Lejos del yo lírico que expresa su interioridad, el poeta fue un día la voz con que cantaban los dioses del Olimpo y que a tientas buscaba verdades extraterrenas. Estos versos han sido así escritos, a la sombra de poetas mayores —nuevo Olimpo—, cantando hoy con su voz lo que del mundo hemos podido vislumbrar. Su ritmo, sus palabras, sus formas y sus trampas están tomadas para decir lo que hoy tiene que ser dicho desde ellos.
José Ángel Valente dijo que el poeta debía despojarse de sí mismo y Leopoldo María Panero habilitó para la poesía española el plagio a la Mallarmé. Siguiéndoles, aquí se propone la reescritura visionaria, la despersonalización del poema: en contra del yo-poético, el otros-poético que cantan en las palabras que el poeta anota. Este modo será continuado en los poemarios Madrides y La sociedad del algoritmo en una clave más política y metafísica respectivamente. La imposición de ser actual, la exigencia de originalidad son una inevitabilidad para el que escribe; obsesionarse en su búsqueda sirve para entorpecerla.
Solo el tiempo en que fueron compuestos, el 2021; la concentración de trance en esas semanas de lectura escrita; y la misma mano que los anotó, que fue la mía, pueden dar cohesión a estos veintisiete cantos, y no es poca esta. El aquí y ahora, lo que se está viendo, es quizá lo poco que podemos decir cada uno de nosotres con una mínima honestidad.
Que de estos versos se desprenda algún sentimiento, imagen o idea, incluso cierta musiquilla agradable, será cosa que deba valorar quien lea, y el motivo, si lo hay, los siglos de poesía que han moldeado este poemario, nuestras palabras comunes, nunca yo.