Ya estaba oscuro y un hombre muy importante en el segundo piso de su casa en el barrio alto abrió la ventana que daba al patio. Miraba con atención las flores y los arbustos que adornaban ese gran espacio simétrico, mientras el cuerpo le punzaba por el frío que se le colaba por entre el cuello del pijama entreabierto.
Su esposa lo llamaba, pero no quería escucharla. Solo deseaba continuar atento a lo que pasaba afuera, como si todo le resultara extremadamente sospechoso. Hacía un rato, entre los arbustos, había creído escuchar un ruido, movimientos, y aquello lo mantenía preocupado o, más que preocupado, angustiado. Nada se asomaba por entre las hojas verdes que rodeaban su jardín, ni ninguna voz susurraba siquiera una sílaba en medio del silencio. Pero un oscuro presentimiento ya se estaba formando en su cabeza.
–Gatos culiaos –murmuró nervioso–. Voy a hablar con los de seguridad para que los hagan cagar a todos.
Una brisa helada le raspó la cara. Cerró la ventana. Se dio vuelta y miró a su mujer. Se había quedado dormida tapada hasta las narices.
El hombre muy importante suspiró y se rascó la cabeza.
¿Qué iba a hacer la gente cuando el Tutti Frutti llegara?, pensó. Ambos eran viejos ya, él y su mujer, y no importaba. Pero los demás ¿podrían sobrevivir? ¿Podrían siquiera defenderse? ¿Podría el pueblo huir o tal vez salir indemne de las garras del maldito Tutti Frutti?
Negó con la cabeza.
Sí, ya eran viejos. Pero ¿saben?, el pueblo también. Aunque de espíritu, no en años. ¿Qué iban a hacer? ¡Ja! ¿Una protesta? ¿Quemar una bencinera? ¿Otra marcha ridícula por la Alameda ondeando sus estúpidas banderas rojas, verdes o azules, gritando sus progres e inocentes consignas? ¿Qué iban a conseguir?
No, el Tutti Frutti los haría pedazos, un río de muchos colores pasaría sobre ellos, como una mano gigante que cierra y oscurece todos los sueños, todo el futuro. No quedaría nada.
–Nada –susurró–, ni una hueá.
De pronto suspiró y volvió a mirar a través de la ventana. Abajo una sombra pareció moverse y ocultarse enseguida. Abrió la ventana de nuevo de golpe. El hombre muy importante asomó la cabeza y otra vez pudo notar la sombra esquiva, pero ahora acompañada de un extraño ruido . Las hojas de los arbustos y los árboles se movieron.
Se preocupó y pensó en bajar al primer piso a ver qué mierda pasaba. Pero no lo hizo y volvió a juntar el ventanal por el frío. Se quedó allí imaginando, hablando consigo mismo. ¿Quién podría ser tan hueón para venir a interrumpir el sueño de uno de los hombres más importantes del país?, se dijo.
Tal vez eran los malditos del Frente Humanista Animalista Lésbico que querían atacar de nuevo con sus flores y gatos –¡oh, no!, no otra vez–, listos para chorrear salsa de soya sobre su piso fino y alfombrado. O quizás llegaban marchando, con cientos de mujeres en una partuza abominable, avanzando a través de orgasmos y feromonas, reptando por el piso con sus cuerpos macabros. ¡Mejor!
Sí, podía ser, podía ser eso o cualquier cosa. Los rotos atacaban sin descanso, cuando uno menos se lo esperaba. ¡Ja!, la esperanza. ¡Ja!, la conciencia cívica tan sobrevalorada. El maldito Tutti Frutti haría cagar a todos estos pelmazos sin misericordia, con solo una funa, infinita y sin cuartel. Ya lo verán, ratas asquerosas, ya lo verán.
El hombre muy importante, el viejo muy importante, dejó de pensar y puso su mano sobre la manilla de la ventana. En ese momento no podía imaginar nada. Es más: ni siquiera presentía lo que estaba por ocurrir. Solamente empujó la ventana por el vidrio y esperó que el aire de su dormitorio se renovara con uno cada vez más frío y ruidoso.
