Ensayo. Conversaciones de odio: poesía (proletaria) para quien nada tiene que perder… más que sus cadenas por Avi

Hay quienes que, con el paso de los años no dejan de escribir poesía, pese a las traiciones, las amargas despedidas, la ternura perjurada y la represión sistemática; esto deviene en una poesía sin otra opción que escribirse usando como material aquello que el capitalismo nos robó primero y después nos vendió. Los poemas surgidos en esta crisis son reflejo de este cansancio donde ni lo viejo muere ni lo nuevo nace, este tipo de literatura por encima de todo es una epopeya de oscuro arrojo, que acepta el pasado, pero no lo venera, que al limpiar el malditicismo literario de la burguesía nos recuerda que económica y socialmente ya estamos malditos por ella. La rebeldía de quienes escriben de esta manera, va de la mano con su enfado, con su hartazgo generacional; de saberse que son explotados descendientes de otros explotados; así pues, al convertir esta rebeldía en verso lo hacen llenos de odio, dispuestos a destruirlo todo.

Tal vez, quien mejor encarne este talento en la poesía mexicana contemporánea, es Aníbal Malaparte (1992), un poeta xalapeño quien interrumpió en la poesía durante la pandemia del COVID-19. Su poemario, Conversaciones de odio, lo llevaron y trajeron por una serie de «funas» en internet por parte de las autoproclamadas personas decentes, sólo por atreverse a narrar la vida proletaria, mestiza, desarraigada y precarizada en las urbes mexicanas.

Es que la academia premia y goza con la porno-miseria (Fernanda Melchor incluso ganó un premio por ello); antes bien, Malaparte, cuando escribió el libro, relató la miseria, pero sin resignarse a ella, proclamando con claridad envidiable que la ubica forma de escapar de la desgracia es y será la revolución. Y eso, por supuesto, a las diversas pandillas oficialistas de escritores que compiten por las becas del Estado, a cambio de escribir sinsentidos ajenos a cualquier pensamiento crítico, que repiten sin cesar a tu teoría le falta barrio, o llaman transgresivos a toda una serie de lugares comunes, no les gusta ni siquiera un poco. (Recuerdo el tremendo ridículo que hizo el PECDA Veracruz, cuando otorgó una beca Juan Eduardo Mateos Flores por su libro Aquí perreaba tu mamá, aquí conoció a tu papá).

Aníbal Malaparte es un escritor que, aparentemente, surge de la nada; que sin padrinos ni palancas, comenzó a circular sus libros en ferias literarias y tokines góticos y punks, pero, en realidad, él y su poesía son fruto de todo un ciclo de movilizaciones sociales, en las que participó a pie, en la calle, militando, desde La Otra Campaña, las contrarías a la imposición de Peña Nieto, hasta las campañas nacionales exigiendo verdad y justicia en el caso de los 43 normalistas detenidos-desaparecidos de Ayotzinapa. Malaparte y su poesía, nacieron ahí, entre capuchas, gases lacrimógenos y cocteles molotov; siendo el reflejo de una juventud radicalizada, que rechaza por igual las ideologías burguesas «de izquierda» (es decir, la cruel indiferencia del reformismo-socialdemócrata y el berrinche antiautoritario del anarquismo) abraza el marxismo-leninismo llena de una furia, ardor y violencia imposible de sofocar.

Muchos recuerdan, aunque se nieguen a decirlo en voz alta, las batallas culturales que se dieron en aquellos años, los duelos entre neozapatistas, autonomistas, anarquistas y socialistas por la hegemonía cultural dentro de los centros de movilización; pocos oficialistas del ahora quieren que les recuerden que hace unos años portaban consignas magonistas, bakunistas o del subcomandante Marcos (ahora Galeano). Muchos de los que al grito de «contra toda autoridad» o «marxismo-leninismo la otra cara del fascismo», y que, incluso, en algún momento ambicionaron la destrucción del Estado, hoy pertenecen a la burocracia de MORENA; convertidos ya ni siquiera en artistas patrocinados por el Estado sino en vulgares oficinistas de camisa blanca y chaleco guinda; los otros se convirtieron en policías, gozando de la impunidad de portar placa, arma y uniforme; y el resto entra y sale del anexo, sin poder romper el ciclo de rehabilitación y recaída en las adicciones. Malaparte, por otra parte, no ha dejado de escribir, siempre en total compromiso con la doble vanguardia: la proletaria y la artística. Escribe sus poemas donde el leninismo se reformula en clave contracultural, con una retórica incendiaria y empapada en sangre nos cuenta la vida de los nadie, los únicos capaces de aspirarlo a todo.

