“Yo mismo soy el contenido de mi libro”
Montaigne, Ensayos
En su obra maestra La palabra quebrada, Martín Cerda comenta que el “ensayo trasciende y lo releemos por su forma”[1], incluso si sus ideas han sido superadas; de no ser así, ya no leeríamos las ideas de Platón propuestas en La República o sus ideas sobre el amor en el Simposio, así como los postulados sobre la sabiduría de Aristóteles en su Metafísica debido a lo “inadecuadas” o “poco prácticas” que podrían resultar dos mil años después en la era digital.
Cerda considera fundamental que el ensayo ocupe su objeto de estudio como un puente para hablar de algo más profundo: las inquietudes, temores y esperanzas del propio autor. El ensayo es un organismo protegido por una piel que cubre a quien lo escribió, esta piel son las palabras. La estética es primero en el ensayo, luego vendrán las geniales ideas, las preguntas, las relecturas, el anecdotario, lo biográfico y el extenso etcétera que el lector puede o no apreciar y/o discutir.
Pienso en una pregunta que me parece hondante a partir de lo postulado por Cerda: ¿Sobre qué se funda la estética del ensayo? En el orden de una palabra junto a otra.
Sobre el uso de la palabra, René Guénon reflexiona: “En el fondo, toda expresión, toda formulación, cualquiera fuere, es un símbolo del pensamiento, al cual traduce exteriormente; en este sentido, el propio lenguaje no es otra cosa que un simbolismo”[2]. Las palabras, cuando son símbolos, son la síntesis de un conocimiento intuitivo, no exacto. En el ámbito del lenguaje en su uso literario, no todas las palabras son símbolos, pero los símbolos sí son siempre palabras[3].
No todo lector se halla en disposición de recibir el símbolo, sin embargo, esto no es una condición sine qua non para disfrutar y apreciar una obra artística. De igual modo, no todo autor busca poner foco al aspecto simbólico en el uso de la palabra.
La obra La añoranza feeérica de la fantasista chilena Paula Rivera Donoso desarrolla, a partir de siete ensayos, valiosas reflexiones sobre la literatura de fantasía.
El primer gran tema que desarrolla la autora es la palabra, el eje sobre el que se desarrolla la tekhné literaria: la palabra como herramienta elemental mediante la cual se registra el pensamiento. A través de las palabras canalizamos la fantasía. Según el postulado que considero fundamental en la obra de Paula Rivera Donoso, la fantasía es en realidad la estética de la fantasía. La palabra permite la existencia del mundo secundario.
El otro gran tema de la obra es el bildung de Paula a través de la fantasía: una relación que es amistad, amor, siempre sólida y firme[4]. La escritura misma de este libro es una muestra del pensar la fantasía que ella propone como necesidad para la escritura. Al leer su obra literaria (El idioma de los dragones, El musgo en las ruinas), vemos una perfecta correlación y praxis con las ideas que trata en La añoranza feérica. Este segundo tema (o nivel) se encuentra subordinado a la necesidad de Paula de hablar, primeramente, sobre la fantasía.
Rivera Donoso propone sus tesis y arriesga opiniones valorativas elegantemente. Demora, ejercita y divierte, como Martín Cerda definía la labor del ensayista, llevándonos de un lugar a otro dentro del mundo que ella ha denominado Fabularia: su propia forma de entender la fantasía estética y narrativamente (lo que Tolkien llamó Arda y Le Guin llamó Terramar, entre otras).
La añoranza feérica me parece una obra esencial de leer en el contexto nacional, porque es un aporte a la praxis literaria y al pensamiento sobre la literatura que muchas veces hace falta entre quienes nos dedicamos a escribir y leer, pero sobre todo dentro de lo que denomino la primera corriente de la tradición chilena de fantasía. Paula traslada ideas de antaño hasta nuestros días, transforma esas ideas en lo que Ezra Pound afirmaba sobre la poesía: “news that remain news”, palabras trascendentes.
En el ensayo “Para urdir un encantamiento: el estilo en la literatura de fantasía”, Paula Rivera Donoso escribe sobre el sentido y el fundamento del uso de las palabras como algo que va más allá, partiendo de que el estilo es “la manera distintiva en la que un autor emplea las diversas posibilidades del lenguaje”[5].Tomándose del vocabulario de la literatura de fantasía, la autora comenta que esas posibilidades del lenguaje deben permitir urdir un encantamiento, más allá del resultado que este tenga. Lo que la autora manifiesta es la forma en que este lenguaje no debe necesariamente estar vinculado a sus referentes analíticos y racionales.
