Narrativa. Nicolás González

 

Largo viaje

 

Exhalas todo el aire de tus pulmones. Estás sentado en el interior de un bus con destino al norte. Te mencionaron un par de veces el nombre de la ciudad, pero ya no lo recuerdas. El chofer aún no enciende el motor; faltan diez minutos para que empiece el viaje y siguen subiendo personas al bus que, para tus ojos, ya está repleto. Eres pequeño, tan pequeño, que tus pies no alcanzan a tocar el suelo y los balanceas con impaciencia pateando el respaldo del asiento delantero, que afortunadamente para tu madre que está sentada al lado tuyo, con una expresión de complejidad y duda, está vacío. Tu madre lleva varios minutos sin hablar y la última vez que dijo algo, fueron palabras dichas para ella misma y con una voz bajita que fuiste incapaz de identificar. Parece perdida en un pensamiento que no la deja respirar y mantiene su cuerpo tenso, pero esto es algo que tu cerebro no percibe. Tú solo te dedicas a ver los rostros de las personas que marchan lentamente por el pasillo. Son de todos los tamaños, edades y olores; gordas y flacas; viejas y jóvenes; agrias y dulces. Personas que se dejan caer en sus asientos suspirando y quejándose de aquel calor veraniego en Santiago. Conversaciones en voz alta que se unen en un solo murmullo, para ti, indescifrable y sin ningún valor.

Cuando el chofer enciende el motor tu madre parece despertar de su ensimismamiento y ve que ahora un joven ocupa el asiento enfrente de ti, que asoma su cara estrecha y filosa entre el espacio que hay entre ambos asientos mirándola con desprecio. Tu madre coloca su mano en tu rodilla, apenas rozándote, para que dejes de moverte y dar patadas.

—Despídete de tu papá —te dice, señalándote con el dedo la ventana para que mires hacía afuera.

Tienes que estirar el cuello para lograr ver algo. El terminal está lleno de personas con maletas y mochilas; algunas caminando de un lugar a otro con apuro y otras despidiéndose y abrazándose. Diriges tu mirada al último lugar en donde viste a tu padre. Justo al lado del quiosco, en donde puso la mano en tu cabeza y te desordenó el pelo, se agachó para darte un abrazo y un beso en la frente. Tu padre se despidió muchas veces de ti esa mañana y te dijo te amo tantas veces que terminaste por hartarte. A tu madre le dijo chao, solo una vez y nada más. Ya llevaban mucho tiempo sin abrazarse y tocarse y para ti ya se había convertido en algo normal. Pero después de fijar tu mirada en ese lugar y en cada otro rincón visible, no encuentras a tu padre en ningún lado y el bus empieza a dar marcha atrás, saliendo lentamente del terminal.

Te adentras a lo que será un largo viaje. El bus emprende su camino por la Alameda y le echas un vistazo a los autos que pasan por el costado. Te arrodillas en tu asiento y pegas las manos en la ventana para tener una mejor perspectiva. Decides entretenerte con aquel juego que te enseñaron tus padres para mantenerte ocupado y posiblemente en silencio y te pones a contar cuál es el color de auto que más se repite. Tienes tus propias reglas; solo autos y los taxis no cuentan. El blanco y el gris llevan la delantera, pero después de un rato te desconcentras y pierdes la cuenta al ver que una camioneta roja se sitúa justo a la par con tu ventana y avanza a la misma velocidad que el bus. Aquella camioneta la conoces muy bien y es por esta razón que llama tu atención. Una camioneta Mitsubishi del año 98: la camioneta de tu padre.

Agitas tus brazos para captar la atención de tu padre, pero no es necesario porque él ya tiene la vista fija en ti. Volteas para decírselo a tu madre, que parece empequeñecerse en su asiento, pero te detienes justo antes de abrir tu boca. Es tu secreto, piensas; tuyo y de tu padre. Un secreto entre ventana y ventana. Tu padre te mira y hace payasadas y tú te ríes, aprietas tu nariz contra la ventana que vibra y lo haces reír a él. No escuchas su risa, pero la sientes dentro de tu mente; te la sabes de memoria. Te ríes y te ríes y las lágrimas de risa brotan de tus ojos. Continúan así por algunas cuadras, mientras el bus se aproxima cada vez más a la ruta 5 norte. En un semáforo en rojo, tu padre apoya su frente en el manubrio mientras lo sujeta con ambas manos y su cuerpo entero parece temblar. Tú crees que ríe, pero cuando la luz cambia a verde y vuelve a enderezarse en su asiento al sentir bocinazos a su espalda, detrás de aquel cristal, ves los ojos más tristes del mundo. Es en ese cruce, a pocos minutos de entrar en la carretera, en donde bus y camioneta toman caminos distintos.

No tienes cómo saberlo, pero es la última vez en tu vida que lo verás y esa es la imagen que quedará guardada en tu memoria. La imagen de una camioneta que se aleja, distorsionada detrás de la fina capa de líquido que cubre tus ojos, como si de repente todo fuera parte de un sueño. Te parece un espectáculo fascinante y no quieres parpadear ni perderte siquiera un segundo, esperando que, en algún momento, tu padre de la vuelta y vuelva a acercase, pero tus ojos arden y te esfuerzas por mantenerlos abiertos. Es casi como si sangraran. Es inútil luchar contra el inminente parpadeo. Un poco más. No. Ojos cerrados. Ahora no puedes abrirlos, a pesar de que los fuerzas con tus dedos y te haces daño. Pides ayuda. Tanteas con los brazos en busca de tu madre, sin éxito. No es que no quiera ayudarte, ella simplemente no está ahí. Nadie está ahí. Gritas. Permaneces solo en la oscuridad de un bus que avanza en el espacio, en dirección a una luz que se expande. Tus ojos, aun cerrados, distinguen figuras a tu alrededor: estás en otro lugar, echado en el suelo, sobre una alfombra sucia, dentro de un dormitorio que te resulta familiar. Los suaves rayos del sol al amanecer entran por una ventana e iluminan tu cabeza envejecida. Tus pantalones están empapados y tu barba descuidada te pica el cuello. Piensas en que esta vez el viaje no ha durado lo suficiente. Llevas la pipa aun humeante que sostienes en la mano a tu boca. Inhalas hasta llenar tus pulmones. Vuelves a exhalar.

 

Nicolás González. Nació en Santiago de Chile en el año 1994. Ha participado continuamente en diversos talleres de escritura y lectura desde el año 2019.

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