Conversaciones de odio, publicada por Mandrágora Ediciones, es un libro acusado de ser «terrorismo disfrazado de poesía»; es un poemario que no requiere introducción ni exégesis alguna. Malaparte no tiene uso para ninguna: en una mezcla rabiosa de futurismo con realismo sucio, el autor hace llegar claro su mensaje: si el capitalismo mata, matar el capitalismo es defensa propia.

Delirios nihilistas se sustenta en el surrealismo y el psicoanálisis lacaniano; La asamblea de los fantasmas es una síntesis entre el collage, el existencialismo y el marxismo-leninismo; mientras que, Lo que aprendimos de Ayotzinapa, es tanto un poemario-collage de homenaje a las diversas vanguardias, como un análisis histórico y un manifiesto político. Todos, sin duda llenos de belleza; pero exigen un capital cultural y un conocimiento previo de diversos temas para disfrutarse de la mejor forma posible. Por otra parte, Conversaciones de odio tiene la nihilista bondad de poder leerse directamente. No es que no se disfrute mejor si el lector conoce de marxismo o es fan del realismo sucio, pero es quizás, hasta ahora, el libro más pedagógico de Malaparte, donde con peras y manzanas explica la explotación de la burguesía en nuestra contra y narra en primera persona la alienación en la sociedad capitalista y con esto, a frustración, la soledad y el desamparo, todo narrado no desde el cinismo o la resignación (como un Charles Bukowski cualquiera), sino desde la conciencia de clase.

En este libro, los versos se leen como en conversación, pues fueron construidos desde una lógica de limpieza, pero también de eficacia. A diferencia de otros autores contemporáneos que narran la vida de quienes se nos va la vida en el transporte público, la escritura de Aníbal no es escapista, sino pirómana. Es la de quien se sabe uno de los millones de prescindibles esclavos asalariados, pero que ha tomado cartas en el asunto, no autoengañándose con que, de alguna forma, si se explota a sí mismo y lame suficientes suelas se convertirá en un burgués; mejor dicho, de quien sabe que, en la crisis del capitalismo tardío, no queda otra opción que unirse a alguna organización revolucionaria. La poesía en este libro es, por lo tanto, el resultado de esta toma de conciencia: mezcla un lenguaje coloquial con la retórica futurista, creando un hibrido salvajemente accesible, de una narrativa proletaria, (es decir, no sólo que se sabe carente de riqueza, sino que sabe por qué es carente de la riqueza).

Los poemas que contiene narran historias elípticas y sangrientas, de sueños rotos, reencuentros sin sentido, traumas sin superar; pero también son una introducción bastante acertada a varios conceptos marxistas y a su aplicación práctica: lo mismo nos cuenta el discreto encanto de convertir un rostro en un cuadro cubista empleando sus puños como nos enseña la forma correcta de hacer un cuerpo-bomba-sucia de manera barata, fácil y eficiente. Tiene momentos casi tiernos, como cuando nos cuenta cómo una morra usa una patada de capoeira para derribar a un anarquista y molerlo a golpes en el suelo porque filtró el pack de su mejor amiga.

Por otra parte, el poeta está más cerca de Lenin que de Mao. Me explico: Lenin abrazó la modernidad sin cortafuegos alguno (ya que Lenin no se veía a si mismo como un revolucionario ruso sino como un revolucionario proletario); mientras que Mao (especialmente en su poesía) nunca logró romper con la tradición china (Mao antes que un revolucionario proletario era un revolucionario chino). En Conversaciones de odio Malaparte nos habla de los habitantes de cualquier urbe: quienes trabajan en restaurantes de lujo en el centro, pero viven en las periferias; las que van a la universidad pública a soportar discursos a favor de Pinochet y el libre mercado; los que en su fin de semana van a un concierto de rock, si es que todavía existen; quienes pasan largas horas en la fila del hospital público o aquellos que fueron torturados por la policía. El universo narrativo en Conversaciones de odio no es propiamente mexicano o latinoamericano, es más bien obrero, de ahí su voluntad de no únicamente narrar la vida de los explotados, sino también marcar la línea ideológica: ¡esto no tiene por qué seguir así!

