Poemas. Rodrigo Peralta G.

Ligero despertar en una habitación desconocida

Habitación 513.

Pasillo puerta norte. El ruido y el movimiento es extraño. Poco habitual.

Interior/habitación.

Cama simple. Un velador. Sobre él una lámpara. El piso está alfombrado. Cerca de la ventana una silla. En la silla ropa.

En uno de los muros de la casa
cuelga un reloj de cuco de mediados de siglo XVIII
este reloj posee un mecanismo que reproduce onomatopéyicamente
el canto de un pájaro mecánico: cucú, cucú, cucú.

En la casa los niños juegan
y cuando aparece el autómata plumífero
los pequeños demonios se burlan del calvo
y arruinado pájaro que sale de su morada anunciando las horas.

El reloj de muro
está detenido justo a la hora de la sirena de mediodía.

El reloj de muro
posee en su interior un pájaro escandaloso que espanta a los gatos.
El reloj de muro
silencia el tic-tac-queo, mientras los niños juegan antes del almuerzo.

Dentro del reloj de muro
la carne entumecida del pájaro
espera el momento del asomo al sol.

Es la mecánica del tiempo
de la temperatura insoportable
de la autonomía del ejercicio: de un lado a otro
del péndulo y el movimiento
constante alteración del aire
que provoca la calvicie del pájaro.

La casa del pájaro
La casa de los años
Exhumar el sonido para restaurar la morada.
Ausentarse
Habitar Otro plano
Otra personalidad.

Escasea la luz.
Nos vamos borrando.
Hasta llegar a negro.

 

La Bemolidad de la lluvia

Percibir los sonidos de la lluvia escurriendo por el desagüe de la calle.
Sobre las canaletas oxidadas, deslizándose sobre los vidrios de las ventanas.

El recuerdo es sediento. Atractivamente peligroso en aquel cuarto oscuro de Hurtado Rodríguez, donde un amigo se refugiaba para capear el frío, mientras bebía y escribía versos indescifrables.

A la mañana siguiente, la resaca afinaba aún más el oído. Una gota cayendo sobre un vaso. El sonido de una llovizna leve que entraba por algún lugar de la casa. Alguien tomando un baño, la acumulación de saliva en la boca, una lágrima de bostezo repentino, cruzando la sien, cayendo sobre la almohada.

Y la lluvia allá fuera, resonando continuamente sobre las hojas de los árboles, mientras una canción de Joy Division suena en la habitación contigua, como un despertador de media mañana, monocromáticamente apacible.

 

Ciudad-Niebla

La temperatura invernal
ya no está cubierta de bemolidades.
La última aparición fue en agosto de hace 4 años atrás.
Fue tanta la hipercaptura de la lluvia
que toda textura acústica se amplificaba sobre el trazo del lápiz.
Sobre una mancha expandida.
Una nota de forma abstracta.
[Ante el trepar de la noche].

La repetición sostenida del espíritu vacío.
[El eco del barrio]
El ardor de la tripa por el destilado.
El ejercicio del tabaco en la ciudad-niebla.
Porque los inviernos
en el paisaje poniente albergan una multitud
de épocas en voz baja y latitudes trémulas
como la luz de guardia
que ilumina un pedazo de parque
con resabios de un Manchester a la chilena.

Al poniente de la ciudad no habitan las sutilezas
sólo los vestigios de resistencia.
Reventar botellas sobre el pavimento
Tocadisco. Open-suite
de un clásico punk.

Y la lluvia en abundancia
dejándose escurrir por la cuneta calle abajo
a un costado del río
sometidos a la suerte de la noche
porque simplemente fuimos.
Una pandilla muy sofisticada.

 

Sobre una mesa

Una taza de agua caliente.
Es la hora del té.
Del programa radial.

La única compañía de la tarde.
Afuera el viejo nogal y el viento
y el diálogo entre las cosas con la textura de la luz
que cae sombreando cierta parte de la cara.

Mientras se frota las manos
esperando respuesta
de alguna emisora
de frecuencia modulada.

 

Anhedonia

La canción sonaba en el tocadisco.
La espuma se desvanecía en la boca.
Tomaba la micro y bajaba cerca del cine Normandie.
Arrastraba la lengua murmurando el nombre
de iniciales W como si fuera un Bukowski
en busca de su tierno amor.
La película era de ángeles y ciudades.
Y lloraba en la penumbra del film.
Porque ella estaba al otro lado del río.
Esperando un abrazo inalcanzable.

Y nos olíamos los dedos recordando aquellos días
de silencios y precauciones porque nada había cambiado
y la moral era asesina como la configuración del paisaje.
No huela.
No piense.
No ame.
No diga.
Estamos prohibidos.

De El Paisaje de la Boca

 

Rodrigo Peralta G. (Santiago de Chile 1973). Licenciado en Educación, actor, profesor, escritor y poeta chileno. Testigo directo del quehacer cultural y político de finales de los ’80 y la década de los ’90 donde se formó como artista. Ha publicado los libros Hacia la noche de Afuera (2003), De-Claro, editorial Ventana Abierta (2011) y Una luz Imprudente (2021, Editorial Buenos Aires Poetry) y El Paisaje de la Boca (2023, Mago Editores). Ha colaborado en revistas como absenta, A 89, Oropel y ha realizado critica teatral en el diario Cine Literatura. Sus poemas se han incluido en antologías como Una invitación, un poema (Chile) y Anuario bilingüe de poesía de San Diego/fractal 2020-2021, Editorial Garden Oak Press, San Diego, California, EUA. Compiladora Olga Gutiérrez García. Actualmente es Candidato para Magister en Docencia para la Educación Superior (UNAB), director/editor de Ediciones Filacteria y docente de la Universidad de Talca en el programa de Teatro aplicado. Habita en la ciudad de Talca.

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