Poemas. Gustavo Andrés Leyton Herrera

 

Misterio en las Aguas Infinitas

I
En la danza perpetua del horizonte,
su perfil ondulante revela el misterio,
una faz preciosa, siempre cambiante, fluidez de ensueño.
La atracción del mar se arraiga en la mágica influencia,
ese instante en que lo vemos, lo oímos, lo sentimos.
Serenidad en la mirada al piélago,
esencia de una transformación eternamente constante.
La vasta extensión, donde el horizonte se disuelve
en la sinfonía del fin,
oculta un universo completo de vida y estados.
Su misterio atrapa como un enigma sin respuesta,
y el azul profundo que envuelve
ofrece la paz que embriaga y devora.
Rítmico y acompasado vaivén de las olas,
agitado por tormentas que fustigan navíos y costas.
Música que calma y aquieta el corazón,
despierta pensamientos que flotan
en las insondables profundidades del océano.

II
En las costas de Jonia y Grecia,
donde brotó la filosofía,
se impregnaron de la sabiduría del cambio,
las olas, dominadas por la danza de sirenas míticas,
susurraban a Heráclito el lenguaje del devenir.
El interminable ir y venir de las aguas
es el eco de un constante fluir,
el eterno retorno del que nada escapa.
Así, el hombre enfila su proa hacia el ser,
se hunde en las profundidades abisales
y deposita en la arena
la sal de su autoconocimiento.
Mientras el eco del pensamiento teje sutil hamaca,
con la espuma del mar como hilo conductor,
el caos y el orden se entrelazan,
en un cadencioso espectáculo de movimiento y armonía,
donde los infinitos matices del mar
despiertan el espíritu.
Colores que destilan poesía, dimensiones que desafían,
sonidos que bailan en lo incesante.
La serenidad del agua es solo un velo,
bajo el cual el caos ruge,
como un dios antiguo que oculta su furia
bajo la máscara del silencio.

III
Así, el océano, en su dualidad,
es un espejo de la existencia:
una paz que invita, un caos que acecha.
Orden y desorden, belleza y destrucción,
todo fluye, todo cambia.
Haz de este poema un susurro en el viento de la reflexión,
una oda a la vastedad que yace en las aguas insondables.
El hombre, reflejado en ese abismo,
es tanto navegante como náufrago,
testigo y partícipe de su propia tormenta.
El océano, como el alma humana,
es un misterio de paz y tempestad,
una corriente perpetua,
que arrastra consigo los sueños y los miedos,
en su inmensa danza del eterno retorno.

 

La travesía de la mente al alma

En el vasto vacío cósmico,
Donde el tiempo se deshace en polvo estelar,
La mente emprende un éxodo,
Buscando lo eterno, lo innombrable.

Sin brújula ni mapa,
Deambula entre los límites borrosos
De la vida y la muerte,
Donde lo efímero se enfrenta a lo inmortal.

En el rincón oscuro del universo,
Donde lo visible se funde con lo invisible,
Los sentidos se aguzan,
Y el latido del cosmos es un eco lejano.

La mente ansía lo tangible,
Pero el alma, en su danza sutil,
Busca en las sombras del ser
La luz inmaterial de las ideas.
Platón susurra desde lo eterno:
El mundo que ves es solo un reflejo,
Un eco lejano de lo verdadero.

El cuerpo, mero anclaje,
Se convierte en testigo del viaje,
Mientras el espíritu,
Ese susurro etéreo,
Se disuelve en el éter de lo incognoscible.

En el éxodo hacia el corazón,
El alma descubre
Que el vacío cósmico no es un final,
Sino el portal hacia la transformación.
Un puente efímero,
Entre lo tangible y lo inefable,
Entre la mente que calcula
Y el corazón que siente.

En el arte de deambular sin rumbo,
Se congela el fluir del tiempo,
Y las preguntas sin respuesta
Se disuelven en la vastedad del todo.

La mente, obsesionada con lo finito,
Inventa relojes, juegos de lógica,
Y se pierde en la ilusión del control,
Mientras el alma se despoja
De la prisión del pensamiento,
Danzando con lo irracional, lo libre.

La despersonalización se convierte
En la puerta hacia lo esencial,
Una conciencia pura
Que contempla el universo
Como algo irreal, quimérico,
Pero también profundamente real.

