“No es posible sino soñar, morir,
soñar que no morimos
y, a veces, un instante, despertar.”
-Rosario Castellanos
Génesis
Mientras me gestaban
un calor uterino
me abrazaba a la inocencia de un mundo
que iba a mantenerme viva.
Un orbe con caras sonrientes
de gentes con palomas en el pecho y luz en sus venas.
Pero nadie me dijo.
Cuando yo nací
la ceremonia daba a un vacío mi nombre.
Fui expulsada llorando para hacerlo en adelante,
pero sin señaladores para explicarles
que me duele aquí exactamente.
Que hay una tristeza en la médula
que el doctor no va a encontrar.
Es sabido que no estaba hecha para este rumbo.
En un principio ya se me había
negado el respiro sin complicaciones,
la constante carita purpura
en la que se me daba el “No” rotundo.
Finalmente, me vedaron del gesto materno más antiguo.
Forjaron mi destino de sacrificada
con la fuerza del miedo de mis antecesores,
esa mi entrega de convertirme
en el recorte espectral de mi progenitora.
Asirme al designio: Al pie de la letra
en un cuerpo represivo de piernas cerradas.
Todo hubiese sido si me hubiesen dejado.
Estoy en no saber cuánto más habrá de soportarles el corazón,
cuanto más cederá el hilo de sus vidas
para que acepten mi renuncia,
mi condición de bastarda a sus convicciones.
Una hoguera que consuma los estigmas generacionales
que cuelgan tras la puerta.
Cómo hacer para que no me confinen
a un error de la naturaleza.
Si hubiera un tiempo sin cronófagos,
si pudiera decirme sin palabras.
Dónde poder saberme libre
y enseñarles la anatomía de mi dolor,
porque con nombrar no es suficiente.
El daño son inenarrables
que no corren en el caudal del lenguaje.
Decirlos es mutilarlos.
Yo, lejana
La otra que se viste de mí
todos los días.
Que dice que ama así
hilando esperanza sin ganchillo ni tejedora.
Tiende en el aire anhelo,
llora una enfermedad desconocida.
Esa que no soy yo,
pero que dice que soy yo.
Y se jacta, se ríe.
habla en mi boca,
escucha en mis odios,
mis oídos.
La otra.
La lejana de Cortázar
que cruza el puente del tiempo
con su corazón en harapos.
Mi sustituta
susurra que es ella,
que le dé su crédito
a la que me escribo este poema.
Epifanía de lo ido
Como la poesía tú respondes
al llamamiento de la advenediza.
Te zambulles en el pálpito de su seno herido.
Qué escribirá,
qué recordará
siempre constante,
siempre a la que se arrulló en ti.
El recuerdo asistirá a la niña perdida.
El olvido como un recorte espectral
de lo marchito de ilusión,
lo dicho sin pensar
correrá tras del alba.
Solo así,
todo cederá a la evocación.
Entonces esa cama
vacía solo contigo
bañada del rocío de tus ojos.
Esas tus manos sin asirse a otras
y tu boca acorazada
será la confirmación de tu cuerpo soledoso.
La ausencia de ese amor primitivo que ama sin ti,
otras bocas esta misma noche,
muy lejos.
*
“Y ya nada son en ti las horas,
Las taciturnas horas que son tu vida.
Ni siquiera como ceniza
Oculta que trajeran
Los transparentes
Silencios de un recuerdo.”
Olvido, Fernando Charry Lara
No hay tiempo para pensar que ahora sí,
que aquel celaje ya ha descargado sus pesares.
Si el nocturno sigue sopesándose con una bruma terrible,
si la duda carcome desde la entraña
y se enrostra sobre una muerta que respira, sangra, llora.
El óbito se ciñe, se quita los zapatos.
Viene a dormirse a los pies de la cama.
Tiene el lugar de una fulana que no regresó.
La ansía de otro cuerpo se encarna,
lo soledoso disimula su destierro.
Se va entornando la puerta.
Pero, naderías.
No hay tiempo para pensar que ahora sí,
que el dolor se ha disecado.
Cronofagia
Regresa y mira a quien dice que es
pero no es, no está.
Nada entregan las memorias
solo fugazmente una sombra las trae,
a veces.
Se vive así,
aparatándole del lenguaje y esa lexis perturbadora.
Sin refugiarse en la sinonimia que le aguarde de insignificantes.
Aunque sobrevive la cronofagia
del nombre que arrasa todo cuanto puede
con dígitos sin retroceso,
con la llegada de un ocaso permanente.
Y no lucha contra tales cosas:
el despertar permanente,
el esqueleto de una ausencia,
la ocupación de esa tanatomanía.
Tan solo ha de preguntarse si todavía duele donde arañó.
Ha de reconocer que se ha quedado sin nada.
No hay destino; de hecho, nunca estuvo para ella.
Allá nadie espera porque todos se han ido.
Y dile dónde dejó la vida al abrazar la culpa.
De nuevo el cataclismo…
Ella no estará ni siquiera en el arrobamiento.
Las memorias se apoltronarán unas a otras,
confundiéndose.
Después de la entropía todo volverá a posarse
y dejará ir los restos de un difunto que nunca tuvo.
“Dale Señor el descanso eterno y brille para ella la luz perpetua”
Reconstrucción de ti
Llegas aquí con el cuerpo irredento
a llorar tu reflejo.
En el pasillo te enrostran equivoca,
pero ya estás aquí
a preparar la ceremonia de tus confines.
Abres las puertas de lo ido.
con sus engendros de lo inevitable
te reconstruyes a ti misma en todas las que fuiste.
Estando aquí la noche toma cuerpo
entonces te redimes a ella.
Traza tus pliegues sin espejos del mundo.
Es solo la noche
y los juegos de sus siluetas,
los imposibles en luminiscencias claras.
Porque aquí solo esta luz,
solo esta noche
acompañan tu vigilia soledosa.
Arrullada en un recoveco que vaticina tu condena
a transitar eclipsada,
mutilada las aristas.
Pero recuerda que estás aquí.
con el silencio de las cosas,
con el adormecimiento del mundo
solo tú puedes decirte con las que fuiste.
Y aquí sin escondrijos
con el nuevo amanecer del mundo a tus espaldas.
En el verdadero desnudarse
te ves en los ojos del recuerdo completamente construida.
Karol Loaiza, colombiana de 19 años, poeta y estudiante de cuarto semestre de Licenciatura en Literatura en la Universidad del Valle, sede Buga. Trabaja dentro de su universo poético temáticas como el amor sáfico y la sensibilidad femenina. Explorando la poesía no solo en su formato tradicional sino también en el collage y el fanzine. Recientemente, ha participado en convocatorias de poesía en blogs como Poesía de Morras y en el “Concurso Nacional de Poesía” 2023 de la Casa de Poesía Silva.