Iba a volver a la cama, con su mujer, al calor y al relajo de las mantas, cuando alguien se abalanzó sobre él, como una brisa rápida y furtiva, y el taco de un zapato de mujer se enterró en su pecho. El estrépito de la caída despertó a la vieja. El hombre muy importante la observó desde el piso y vio su rostro aterrado. Trató de incorporarse, pero entonces otra sombra apareció por la ventana y cayó sobre él.
–¡Auxilio, auxilio! –comenzó a exigir con desesperación la vieja o la dama muy importante.
–¡Cállate, vieja culiá! –gritó el que había entrado primero y ahora encendía la luz. Llevaba un fusil y apuntaba en dirección a la cama. Vestía una minifalda negra y una media le cubría el rostro.
–¡Al suelo, conchetumadre! –gritó el otro, que usaba minifalda roja y también llevaba una media en la cabeza.
–¡Al suelo, mierda! ¿Que no escuchái? –ordenó el de mini negra, apuntándole al hombre muy importante.
Ambos viejos hicieron caso. La mujer lloraba y el hombre trataba de calmarla. Los dos tipos caminaban por la habitación en sus tacos aguja sin dejar de apuntarles.
–Llévense lo que quieran –suplicó la vie… la señora muy importante–, pero no nos hagan daño.
–Si fuéramos simples ladrones, habríamos desvalijado la casa sin despertarlos –gruñó el de mini roja–. Así que guárdate tus suplicas y llantos clichés. Hemos venido por el Tutti Frutti.
–Sí –dijo el de mini negra, mientras buscaba alrededor–. ¿Dónde lo tienen?
El hombre muy importante se quedó en silencio e inmóvil en el suelo. Con espanto miraba a los dos tipos armados. ¿Cómo chucha saben del Tutti Frutti?, se preguntó
–¡Qué! ¿Qué me mirái con cara de hueón? –dijo el de mini roja–. ¿Creíai que no sabíamos la hueá?
–Venimos del futuro, conchetumadre –gritó el de mini negra, apuntando a la cabeza del viejo–. Sabemos toda la hueá que tienen planeada.
El hombre muy importante no podía hablar. ¿Quién chucha había abierto el hocico? ¿Palacios, el de Defensa? ¿Walker de Economía? ¿O el ahueonao de Stevens? Sí, fue Stevens, se dijo, ¿quién más podía ser?
–No sé de qué me habla –respondió entonces el hombre muy importante–. ¿Qué es Tutti Frutti?
–¡Ya!, no te hagái el hueón, culiao –amenazó el de mini roja–. Contesta o te atravieso la cabeza de un tunazo.
–Mejor mátalo, Hugo –sugirió el de mini negra–. Está puro hueviando.
El de mini roja se arregló un poco su prenda y se acercó hacia el hombre muy importante. Lo encañonó con el fusil. Respiraba hondo.
–Mira, hueón –le dijo–, nosotros no tenemos nada que perder. Un hueón más que nos echemos da lo mismo. Dejaste la cagada con el Tutti Frutti y vinimos a ver si podíamos hacer algo antes de que sea demasiado tarde.
–Pero es que no sé… yo no puedo hacer nada –negaba el hombre muy importante, hablando con dificultad–. No lo tengo, no está acá…
–¿Dónde está entonces? –preguntó el de mini negra de manera violenta, a punto de perder la paciencia–. ¿Quién lo tiene?
El hombre muy importante los miró a ambos. Durante unos segundos los estudió detenidamente, mientras seguían apuntándolo y amenazándolo.
–¿Vai a hablar, conchetumadre? –dijo el de mini roja–. ¿O te pego un tunazo ahora mismo?
El hombre muy importante murmuró algo, pero luego se quedó en silencio, mirándolos.
–Ya, dispárale nomás –exclamó el de minifalda negra–. Nos está puro hueviando.
–No, no… esperen. Está abajo –dijo finalmente el hombre muy importante–. Lo tengo abajo, en la caja fuerte.
