Narrativa. El hombre gallo de Delfina Acosta

Diógenes se levantó temprano aquella mañana. Subido sobre el poste de la tranquera se largó a cantar. Ninguna novedad en el cielo, solo algunas nubes que se esfumaban con rapidez, y la insinuación de un color ocre en el muro del horizonte. Quizás las asclepias viridis del jardín de doña Juliana Romero, dueña del único balcón del pueblo, intentaban subir por él. Su canto largo, con leves suspensos, alertó a las gallinas, que ya empezaban
a cacarear vivamente en el corral. El animal sabía que era oído a pesar de los giros fuertes e incesantes del viento.

—Es Diógenes, son las cinco de la mañana —dijo Anastasia a su marido.

—Déjame constatar —respondió Gabriel. Junto al aljibe encalado, el escarabajo
excavaba sin pausas en el suelo.

—El bicho está en su vieja costumbre, mujer.

Diógenes seguía y seguía con su canto, acaso deseaba despertar no solo a los vivos, sino además a los muertos. Envidiable perfil: espolones firmes, esclavina con colores vivos, y una cresta de fuego y fantasía como nunca se vio en ninguna criatura. Cielo despejado. El canto se alzaba firme y lejano al mismo tiempo.

—¿Lo estás oyendo, Vidalia, lo oyes en este mismo instante? —susurró alguien, no sé quién, desde el fondo de una choza de barro.

—Clarísimo, como si estuviera cantando para mí —respondió el alma y se metió rápidamente en sus adentros.

Cuando Diógenes bajó de la tranquera, sacudiendo sus alas, ya era tarde. Doña Beatriz se había metido en el corral y perseguía a la gallina colorada, la de ojos saltones, con evidentes deseos de atraparla y degollarla.

—Diógenes pronto estará de duelo —afirmó Anastasia.

—Sí, otra gallina para el caldo y las tortillas de alcachofas —respondió Gabriel, apesadumbrado.

Lágrimas sucias empañaron por unos instantes los ojos del gallo. Sin embargo, la mañana estaba tan transparente, tan invadida por el lozano aroma del campo, que se metió brincando en el corral.

—Vení para mis ganas, no te escapes, malvada; vení que mi pico busca tu carne —gritó a la gallina de plumas pardas y amarillas. Pero ella, vuelta chispa, desapareció en el aire.

—Caramba, así se porta la ingrata, luego de que yo la monté tantas veces —comentó a un gallo de pelaje curtido por el tiempo y la mala alimentación. Los sorgos y el maíz palomero se veían solo los sábados y días santos.

—Me apuran los calambres —le contestó secamente el otro.

Diógenes se quedó callado. Alguna nube lejana acaparó su atención.

—Me voy a casa —dijo y su figura se hizo pavesa, perdiéndose en el aire.

Cuando llegó a su tapera se miró en el pequeño espejo colgado de la pared. La imagen del animal plumífero salía borrosa, como si el reflejo estuviese empañado. En el pueblo, esa tarde, habría riña de gallos. Don Calixto llevaría a Petro, quien llevaba seis semanas demoliendo a sus contrincantes. Encabezaba la lista en agresividad y fuerza, se lo temía.
Diógenes lo tenía por maestro sentimental. Nunca olvidaba sus orientaciones.

—Te arrojas como al descuido sobre las plumas de las gallinas, y en un minuto las miras por delante, como si fuera que las amaras. Deja que todas desvaríen por ti, que te retiren sus caprichos y condiciones —le dijo una tarde ya crepuscular.

—Pero, maestro, yo prefiero siempre a Rosada; me cuesta montar a las otras. Desde que Constancia, la de plumas negruzcas, terminó sus días en un plumero de techo, me gusta abarcar solamente a Rosada.

—Tonterías dices, amigo; nosotros nacimos para abarcar a todas, incluso las ciegas, las que esta noche no verán la noche ni la lámpara de los ranchos ni luciérnaga alguna.

—Caramba, compadre, se me larga usted con tanta poesía, que me desconcierta.

*****

Diógenes se dirigió al corral mayor cercado con púas. Olía a barro, guano y estiércol. Giraba en el aire una pluma azulina. Junto a la pluma, también giraba una mosca. Vio a Rosada junto a un poste, y cayó sobre ella como un relámpago. Mientras relampagueaba sobre la gallina, se le vino a la mente aquella tardecita en el corral lejano (el de su infancia), bajo la sombra de los eucaliptos que extendían sus copas sobre la alquería amada. «Está bueno ya, mejor me bajo», pensó y se largó en dirección al comedero donde lo aguardaban el maíz quebrado y las semillas de cártamo. Cayó un sol redondo sobre el sitio, era ya avanzada la tarde.

