentada.
Quince años después y aún sigo sin dormir en oscuridad total.
Pese a todo, no he resuelto mi mayor misterio. Desconozco si detrás de aquel atroz crimen se encontraba Satán o la maldad humana.
Les dejo a ustedes que reflexionen sobre cuál de las dos alternativas les causa más pavor.
Celia Espadas Robles (Granada, 1993). Filóloga inglesa (2016) Máster en profesorado en Educación Secundaria, Bachillerato, FP y escuela de idiomas (2018) por la Universidad de Granada. Actualmente es traductora freelance para la Editorial Derkálih y correctora para la revista «Autores» de Lermontova Publishing House. Ha ejercido desde el 2012 como profesora de inglés, español para extranjeros, francés y diversas ramas de Humanidades en academias y por particulares. Como escritora, es la autora de la novela «El Ascensor de Turing» (2023) y participa en el poemario «Autores» (2023) editado por Lermontova Publishing House. Con anterioridad, ha publicado con la editorial Artificios en la antología de relatos «Amor con Humor» (2017). Participa asiduamente en la revista literaria «Autores» de la editorial Lermontova Publishing House y en la revista chilena «Montaje». Taekwondista de corazón y ávida lectora de Cormac McCarthy, Mary Shelley, Wislawa Szymborska entre otros. Instagram: @celiaespadasny