Quizás, en lugar de abstraernos,
Podríamos orientar la conciencia
Hacia el aquí y el ahora,
Aceptando la complejidad de la existencia,
Dejando que mente y corazón
Se entrelacen como estrellas fugaces
En el vasto firmamento del ser.

Es ahí, en el abrazo del vacío,
Donde la transformación ocurre,
Donde el alma, liberada de la mente,
Descubre su verdadera esencia,
Un tapiz de significados infinitos,
Que nos invita a aceptar
La plenitud de lo que somos
Y de lo que nunca seremos.

 

 

El viaje como experiencia iniciática

El viaje, trascendental y ritual,
Se erige como un eco de lo antiguo,
Un rito iniciático que nos convoca
A desenterrar las verdades ocultas
En el laberinto de nuestra existencia.

Es la senda del nómada,
Inquieto, insaciable,
Que desafía la seguridad del hogar,
Eligiendo el desarraigo
Como destino inevitable.

En su travesía, el viajero desafía
Los muros invisibles de la rutina,
Rehúye los senderos trazados,
Y se adentra en lo desconocido,
Donde cada paso es un interrogante
Y cada pausa, una revelación.

Como el héroe de Campbell,
Se enfrenta a pruebas insospechadas,
Abandonando su vieja piel
Para renacer en cada cruce de caminos.
Pero en esta era de antihéroes,
No busca gloria ni victoria,
Sino un sentido más profundo,
Una lucha interna con sus propias sombras.

El viaje, entonces, no es solo geográfico,
Es un éxodo hacia el abismo interior,
Un cuestionamiento de la identidad
Que se disuelve en el flujo del movimiento.
¿Qué queda de uno mismo
Cuando se rompen las cadenas del pasado?
¿Qué define al ser
En medio de lo inestable y lo impredecible?

El viajero es distinto al turista,
Cuyos itinerarios están trazados
En mapas preestablecidos.
Él abraza el caos,
La espontaneidad que desafía la lógica,
Donde el tiempo no se mide en horas,
Sino en vivencias profundas
Que despojan al alma de su máscara.

Rechaza la tiranía del reloj,
Y se sumerge en un tiempo primordial,
Uno que no conoce fronteras
Ni se rige por normas sociales.

Cada experiencia es un espejo distorsionado
Que lo enfrenta a su propia humanidad,
Cada encuentro, un vistazo
A los recovecos más oscuros del alma.
El viaje se convierte así en una metamorfosis,
Un proceso de descomposición y renacimiento,
Donde las certezas se disuelven
Y la búsqueda de identidad se intensifica.

Desde las epopeyas de Ulises
Hasta los senderos inciertos de Joyce,
El viaje es una confrontación con el destino,
Una búsqueda interminable
Que despoja al viajero
De sus certezas y lo confronta
Con el vértigo de lo incierto.

Es en esa danza con lo exótico,
En la comunión con lo inexplorado,
Que el viajero se despoja
De las capas superficiales de su ser,
Para descubrir lo inefable,
Lo que yace en la caverna del alma.

Así, en cada travesía,
Dejamos una huella,
No en el mundo externo,
Sino en el paisaje interior,
Donde el viaje es más que un desplazamiento,
Es una experiencia iniciática,
Un ritual de autodescubrimiento
Que transforma lo ordinario
En sabiduría.

 

Gustavo Andrés Leyton Herrera (Chillán, Chile, 3 de mayo de 1986) es un diseñador gráfico con estudios en Licenciatura en Historia y Periodismo en la Universidad de Concepción. Ha publicado artículos en revistas especializadas en Chile, México, Argentina y España. Destaca entre sus reconocimientos el primer lugar en el Concurso «Andalucía en el siglo XXII» (2015) y el tercer lugar en el Concurso Literario «Una región con cuento» (CCHC, 2015). También ha recibido menciones honrosas en varios certámenes literarios y fue preseleccionado en el Concurso de Guiones «Carboneras Literaria» (2017). En 2017, publicó su primera obra, Relatos de un artista recóndito (Editorial de Los Cuatro Vientos), presentada en la 43ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Su segunda obra, Lejos del Ruido (2020), se publicó en Barcelona, y en 2023 lanzó su primer libro de poesía, La danza de mythos y logos (Fundación Pluma Maestra).

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