Los dos tipos se miraron y asintieron. Se arreglaron un poco las minis y dejaron de apuntar. El hombre muy importante vio aliviado cómo los sujetos bajaban las armas y ni siquiera se fijó en las musculosas piernas ni en los bultos peludos que sobresalían bajo aquellas breves prendas ajustadas.
–¡Vamos! –dijo el de mini roja, arreglándose la media que le cubría el rostro–. ¡Vamos, levántate! Levántense los dos. ¡Ya, señora!, camine para acá, vamos a bajar todos.
El hombre muy importante miró a los ojos a su esposa y ella, al verlo, se puso de pie. Caminó hasta él.
Lentamente la pareja importante comenzó a bajar las escaleras, seguidos por los viajeros que habían vuelto a apuntarlos con las armas. El hombre muy importante se fijó en uno de los brazos del de mini negra y se dio cuenta de algo que antes no había advertido: la piel.
La tonalidad era extraña. Parecía moreno, pero algo en la pigmentación no correspondía a una persona con ese color de piel. Había algo que no iba bien en ella, que no le pertenecía. Era como si la muerte hubiese tomado aquel cuerpo y ahora no quedara más que una tonalidad pálida, híbrida y sin definición. Al observar al de minifalda roja vio los mismos detalles, aunque un poco más acentuados. El hombre muy importante suspiró y siguió caminando, aguantándose las ganas de gritar y correr. Aquello era el futuro, se dijo, el horror.
Los viajeros apenas podían mantener el equilibrio con los tacos aguja y las medias dificultándole la visión. Al llegar a la caja fuerte, el de minifalda roja se quitó la panti de la cabeza y dejó a la vista un rostro aún más pálido, sin tonalidades precisas, casi transparente, que trataba inútilmente de formar en su rostro la expresión que le pedía aquel instante.
El hombre muy importante se impresionó por la juventud e ingenuidad que tenía el semblante de aquel tipo. ¿En serio estos eran los guerreros del tiempo? ¿Esto era lo mejor que podían enviar los imbéciles del futuro? ¿La humanidad revolucionaria?
Suspiró. Lo más sereno que pudo comenzó a girar la rueda para introducir la combinación de la caja. Eran pocos números, pero ese instante le pareció una eternidad. Finalmente se abrió, dejando a la vista dinero, mucho dinero, joyas y un tazón de porcelana de colores que alguna vez fue de su tía ya fallecida. El hombre tomó el objeto y ceremoniosamente se lo entregó al de mini roja.
–Ahí tienen –dijo–: el Tutti Frutti.
Uno de los viajeros lo tomó y lo olió. Llamó a su compañero y ambos se quedaron observándolo como si fuese el Santo Grial, moviendo las manos y comentando.
Sin embargo, al mismo tiempo, sus rostros abúlicos no parecían mostrar ninguna emoción. Aunque se empeñaban y trataban de parecer interesados, no sabían qué cara poner o qué gestos hacer. Era demasiado para ellos, una comedia absurda e infantil.
Ninguno quiso el dinero. Ni siquiera lo miraron. Solo tenían ojos para ese tazón de mierda. Lo peor era que el de mini roja lo frotaba con las manos y luego tocaba el interior, mientras que el de mini negra solo se limitaba a observarlo, haciendo comentarios de cuando en cuando, sin saber que más decir. Parecían hipnotizados.
El hombre muy importante justamente estaba esperando eso, que los viajeros se distrajeran para escapar por la puerta. Cuando se dio cuenta de que ambos imbéciles ya ni los miraban, tomó la mano de su mujer y comenzó a correr.
–Vamos, María, ¡corre! –dijo–. ¡Apúrate!
Trataron de mover sus débiles huesos lo más veloz que pudieron, pero aun así no alcanzaron a separarse más de dos metros antes que los otros comenzaran a disparar.
–¡Cagaron! –gritaron los muchachos–. Ahora sí que los matamos, viejos de mierda.
Al llegar al antejardín, el hombre muy importante le envió un whatsapp al jefe de seguridad y otro a los pacos. Los cuerpos de los guardias del turno de la noche yacían en el suelo, en medio de grandes charcos de sangre y con sus rostros picados por manchas de rouge.