Las palabras que en la infancia son las piedras sobre las cuales andamos, se nos vuelven poco a poco un camino reconocible, con la ayuda de quienes nos crían y guían. El Fantasista, dice Rivera Donoso, debe “detenerse, observar, desfamiliarizar, reimaginar el sentido de la palabra-piedra”[6]. Para lo anterior, debe dirigirse la mirada hacia el pasado (la tradición) desde el cual proviene dicha palabra-piedra:
“Hacer que esas palabras sostengan y recreen mundos, que sean a la vez palabra y verbo, no es algo sencillo: es un delicado encantamiento que requiere formarse en el oficio de escritor Fantasista. Y un escritor trabaja con palabras, con eso y nada más.”[7]
Hay una polémica que me interesa destacar —mas no ahondar en este texto—, en la obra de Rivera Donoso, referida al concepto mismo de fantasía, en contraste con el de fantástica. La autora abre la discusión con las dilaciones necesarias, pero con firmeza. Ambas tradiciones se han vuelto fundamentales durante su desarrollo en el siglo XX y hoy, lamentablemente, los escritores y lectores distraídos, las confunden y utilizan como símiles.
La añoranza feérica da luces para salir de ese errático uso conceptual. Sobre todo, porque su argumento esencial recae en el uso de las palabras, en la forma en que estas se usan, más allá del relato que están contando. La autora se da el gusto de criticar, por ejemplo, el famoso (y muy valorado en ciertos círculos) concepto de worldbuilding utilizado por autores de fantasía y fantástica a partes iguales.
¿Será que somos ortodoxos, tradicionalistas, reaccionarios incluso? No. Pienso que simplemente somos amantes de las palabras y, como tales, deseamos usarlas de forma precisa y responsable. Y desde esa precisión y responsabilidad, transmitirlas.
La palabra tiene una esencia creadora. En literatura esa creación es, en primer momento, la forma de lo escrito, luego, dentro de esa forma, el símbolo que puede trasladar.
Si las palabras usadas son además una llave de acceso al ser humano, estaremos entonces frente a obras que nos hagan pensar, cuestionarnos la realidad del mundo y nuestra propia condición. Todo, a través de la literatura.
El ensayar ideas nos permite ingresar a las preguntas fundamentales que surgen desde los objetos en torno de los cuales pensamos. Nuestras ideas pueden estar erradas, sin embargo, la forma en que manifestamos nuestro mundo interior a través de las palabras es lo que abrirá espacio a nuevas y enriquecedoras lecturas por parte del lector atento.
Hablamos sobre cosas, objetos, fenómenos, para finalmente hablar de nosotros mismos a través de las palabras que usamos.
Gonzalo Cortaviento (seudónimo). Victor Schneidewind, poeta. Nació en 1991 en Chiguayante, región del Biobío y reside desde hace cinco años en Santiago. Es profesor titulado en la Universidad de Concepción, donde cursó estudios de posgrado en Literatura Hispánica. Sus campos de interés son la filosofía, el ensayo y literatura chilena.
[1] Cerda, M. La palabra quebrada. Santiago, Cormorán Ediciones. 2022.
[2] Guénon, R. Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. Barcelona. Paidós. 1995.
[3] Verbi gratia: en la novela Carta de una desconocida de Stefan Zweig, tomemos por objeto diegético-simbólico las escaleras que se encuentran afuera de la habitación donde vive R. En una primera lectura, estas corresponden, en el nivel del índice, a los escalones que la protagonista sube para ver a su amado y que luego baja cuando sale y vuelve a su casa. Para el lector que desea ver el símbolo (la segunda lectura, intuitiva), las escaleras simbolizan la subida a una dimensión sagrada y luego el retorno a lo mundano, el cambio de una dimensión humana a otra para la Desconocida.
[4] Recomiendo sobre todo el exquisito ensayo “Escribir fantasía en oro”.
[5] Rivera Donoso, P. “Para urdir un encantamiento” en La añoranza feérica. Chile. Imaginistas. 2024.
[6] Ibídem. Pág. 80.
[7] Ibídem. Pág. 84.