Columna. Educación contra la guerra. Por Miguel Echeverría

 

Amaría nacer en un continente paçifico, resuelto y con sus gentes rebosando una resilencia cultural que motive la mejora continua de sus nacidos ahí a buscar el mejor futuro que evite las grandes interrupciones fraternas que significa un conflicto bélico. Es sabido que las naciones nuevas tardan en entender quienes son leales a los suyos y quienes son capaces de recrear una nueva dominación internacional que nos priva de la paz, las libertades y el fraterno espíritu de sana convivencia.

El caso de sudamérica se debate entre las potencias que buscan conquistarlo desde que existe y de sus ciudadanos que luchan por educarse tan bien o más que los viejos europeos para seguir rumbos como los de algunos en asia o algunos en oceanía, también en Africa nuestro vecino, educarnos para mantener la paz, enfocados en tener nuestras propias vidas aptas para la supervivencia a la naturaleza, ingenio para crear conexiones comerciales humanas y ciudades con oportunidades. Estaba en un continente de integración donde todos los gobernantes se sentaban sin las potencias del norte, cuando lo quieren de mano de obra. Obras de guerra, militares a la fuerza o muros de contención, quitan pan para comprar balas, apoyan conflictos que nada repara. Vivo en un continente donde la vida está comercializada, desechada o pretendida para lucrarla. ¿Cuanto faltará para volver a crear un ejercito por pais de lado y lado y vender armas a granel? total los cuerpos valen lo que la inversión diga.

Me encantaría recordar en mis columnas que en Sudamérica se vive en paz -entendiendo paz en el sentido no bélico, porque la situación está incómoda con regímenes proto-dictatoriales como el de Venezuela que desestabiliza toda la región con su oposición sediciosa o el de Argentina que provoca a sus vecinos con operativos militares de gran escala y una verborrea ofensiva carente de diplomacia- Sudamérica es un lugar donde las potencias le golpean con las conmociones externas, porque no nos buscamos el odio entre pueblos que se liberaron juntos de imperios europeos nocivos, tampoco buscábamos alentar ejércitos para recuperar tierras ajenas o el máximo absurdo de sumarse a un conflicto inacabado como el de medio oriente. Pero con líderes venales del imperio, la cosa está cambiando, esos que buscan sostenerse en el poder ofendiendo con la guerra, pero entonces la ciudadanía responde con educación, con organización como las grandes marchas del 1 de mayo y el millón de manifestantes por la educación pública en Buenos Aires.

Pero hoy escribo con amargura, despojado de templanza, hace poco pasamos el día hispanoamericano que recuerda la cultura del libro, la lectura y la creación, el ingenio o la declaración, el enaltecimiento o denuncia de la historia con una impresantable represión. La mala noticia es que los malos líderes quieren estrujar a los postergados, a los que estudian por un nuevo legado, ahorran ese dinero para invertirlo en su propia guerra lo que es más propio de nacionalistas con ínfulas de grandeza. Impropio para un pueblo que es la alternativa al ambicioso norte, en el sur tenemos nuestros conflictos pero no caemos en la tentación de aniquilarnos. O eso pensaba, varios quieren atrincherarse contra sus fantasmas, pero no son capaces de ir por si solos a una masacre, viven en sus fantasías ruinosas. Si leyeran fantasía crearían maravillas no tragedias, si leyeran filosofía buscarían la mejor solución, si leyeran novelas entenderían la novela sudamericana mayor, si leyeran poesía buscarían la magia del alrededor y no el realismo de la destrucción. La guerra es la osbtrucción a esa maravilla humana de crear fantasías, alegrarse en conjunto con una idea que rebota en las mentes que leen y saben diferenciar las mentiras de la realidad con la noble fantasía narrativa.

Una de ellas es la competencia deportiva, que a los sudamericanos nos fascina, la bendita copa Libertadores, pero hasta eso lo contaminan. Les inventan a nuestros pueblos futboleros, cuna de talentosos mulatos, originarios precolobinos, o de mestizos todos con un don especial en encontrarse jugando, identificandose con un club de preferencia sin diferencias como un noviciado y hacer o gritar goles razados, lo gritan los pueblos por lengua y cultura hermanados, tienen su dios en los estadios glorificados. Todos pueblos con un conflicto que pertenece a los ricos y los mal adaptados que no creen en sus raíces, sino que en los dueños del gran supermercado de armas mundial a quienes aman por hacer goles al contado o derribar fraternidades para satisfacer a su dios, el mercado jibarizado.

Es que pareciera que en los pueblos del Ecuador o en la Argentina están los mercaderes al mando, con doctrinas agresivas e improvisaciones del mal informado (Eso se aplica tanto a izquierda como a derechas. Nicaragua de Ortega y Murillo o la Colombia de Uribe. Son despreciables por igual). Le invaden la casa a los mexicanos o le quitan la educación a los menos afortunados. No les gusta que nos guste leer, les encantaría que de eso pudiéramos prescindir, posponer les sería ideal poder tener pueblos dispuestos a disparar, renunciar a la reflexión y acatar, cualquier provocación del que busca aliados para crear enemigos al azar. Quitaron miles de recursos para el desarrollo de la ciencia, de la reflexión y la producción de creadores del todo en la actualidad, en las innovaciones que no nos dejan despegar del celular. Prefieren a los adoctrinados, a los jóvenes acríticos o sin otra posibilidad de salir de incendios sociales que los gobernantes no quieren apagar (no quieren o no pueden porque un Estado con, vuelvo a decir, con las arcas vacías ¿qué puede hacer? La gente va a cagar sí o sí, lamentablemente y esa corrupción en este caso de la izquierda conduce a males mayores como Milei por la desesperación de la gente). Quitan el pan a quién lo produce, para entregarlo a los soldados de otros países.

Quieren que paguen los hijos de los pobres, quieren sacarles del proceso del pensamiento. Quieren ganar, sin haber peleado, quieren perder con los sueños de quienes todo lo han arriesgado.

En el día del libro, casi un millón de manifestantes se movilizaron en el centro de buenos Aires para manifestar que la educación pública es identidad, es protección de una sociedad, es futuro que están por trancar. Los miles que llegaron, de todas las edades vinieron a demostrar, que por más dólares que quieran a los pueblos armar, tendrán resistencias de quienes no quieren matar, ni morir por un mercado hostil, que define cuan pobre aún puedes vivir. O pareciera que cayeron los rayos del sol a iluminar las calles, a liberar la razón, la compañía de los distintos reflejando en los gritos, en las voces que piden tener participación. Respuestas del imposible contrincante del poder, garantía de los pueblos que no quieren dejarse poseer por el supermercado del odio, del armamento, del genuino pueblo que no se quiere muerto.

Existe memoria, existe planteamiento. Los libros hoy ocasionaron un colectivo acontecimiento, la derrota de los iletrados que no entienden el repliegue de sus silencios y mentiras. Avanza la conciencia participativa en un momento en que las elites no leyeron, que era su derrota definitiva.

 

Miguel Echeverría

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