La mujer gritaba y corrió en dirección a la entrada, donde estaban los autos, sin embargo, al llegar allí se desesperó al recordar que no tenía la llave.
–¡No puedo abrirla, Eduardo! –gritó–. Vamos a morir.
El hombre muy importante se tomó la cabeza, pero enseguida consiguió dominarse.
–Cálmate –le dijo a la mujer–. Tenemos que buscar donde escondernos hasta que lleguen los pacos. No te angusties.
Siguieron corriendo, ahora hacia al patio trasero. A sus espaldas, las voces y los pasos de los viajeros se escuchaban cada vez más cerca.
–¡Viejos de mierda! –gritaban–. ¡Los vamos a matar! ¡Den la cara!
El hombre muy importante y su mujer entraron al cuarto de lavado. Se escondieron detrás de una lavadora vieja y esperaron abrazados, con sus respiraciones entrecortadas y sus corazones palpitantes. Permanecieron en silencio. Estaban aterrorizados, escuchando los pasos y las voces de los viajeros que los buscaban desesperados. Todo parecía perdido.
–Mierda… Mierda –murmuraba el hombre muy importante.
Ambos sentían que no les quedaba mucho tiempo antes que descubrieran su escondite. Abrumados, los señores muy importantes se abrazaron, esperando lo peor. Cerraron los ojos, como hacía mucho tiempo no lo hacían. Por un momento, al hombre muy importante eso le pareció agradable. Sintió que viajaba a épocas felices.
Fue entonces cuando oyeron un ruido en la calle.
–¿Escuchaste, María? –preguntó él–. Un auto.
Ambos apenas respiraban y oían expectantes. Enseguida sintieron el ruido de alguien cerrando la puerta del vehículo y luego se escucharon disparos. A los pocos instantes comenzó una balacera, con cargas de metralleta que estallaban como petardos en una noche de Año Nuevo, casi como si se estuviese viniendo el mundo abajo. Era una guerra en el antejardín de su casa.
De pronto, los disparos dejaron de oírse. Hubo gritos. Su mujer lloraba, pero no parecía en shock. Se veía muy afectada, eso sí, muy asustada. Por primera vez, después de mucho tiempo, el hombre muy importante la observó y volvió a sentir ternura por ella, amor. La abrazó y acarició su rostro.
Solo la voz del jefe de seguridad, acompañada de la de los pacos, lograron sacarlos del terror en que se encontraban. Jamás la señora muy importante había disfrutado tanto la voz de aquel hombre de modales tan horribles.
Con cuidado, la pareja abrió la puerta del cuarto de lavado y salió al antejardín. Allí, en medio de un puñado de carabineros y tiras, se encontraban los dos viajeros en el suelo, cubiertos de sangre y con sus minis subidas hasta el pecho. La señora muy importante se tapó los ojos y miró hacia otro lado. Luego fue a sentarse sobre una piedra y comenzó a llorar otra vez.
El paco de más alto rango se acercó al hombre muy importante y le pidió que conversaran en privado. Luego, uno de los tiras también llegó hasta ellos. A los dos les dijo que los jóvenes habían entrado a robar. El paco y el tira estaban asombrados, sobre todo por el color de la piel de aquellos tipos. El hombre muy importante no pudo decirles mucho sobre esto y se mostró tan sorprendido como ellos. Alguna nueva droga, quizás, les dijo encogiéndose de hombros, mientras alguien le devolvía el tazón de colores.
Afuera en la calle la gente y los vecinos comenzaron a agolparse para saber qué mierda había pasado. El hombre muy importante les hizo un gesto para que se fueran, pero no le hicieron caso o quizás no lo vieron. Se molestó y les gritó un par de insultos. Luego fue junto a su mujer y la abrazó. Qué más daba, se dijo, al menos ya todo había terminado.
Al día siguiente en su casa, se encerró en su despacho y llamó por teléfono a Stevens. El funcionario se encontraba en Londres, justamente en ese momento estaba con el primer ministro británico. Se excusó y le dijo que era una llamada de Estado y que debía contestar. Nadie podía hacer esperar al hombre muy importante.
Stevens contestó en el baño y escuchó todo lo que había sucedido a miles de kilómetros en la residencia del hombre muy importante.