Esperanza vino, entre cacareos desgarradores, con la noticia: «Petro dio mucha batalla al gallo de don Aparicio, antes de caer vencido. Revuelo de tripas y plumas hubo, y caña, bastante caña; yo le vi la última mirada al pobrecito. Muy claro decía que se iba de este mundo, empapado con sangre y gloria, como todo gallo de riña». Diógenes sintió que el último estertor de su maestro subía por su cuello y se largó a cantar. Su canto era horrible, doloroso, y sobrecogió a Anastasia y su marido.

—¿Lo oyes, Gabriel? Se ha trancado el mundo en su cuello, cosas inauditas ocurren últimamente.

—No te alarmes, mujer. Creo que solo está llorando a su amigo muerto.

—Si me compras tafeta y satén para el vestido que anoche diseñé dos veces en el mapa de mi mente, yo iría a una riña de gallos.

—Tendrás tus telas, tu solera plateada, tus sandalias de dieciséis cordones y tus rubores.

******

Al caer la noche, ya estaba Diógenes caminando rumbo a la cantina La pulpa roja. Llevaba puestos pantalones azules, botas marrones, pañuelo de color mestizo en el cuello, y un sombrero pajizo que resistía los volteos del viento. Al llegar a la cantina vino a su encuentro don Ramiro con un vaso de caña fuerte y medio botón de hielo.

—Es para que empiece a mojar su lengua, nomás; luego vendrán los tragos mejores, que su riguroso paladar merece.

Darío, Botija y Manuel ya estaban bien pasados de copas cuando lo divisaron. Entre silbidos le pidieron que se sentara a la mesa junto a ellos.

—¿A quién hacemos finado hoy? —preguntó Diógenes.

Sus amigos celebraron su ocurrencia con carcajadas; aquella incitación a la violencia les desataba las palpitaciones necesarias para reafirmar su condición de malevos. Los vasos chocaron entre ellos; un brindis por la pollera floreada de Rosario, otro por la boca empalagosa de Mercedes, tres por las pestañas y el ombligo de Julia.

El cantinero iba y venía con la frente sudorosa.

—¿Les sirvo otra ronda? La oferta de la casa es el trago del demonio, que les hará arder el pensamiento.

Diógenes y sus amigos no conocían aquella bebida y empezaron a pedirla a los gritos. A las once de la noche, estaban tan borrachos que les costaba atrapar las palabras.

—La Mercé ta demoni comigo, ni mei saluda —se quejó Darío.

—A la Julia nou la vei, yo quero su beso —dijo Botija.

—No mei cura, puro quebrá corazó es Rosario —suspiró Manuel.

Diógenes permanecía callado. Un rayo oscuro de melancolía atravesaba sus ojos. Observó su constitución física, sus fornidos brazos, sus piernas macizas, incluso palpó su fuerte sexo masculino. Desde que nació era hombre y gallo; no había manera de huir de su endiablado destino. Al iluminarse la mañana, le salían las plumas, la cresta, la esclavina, los espolones como garfios; era un auténtico animal. Pero al caer la noche, algunas veces, se volvía hombre. «Soy el fenómeno de la familia, el maldito fenómeno», pensó y encendió un cigarrillo, deseando hacerse parte del humo. Medianoche. Se largó a la calle iluminada por los viejos faroles de hojalata. El viento traía un lejano aroma de jazmines y jacintos de agua. Dio pasos largos y decididos, como si llevara prisa por llegar a su rancho. Al alcanzar la primera esquina, la vio. Allí, con su abanico de violín, su blusa transparente, su pollera grana, y sus grandes ojos negros, estaba ella. Se acercó rápidamente a la mujer. Un trino caía a lo lejos.

—Si me dijeras cómo te llamas, preciosa, yo sabría que el cielo existe —dijo sin dejar de observar su rostro moreno.

—María —respondió.

—María, bonito nombre, tiene música.

—¿Y tú?

—Diógenes, así me dicen.

Bastó que cayera un ligero viento sur para que él la cubriera con sus brazos.

—No te me enfermes, encanto.

Las horas corrían apuradas y el amor empezaba a subir de prisa por las venas de ambos. María supo que ya deseaba ceder entre sus brazos. Diógenes sentía que ardería de amor al besarla. Dos luciérnagas flotaban en la alta oscuridad. Y ya se estaban queriendo, ya sus carnes se buscaban hambrientas. Entre besos y sofocos, llegaron a un parador, perdido entre eucaliptos y romeros. Bajo la luz de una lámpara, empezaron a desnudarse. Los duros pezones de los senos de María observaban fijamente los ojos de Diógenes. Eran Adán y Eva. Eran los primeros amantes del paraíso. Buscaron el lecho cubierto por dos sábanas blancas. María, desnuda como una ola de mar, se acostó sobre él. Empezó a pasar sus labios por su pecho, su cabello y sus párpados.

—Temblarás conmigo, hombre; me conocerás y te conoceré.

