Narrativa. Detrás de casa. Suárez Silvana Paola

 

Mi madre duerme es como si estuviera muerta la muevo para despertarla. La he visto morir tantas veces, tantas veces se ha desmayado y en esos minutos que ella tardaba en reaccionar yo me veo en entierros o llorando sin parar. Mientras le doy aire sus ojos no se abren y a mi alrededor no hay nadie. Al fin ella reacciona y todo es otra vez normal.

El teatro del entierro se borra de mi mente una vez más. Ruego que al menos ella viva hasta que yo cumpla los diez años.

Hoy no podemos salir a jugar hay nieve. No siento calor o frio, mi cuerpo es delgado, mis manos están resecas. Me distraigo en los ojos ocultos de mi hermano. Tiene el pelo largo y medio sucio o demasiado. Parece un niño extraño me mira de reojo y hurga las bolsas de la basura. A veces nos reímos, él casi nunca esta alegre o tal vez lo está y no se nota. Hoy mamá se fue a comprar algunos alimentos puesto que no tenemos nada, la veo caminar despacio entre la nieve desde la ventana como se cae y se levanta. Mi hermano más pequeño llora en la cama es marrón y cuando grita se pone violeta, me dan impresión sus colores, parece que si llora un poco más se va a ahogar.

Pienso en mi otro hermano que es tan raro, no entiendo como no se ríe como todo niño, parece una sombra en la casa porque tampoco habla. No recuerdo algún episodio que le haya hecho mal y dejado así en ese estado medio tonto. No quiere investigar el mundo, no quiere hacer amigos.

Lo loco fue una tarde cuando nos encontramos con nuestra vecina a quien jamás escuche decir alguna palabra es gigante y usa unos pantalones que la cubren toda, cuando le tiro piedras ella solo emite algunos gemidos y hace señas, parece un muñeco de trapo y los pelos sin forma alguna, los mocos chorreando siempre.

Mi hermano le agarra la mano y le hace unos círculos con el dedo índice, luego busca una fibra y le dibuja un sapo, un sapo idéntico a los reales, con sus patas y su vientre hinchado. Debo reconocer que este niño no habla, pero dibuja como un genio. Luego de dicho acto se va caminando despacio y entra a la casa. De la cual no saldrá por el resto del día.

Esa tarde hacía mucho frío mi vecina estaba muy abrigada traía entre las manos algo envuelto parecía un animal, pero no era un bebé, corrió detrás de la casa y observé como lo enterraba en un pozo se escuchaban los llantos que desaparecían entre el viento y el cielo se ponía tan gris como solitario. Agradezco que mi pequeño hermano se fuera y no viera semejante cosa.

Era una costumbre tradicional en esa familia las adolescentes que quedaban embarazadas parían sus hijos y los enterraban en algún lugar del campo. Pero antes sufrían una terrible paliza que le propiciaba su padre.

Cuando terminó de hacer su trabajo dirigió su mirada hacia a mí, yo estaba apoyado en la pared creo que estupefacto, la vi venir, sus ojos, los recuerdo hasta hoy, estaban furiosos. Se acercó me tomo del cuello y emitió algunos gemidos extraños era como si las palabras se hicieran una bolsa llena de agua, a punto de explotar sobre mi cara, yo atiné a reírme como siempre, su cara era tan graciosa los pelos parados como rastas para todos lados y sus cachetes inflados, su piel que iba tomando un color casi negro, pensé en los sapos enojados. O en el rostro de mi padre cuando le puse sal a su desayuno.

Me soltó y señaló con el dedo índice la tumba, y dijo por fin GRRRR. Se fue a su casa y cuando entró su padre le dio un empujón que la hizo caer al piso de tierra, yo salí corriendo.

Pasaron algunos días y me dio curiosidad la tumba. Fui, allí estaba el cadáver pequeño, que había estado vivo por un par de minutos entre estos seres nefastos, con sus propias reglas, allí estaba el cuerpito, aún se veían sus manos y su pelo muy oscuro. Desde entonces le tengo miedo a la muerte. Empecé a creer que a partir de aquel día yo merecía la muerte por cada travesura que hacía.

No dormía en las noches imaginaba a mi madre ahorcándome o ahogándome en una pileta. Mi madre quería matarme. Lo empecé a sentir en la furia de sus golpes, en mi ropa sucia, en mi peor plato de comida. Mi madre ha planeado mi muerte como un sigiloso plan perfecto.

 

Suárez Silvana Paola vive en Villa Mercedes, San Luis. Es profesora de Lengua y Literatura. Es poeta participa en talleres de poesía y abiertos de lectura en su provincia además ha publicado poemas en las revistas: “El viento”, de la Ciudad de San Luis. En Kametsa revista de Perú y Revista Montaje de Chile.

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