Soñaban con abandonar su trabajo,
dejarlo todo, irse a la aventura.
Soñaban con partir de cero,
volver a empezarlo todo sobre bases nuevas.
Soñaban con rupturas y adioses.
George Perec
Fue el 27 de julio. Miré el reloj. 6:25 PM. Aceleré el paso.
Nos conocimos un martes, en un cumpleaños cualquiera, cuando salimos a fumar. Cuento corto, nos dimos los teléfonos. Chateamos durante todo el miércoles. Y quedamos de vernos al día siguiente.
Me gusta ser puntual. Aunque en esta ocasión me pilló la máquina. Y cuando mi jefe me pidió que, además del reporte de ingresos, adelantara una presentación a cliente, tuve que responderle “preferiría no hacerlo”. Y partí corriendo.
Demoré exactamente cuatro minutos y ocho segundos en llegar a la esquina de Seminario con Bustamante. Daniel no estaba. Revisé mi celular. Voy atrasado, disculpa. Me senté en una banca.
Y,
¿qué?
¿Acaso?
Quizá no
Llegaría a…
Por un momento pensé que posiblemente fuese un pelele de esos. De los múltiples con los que me he hecho colisión estos últimos siete inviernos de célibe. Como el periodo de vil suerte que produce el romper un espejo. Y esto me ofreció ilusión: vivir el último ciclo de suplicio, de tener que permitir este tipo de condiciones, de perpetuo intermedio. Y pretextos post coito como: es que no busco un vínculo, es que soy un estropicio. Y sigue, un conjunto de estiércol.
¡Ah, mansa paja para la calabaza!
Él me parecía un hombre deconstruido, no caía dentro de la categoría de los anteriores. En otras palabras, ese ser humano de sexo masculino, cuya filosofía que promulgaba era la de ser escéptico ante lo aprendido e inculcado a lo largo de su vida, no calificaba como alguien carente de lógica y sentido común.
Para dejar de darle vueltas al asunto, me concentré en el edificio que tenía enfrente. Cuatro pisos. Cuatro puertas en el primero, dos puertas conducían a una recepción. Ahí, el conserje tras una mesa. Detrás de él, los compartimentos para la correspondencia con los números de los departamentos respectivos.
En algunos se veían sobres blancos.
Un par de ellos estaban vacíos: el del 23 y el del 24. Quizás en esos departamentos no vive nadie, pensé.
La correspondencia del 42 explotaba. Quién sabe, en una de esas se tomó vacaciones, ¿en julio? Seguro que se trataba de un soltero sin hijos, que sale cada vez que se le da la gana.
Al lado de las puertas de la recepción, otras dos. Tal vez bodegas. O una bodega, y una sala tipo panel de control, de esas donde verifican los consumos de agua y luz de los vecinos.
A ese edificio lo llamé el cuadrado perfecto. Cuatro puertas en el primer piso. Cuatro pisos. Cuatro departamentos por piso. Un edificio cuatro por cuatro. Aunque 4 x 4 es 16, y 1 más 6 suma 7 y no 8, que sería 4 + 4… bah, el siete es el número de la divinidad, de la perfección. Estaba frente al edificio perfecto.
En cada departamento había un ventanal con un pequeño balcón. Los balcones del cuarto piso eran todos verdes, llenos de plantas. En uno del tercer piso, una bicicleta colgaba de forma vertical. Y en los tres restantes, se veían sillas. Los balcones del segundo estaban vacíos.
Del edificio salía la música de un piano, aunque no logré distinguir de qué ventanal. Intenté concentrarme para saber de dónde venía. Y al rato pensé, ¿será que el edificio cuenta con un salón de eventos con piano incluido? Ajá, eso me calzaba.
―Disculpa la tardanza, es que me quedé dormido. Ahora último las siestas se me están haciendo cada vez más largas. Y no me doy cuenta. Ya sabes, soy una persona nocturna, y esto es como madrugar.
Me sonrió.
Miré el reloj: faltaban diecinueve minutos para las ocho de la noche. Qué importaba. Yo quería mi cita.
Caminamos por la vereda de Seminario. Y le comenté: ¡qué ganas de vivir en ese edificio, es un cuadrado perfecto! Daniel me miró y dijo: ¿Cuál edificio? Le señalé la esquina. Es un sitio eriazo, me respondió. Dio media vuelta. Y casi corriendo, atravesó la calle y dobló por la esquina.
Cecilia Alfaro Gómez (Paris, 1985): Ingeniera civil industrial, amante de las letras en sus diversos formatos. En 2017 publicó en papel la revista «Guatitas, aspirante a pasquín gastronómico», cuyo sitio web se mantuvo activo entre los años 2014 y 2021. Este año ganó en la categoría novela con “Futrono” en los Juegos Literarios Gabriela Mistral. Participa continuamente de talleres de escritura y clubes de lectura. Reside en Santiago junto a sus dos gatos, Micho y Pimienta.
Me gusta la velocidad del texto, invita al lector continuar con la lectura y terminar cuan John Travolta, con una gran interrogante junto a un sitio eriazo.
Lindo texto, aunque dudo que alguien como tú calce en un cuadrado perfecto. Me encantó