Lo abrazaba con fuerza, como si deseara entrar en su alma, su piel y sus huesos. Pero ya empezaba, maldita sea, a convertirse en gallo. Las primeras luces de la mañana se arrimaban a la pequeña ventana. Subida sobre él, borracha de deseos, no advirtió su transformación. Diógenes largó un canto largo y desesperado, antes de morir. Las plumas y las manchas de sangre esparcidas sobre las sábanas, llenaron de horror y espanto los ojos de ella.

 

Delfina Acosta nació en Asunción, Paraguay. Su infancia y su juventud pertenecen a Villeta, donde hizo sus estudios primarios y secundarios. Donó sus obras literarias a bibliotecas públicas de esta comunidad. Es escritora, periodista literaria y poeta. Miembro del PEN Paraguay, de la Sociedad de Escritores del Paraguay y de Escritoras Paraguayas Asociadas. Cabe destacar que escribe poesías usando endecasílabos, octosílabos y verso libre. Su primer poemario Todas las voces, mujer… ganó el primer premio Amigos del Arte en 1986. Pilar de Asunción conquistó el galardón Mburucuyá de Plata, en ocasión de los juegos florales celebrados para conmemorar el 450 aniversario de la fundación de la ciudad de Asunción. Reunió sus cuentos que obtuvieron premios literarios y menciones honoríficas en el libro El viaje (1990). En 1992 publicó La cruz del colibrí, con prólogo de la poeta Gladys Carmagnola.  Romancero de mi pueblo logró el segundo premio Federico García Lorca en 1998. Romancero de mi pueblo está escrito con romances ambientados en Villeta. Lleva el prólogo del crítico literario y poeta Hugo Rodríguez Alcalá, quien escribió: «Este Romancero de mi pueblo podría titularse con exactitud Romancero de Villeta porque Delfina Acosta, oriunda de Villeta es profundamente villetana y se contenta con aludir a Villeta, no al país ni a otras realidades connotadas por la palabra pueblo». Forma parte de los autores publicados en el libro Cuentos latinoamericanos, editado por C.C. Buchner, Alemania, 2009, dentro de su serie Prismas del mundo hispánico, dedicado al aprendizaje del castellano a través del análisis de cuentos de diferentes autores latinoamericanos. Mención de honor Gran Premio Oscar Trinidad, por su destacado Periodismo Literario, en 2001. Versos esenciales, publicado en 2001, honra la memoria del gran poeta chileno Pablo Neruda. El PEN Club de Paraguay otorgó a la obra el primer premio destacando su elevado vuelo lírico y su lenguaje universal en 2002. Querido mío: fue galardonado con el premio Roque Gaona en 2004. Creó y dirigió el Taller de Poesía auspiciado por la Universidad Iberoamericana en 2005 y 2006. Guía del cementerio reúne relatos, apareció en 2009. El club de los melancólicos, que recoge trece cuentos, ha sido publicado en 2010. En 2011 apareció su obra La fiesta en la mar en la Antología Panamericana, editada por la editorial Récord. El antólogo Stéfhane Chao cuenta que el libro reúne los materiales literarios de los mejores autores contemporáneos de América en lengua española, francesa, holandesa y portuguesa. El ayer que vuelve ha sido publicado en 2012. Versos para este planeta vio la publicación en 2012. Versos de amor y de locura fue distinguido por el PEN Club de los Estados Unidos con el prestigioso premio Edward y Lily Tucker, para la literatura paraguaya, en 2012. La luciérnaga alegre obtuvo Mención Honorífica Premio Municipal de Literatura 2016. Cuentos rojos y negros, 2018, recoge siete cuentos. Carlitos y el hada Mente Sana, libro de literatura infantil, apareció en 2018. En 2020 dio a conocer Poemas desnudos, presentado en el IV Encuentro de la Literatura Hispanoamericana en el Instituto Cervantes de París. Ese mismo año publicó una obra narrativa en la antología internacional Un autor, un relato. En 2021 publicó El jardín azul. Dicho texto recoge cuantiosos cuentos y poemas. Sus poemas y cuentos figuran en numerosas antologías nacionales y extranjeras. Fue columnista y redactora de crítica literaria del Suplemento Cultural del Diario ABC Color. Sus obras han sido traducidas al portugués, francés, holandés, italiano y alemán. La Junta Municipal de Villeta, a través de la resolución 69/2021 del 8 de marzo, la declaró Hija Dilecta de Villeta, con base en los méritos personales que concurren en la mencionada referente cultural. Es directora ejecutiva de la revista digital Poesía y Métrica, comprometida con la difusión internacional de poesías de autores de habla hispana. En 2022 apareció el poemario La canción que nunca cesa, con prólogo del escritor y narrador Javier Viveros. Toca timbre fue publicado en 2023. El hombre gallo ha sido publicado en 2024. Cuentos para leer cuando llueve apareció en 2024. Sus obras teatrales A donde el viento me lleve y Los fantasmas de Pedregosa fueron publicados en un libro en 2024.Obtuvo el Primer Premio Municipal de Literatura 2024, por su poemario La canción que nunca cesa.

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