–¡Hueón! –le dijo–, yo no he abierto la boca.
–Puta, hueón, ¿y cómo sabían entonces?
–No sé, hueón. ¿Y estái seguro de que eran del futuro?
–Sí, hueón, estoy seguro. Hubierái visto sus caras, hueón… ¡la piel! Te cagái.
–¡Chucha! Jaja. ¿Y en serio les pasaste el tazón de tu tía hippie? –preguntó Stevens, quien parecía tratar de encontrarle el lado cómico al asunto.
–Sí, hueón.
–¿Y se la creyeron?
–Todo el rato.
–Jaja. ¡Puta qué ahueonaos!
El hombre muy importante escuchó unos ruidos y golpes al otro lado de la línea.
–Excuse me, Mr. Stevens. ¿Are you okay?
–Yes, I am all right –respondió Stevens–. I am coming back, don´t worry.
–Ya, Lalo, te tengo que dejar –dijo finalmente Stevens–. No te preocupís, hueón, son puras hueás. Estamos listos con el Tutti Frutti.
El hombre muy importante cortó la llamada, guardó su celular y se quedó pensando. Luego encendió la televisión y la miró un rato, revisando si en los canales nacionales hablaban de lo que le había sucedido. Al parecer, lo de su casa la noche anterior no era noticia, lo que lo asombró. La agenda noticiosa la ocupaba una balacera en una bencinera donde habían resultado muertos unos carabineros y en otro canal hablaban sobre una misteriosa intoxicación en un importante centro cultural de la capital. El hombre importante esbozó una sonrisa con esto último.
Después de un rato apagó la televisión y se acercó a la ventana. La gente caminaba sonriendo y hablaba de cualquier cosa. No entendía nada. Sacó su celular y escribió “Tutti Frutti” en su estado de Facebook, esperando alguna reacción, pero solo Stevens y Walker acusaron recibo de este gesto, dándole un “me divierte”, mientras que Palacios le hizo llegar un meme.
El hombre muy importante se quedó viendo su celular un rato más y luego, presionando los botones de la pantalla, recorrió los estados y fotografías de sus contactos. Después abrió Instagram y Twitter, donde escribió una declaración pública sobre lo que le había pasado anoche. Al terminar, apagó el aparato.
Volvió a encender la televisión y se quedó un rato viendo el programa de farándula. Hablaban del nuevo disco de una banda punk que estaba subiendo en el ranking. Se llamaba Tutti Frutti.
Al oír el nombre, el hombre muy importante volvió a reír, tirando el control remoto a la silla. Allí había dejado el terno y la corbata.
–¡Jajaja!… –siguió riendo con ganas– ¡Puta que son ahueonaos!
Continuó riendo con tal fuerza que llamó la atención de su esposa que estaba en el living.
–¿Pasó algo, amor? –preguntó ella.
–No, nada –respondió él–. Es la tele nomás, mi amor. Están dando un programa humorístico.
–Pronto van a llegar los Robinson –le dijo–, es mejor que te vistas.
–Sí, sí. Ya voy.
El hombre muy importante rio por última vez, regocijándose en su éxito. Luego apagó la tele y se levantó de la cama. El Tutti Frutti había comenzado.
Gonzalo Vilo (5 de febrero de 1980, Coquimbo). En octubre del 2014 publicó su primer libro llamado Dark Side, un conjunto de historias sórdidas, y luego, en el verano del 2018, a través de ediciones Filacteria, lanzó Un Mundo Cualquiera, libro de relatos que están inspirados en la locura, la soledad y la alienación, que obtuvo, ese año, la beca del fondo del libro en el área de creación literaria. Paralelamente, desde el 2014, es el editor del sitio web Experimental Lunch, en donde, junto a un grupo de amigos, ha podido darle cobertura y compartir trabajos de muchos artistas underground de la región y del país, logrando ser una plataforma seguida no solo en Chile, sino que también en el extranjero. A principios de 2023 fue el lanzamiento de Tutti Frutti, su tercer libro de cuentos publicado por la editorial Marciano Ediciones.