Poesía. Analía Daporta

Nota: selección del poemario Brújula.

 

Brújula

 

Es mejor que digas que sí

a sus señuelos,

a sus pistas falsas.

Siete,

como siete espadas

atravesando un naipe.

 

Una mujer

rastrea hierbas

entre árboles.

Un animal con garras,

seguras y afiebradas,

le corta el paso.

Ella guarda las hojas

en su pecho.

Se abraza a la tierra

bajo un ciprés retorcido.

 

Muerta, no respires,

dejá que te huela,

cerca de tu boca.

Muerta,

dejá que se acerque,

 

Tengo algo más

de novecientos años.

Pasaron héroes,

poetas,

mediocres.

.

Amé a un campesino,

hace tiempo.

Fui lino manso

bajo sus manos agrietadas.

 

Tomo artemisa,

agrego acónito.

El mortero y la piedra

cantan.

 

Muerta, muerta,

dejá que te huela.

Por supuesto,

no entiendo,

me he rendido.

Estoy muerta.

 

Un poco de alcanfor.

Rifaron aquellas ropas

y pagaron el engaño

con oro sangrante.

 

No respires,

dejá que huela

tu rodilla filosa.

No te muevas.

 

Algo de romero,

y gotas de agua lunar.

El animal se incorpora

como un letrado ocre,

mediocre.

Le da la espalda

a la mujer,

complacido,

convencido

de una victoria

con sus trampas

pegadas en la espalda.

 

Me rio.

Me muevo.

Respiro.

La piedra vuelve a cantar

con el enebro.

Nueve siglos

de acertijos fracturados

en la paciencia

de un mortero.

 

 

Ramón

 

Ramón, en tu silla,

estás jugando a los dados

en un pozo de olvido.

La cal quemó tus ojos,

el trabajo te talló las costillas.

Tu mano obedeció a fantasmas ajenos

a los que no pudiste conjurar.

Hiciste lo que te demandaron

desde la cuna.

Fuiste bueno.

¿Alguien sabe qué es eso?

Fuiste mejor.

Te uniste a esa huelga

que no era escenográfica.

Las azucenas de María quedaron

en el patio de tu juventud no tan lejana.

Corrías con cuidado

el cabello de su cara

cuando la amabas.

Tus dedos todavía se ven delicados.

Los chicos observan con terror

tus arrugas.

Piensan que jamás te emborrachaste

ni acabaste, desesperado, sobre nadie.

No es tu vida.

No es tu muerte.

Estás en suspenso.

 

 

Agua

 

En las ventanas muere nuestra lluvia.

El violín del tercer piso

posee a su dueño.

Siento sus dedos recorriendo

los pabellones de mis oídos.

Soy yo esas cuerdas sin límites

que se mojan en el agua de otoño

 

Una mujer apresada

en el cuerpo de un hombre

entra en la Iglesia de San Nicolás.

No busca resguardo de la tormenta,

solo quiere hablar con Dios.

Soy yo la lata con monedas sucias

de ese mendigo que la ve pasar.

 

Las gotas arrastran el océano de tinta

en el bolsillo algodonoso de la niña.

Sus manos azules de tristeza

no recuerdan las caricias infantiles,

siempre habitada por ogros sin brazos.

Soy yo las letras que ella dibuja

deseando escribirse hacia su existencia.

 

 

Añil

 

Viví como si fueras tinta,

escribí como si fueras nervios.

 

Con encendido terror,

nos marcamos,

en esas calles de gigantes.

 

Busqué refugio en el agua;

vos, en el aire.

Varios siglos se gastaron

hasta que nos volvimos a encontrar.

 

Acá.

 

Caminá como si fueras álamo,

echá raíces como si fueras viento.

 

No quiero un trago más.

No quiero olvidar nuestras vidas

bajo la fantasmal bruma de los olivos.

No querés otro trago más.

Necesitás que acaricie tu cuello.

 

Sonreí como si no estuvieras destrozado.

Dolé como si no gozáramos juntos.

 

 

Pausa

 

¿Sabés lo que es el miedo?

¿Sentiste alguna vez el filo

de la desaparición en tu garganta?

¿Viste las palomas escarbando tu ombligo

o el reflejo de cráneos golpeados

acumulándose en el umbral transitivo

de esa casa llena de gatos en celo?