El México de los últimos sexenios, incluyendo el de AMLO y el actual, está marcado por un largo historial de profundización de las políticas de acumulación por despojo y aceleración de la explotación de los trabajadores; unidas a un clima de inseguridad venida de una guerra cada vez más desesperada, reunida alrededor de una democracia donde las fronteras ideológicas entre tecnócratas, neoliberales, populistas, socialdemócratas y nacionalistas cada año se desdibujan un poco más. Este México, esta Xalapa, narrada por el protagonista podría ser cualquier urbe al margen de las estadísticas oficiales, habitada por los hijos malditos de la historia que es sobrellevada con la dignidad de quienes no esperan la revolución, sino que se organizan para hacerla realidad. Son poemas que reflejan nuestra realidad degradada de promesas que naufragan mientras entrenamos artes marciales, escuchamos post-punk y leemos a Friedrich Engels y Angela Davis para declarar la guerra no solo al capitalismo, también al patriarcado y al racismo.

Acaso por todo esto, es que el poemario no cuenta con sanción alguna del establishment cultural. Malaparte consigue que sus lectores ya no crean en la reforma del capitalismo, pero sí en su destrucción. Este poemario son los anales de una juventud rebelde, ansiosa por destruir al Estado burgués y sus aparatos ideológicos y represivos que la han condicionado toda la vida. Es libro de palabras exactas y técnica depurada que destila toda esta existencia en una ráfaga de versos, balas y odio.

Este poemario, pese a ser narrado en primera persona es universal, porque universal es el proletariado. Escrito sin la autocensura que caracteriza a tantos autores de izquierda, tiene toda la habilidad para reducir la expresión verbal hasta alcanzar el núcleo de rabia y asco que nos provoca nuestra posición en la sociedad de la desigualdad. Todo el estilo del realismo sucio es rescatado no para el conformismo sino para hacer del lector un experto en explosivos caseros; tal vez, es por ello que, Conversaciones de odio se ha convertido en un panfleto que puedes encontrar en cubículos de la universidad pública, en los bolsillos de un chico trans del bloque negro peleando contra un grupo de falangistas o leído en la hora de comida en la maquila de techo de lámina.

En los versos del poeta de Xalapunk no hay espacio para el autoengaño ni mucho menos para aceptar la derrota; continúa adelante, incluso si no sabe cómo procesar el trauma, pero convencido de terminar hasta la victoria o el amargo final. En su rabia nihilista sabe que después no hay nada, pero lucha sin cuartel por superar el hoy. Léase el poema «Memorias problemáticas»:

 

Bajo el colchón guardas un cuaderno

lleno de canciones fragmentadas,

fanfics inconclusos,

notas de suicidio,

voluntarios olvidos,

tatuajes desvanecientes,

corazones mal dibujados,

nombres tachados,

delirios nihilistas,

manifiestos revolucionarios,

versos de amor,

paginas arrancadas,

despedidas que aún duelen,

manchas de sangre y ginebra.

 

Ese cuaderno sabe demasiadas cosas,

Sólo que aún no sabes

como sentirte al respecto.

 

Sus versos, libres y salvajes, ajenos de cualquier ilusión burguesa son el lugar correcto para buscar respuestas en las ruinas del capitalismo y acaso encontrar respuesta a la pregunta:

 

a ti que te explotan

¿por qué no explotas?

 

Avi. Militante comunista sin partido, lector de Rousseau, Gramsci y Althusser. Estudiante de Trabajo Social en la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM. Señor de las plantas con especialidad en cactus, suculentas y en general de las de climas cálidos. Disfruta de toda la obra de Franco Battiato, su música, sus pinturas y sus películas (lo shippeo con Raffaella Carrà). Ama a Banda Bassotti como buen chairo comunista que fue a la Escuelita Zapatista. Ciclista sin bicicleta. Tenía su propio fanzine. Tiene una biblioteca de poco más de 300 libros usados, pero siempre relee los mismos 15. Le podría confiar su vida al carbón activado. Colecciona datos curiosos, aunque no recuerda ninguno en este momento. Le gusta cocinar y la astronomía, elije creer que hay vida allá afuera, pero jamás podremos contactarnos, desgraciadamente, pero por suerte.

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