Narrativa. Dormir bajo la sombra del sauce. Manuela Belén Quiroz Navarro

 

La verdad es que nadie se acuerda ni nadie sabe cuántos años tiene el sauce llorón que está en la orilla de la acequia del jardín de la casa, de que tengo uso de razón que todos los chiquillos que viven en las cercanías del pueblo, cuelgan una soga y con impulso tremendo se lanzan al agua como si fuesen peces desesperados. Yo los tenía que cuidar a todos, ‹‹te sacaste el premiado››, me decía siempre la Chelita, que desde su silla de mimbre y con solo sus ojos sabía todo lo que estaba pasando.

Yo me dedicaba tranquilamente a meter mis manos morenas en las aguas barrosas de la acequia y así se me pasaba la hora, mirando que los chiquillos no fuesen a jugar a las chinitas, para ellos era la ocasión en que a temprana edad podían mostrar que tenían el control sobre el otro. En uno de estos juegos infantiles, Luchín que era el más pequeño ve de pronto que de las profundidades de este mar campesino aparece un hombre gigante, vestía un traje gris, lleno de algas viscosas que decoraban la solapa de la chaqueta roída. Su rostro era totalmente armonioso, hermoso, sus ojos resaltaban en esa faz misteriosa, pero segura. Chelita al entreabrir sus ojos, no puede creer lo que acaba de ver. En sus pensamientos de mujer de ya noventa años, retrocede como si nada justamente a la edad de Luchín y entre la nebulosa de sus recuerdos, suena la voz tierna de su madre alfarera:

―Mira Chelita, si tu vuelves a sacar barro de la acequia se te va aparecer el hijo de la bruja Mayra y te va a llevar de un de un ala.

―¿Y pa onde va llevarme mamita?, le pregunta Chelita con sus ojos vidriosos.

―Te va a llevarte pa su casa que está bajo tierra, pa la cueva de las brujas.

Y ella con la porfía de la niñez, insiste en llenar su tacho de barro, solo para hacer de su futuro trabajo el juego más feliz de la vida.

Todo está tranquilo, el sauce menea sus ramas con la suavidad del viento, la madre sigue dando forma con sus manos a un jarro pato, la niña sigue con su juego… y de pronto, de todo ese barro acumulado en la profundidad de la acequia, se va levantando poco a poco el cuerpo de este hombre supuestamente imaginario, supuestamente existente en la imaginación de las madres preocupadas.

Chelita asustada, de un salto sube al sauce y con esa misma agilidad abre sus ojos completamente y advierte a Luchín con el mismo consejo que le dio su madre.

El pobre niño, aun sin comprender la advertencia, se queda quieto observando la leyenda hecha realidad, no sabe si darle la mano o correr hacia los brazos de Chelita. La duda gobierna los pensamientos del niño, que solo atina a esconderse bajo el agua sucia. Siente la cara completamente mojada y el olor a barro podrido se instala en su nariz trompuda, poco a poco nuevamente en sus pensamientos vuelve aparecer este ser con rostro agradable, con traje gris y con ganas de llevarlo a la cuevita de los brujos.

―Despierta Luchín po, hasta cuando vai a seguir durmiendo como los pajarones, le replicaba con su mamá con esa voz de trueno.

El trueno le abre los ojos y por primera vez en su corta vida de niño, siente la necesidad inmensa de quedarse en silencio y no responder a la orden. Solo despertar rápido de este sueño que se va repitiendo bajo la sombra del sauce.

 

Manuela Belén Quiroz Navarro (Santiago de Chile en 1988). Amante de las artes y de la lectura en particular desde que las descubrió a muy temprana edad. Es profesora de Lengua y Literatura y Máster en escritura creativa de la Universidad de Salamanca. Los cuentos son sus textos favoritos, ya que en ellos se llama la atención al lector de forma inesperada. Actualmente reside en un pueblo olvidado de la séptima región del Maule.

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