¿Escuchaste a los nogales gritar con audacia

lo que sabíamos desde antes de conocernos?

 

Miedo es la certeza de encontrar tus ojos sobre mí,

deseándome,

deseándome el bien,

deseándome el mal,

siempre deseándome.

 

 

Ruta 7

 

Veo pasar los poblados bajo las estrellas,

apoyo mi cabeza sobre el vidrio helado del ómnibus.

Adentro, solo las pequeñas luces de quienes leen,

otros que, como yo, no duermen.

Escucho una canción sobre una espada vengadora,

estoy segura de que echo de menos algo

que tendrá lugar en los años por venir.

Mi frente está fría ahora,

me remonto en la noche

hacia el pasado,

hacia el futuro,

en ese eterno transitar encuentro

paz,

tu cara,

los seres que inventaremos.

Las notas del piano suben livianas

hacia el brillo polvoriento de la noche abierta.

 

Me duermo en la dulzura de la órbita terrestre.

 

 

Haloperidol

 

Esto no es Cornwall, es Adrogué

Vos no sos bueno, yo no soy tu puta.

No estamos en noviembre,

ni tenemos un problema semántico.

 

Eso no fue un halago, fue una cachetada.

No fuiste inteligente, nunca fui un cordero

Te cerraste a los gemidos

y no pudiste escapar del incendio

 

Aquello no fue amor, era una burla.

Vos reíste primero, yo mejor.

Crecí libre, me intentaste juguete.

No hay templos, interpretaciones, ni perdón.

 

 

Negativa

 

No, mi oreja no;

mi boca tal vez.

Mi nuca, mis piernas,

también.

Es posible mi ombligo.

 

Negociemos.

 

Mi oreja no, nunca.

Tiene un extraño sentido

del humor

y pliegues hacia dentro,

hacia mí.

No quiero que me conozcas.

Regalé mis escritos,

pero mi oreja, no.

 

Es mía.

 

 

Efecto Némesis

 

Te sorprende que viva interesada

en la mirada oculta de los aromas,

en los sonidos de nuestro paladar.

Encuentro placer en los símbolos.

Sé que te gustaría intentarlo.

¿Qué haremos cuando volvamos a estar muertos?

Tu problema es creer que la consciencia durará por siempre.

No estoy segura. Me entrego, entonces, a las polillas, la miel,

el pasto, la risa ajena, el sudor de la tierra ganada.

Me refriego contra tu cuerpo tratando de que sientas esta raíz profunda

hundiéndose a través de los adoquines del mercado de San Telmo.

Te dejás llevar, siempre mojado, siempre erecto, hacia mis precipicios.

Llegamos muy abajo, tanto que encontramos huesos de otros,

los nuestros habían quedado en un país distante

cerca de un río del que bebían los caballos.

¿Te acordás de cómo nos envolvían las mimosas,

y escupíamos hacía el horizonte las semillas de las uvas

robadas en la finca de la vieja O’Brien?

En aquellos días todo te daba melancolía del futuro.

 

Te estás extraviando en un tiempo que se acaba.

 

 

Estado de fuga

 

No logro recordar tus caricias

No sé si eran florales o algodonosas

Se me escapó tu forma de amar.

¿Era brusca o elegante?

Tal vez serena,

o doliente.

El tiempo borró los hechos,

la memoria se ausenta.

No hay guijarros

ni migas de pan

que indiquen el camino

a lo que fuimos.

Tu cara ya no existe,

no encuentro tus ojos

en esta ella,

grieta,

garganta,

que recorriste,

piedra por piel,

piel por piedra.

 

Solo escarcha.

 

Analía Daporta (Buenos Aires). Es traductora y escritora nacida en Buenos Aires. Publicó su primer libro de poemas, Brújula, en 2018, el cual se presentó en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Su cuento «Vértebra» fue seleccionado y publicado por la revista De Frente en 2020. Sus haikus forman parte de Bitácora (Brote Ediciones, 2021) y en 2022 se publicó Seminal, una colección de haikus ilustrada con obras de la artista visual Macu Trinidad. Participé del Festival de Arte y Escritura de Val-David (Canadá), donde leyó sus poemas en inglés y francés en traducción propia, y ofreció una charla sobre traducción de poesía organizada por la Canadian Poetry Association. Actualmente trabaja en dos nuevos libros de poesía, una colección de cuentos y en una novela en curso, Gorrión.

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