Traducción de Sebastián Novajas
EFICACIA MILITAR
(Historia china)
Li-Huang-Po, Virrey de Cantón, Imperio de China, Celeste Imperio del Medio, notaba que su ejército provincial no presentaba ninguna elegancia, ni tampoco, en las últimas maniobras, había demostrado grandes aptitudes guerreras.
Como toda la gente sabe, el virrey de la provincia de Cantón, en China, tiene atribuciones casi soberanas. Él gobernaba la provincia como un reino que hubiese heredado de sus padres, teniendo únicamente por ley su voluntad.
Conviene no olvidar que esto si pasó, durante el antiguo régimen chino, en esa época, el virrey tenía todos los poderes de un monarca absoluto, obligándose únicamente a contribuir con un abultado tributo anual, para el Erario del Hijo del Cielo, que vivía echado como un perro en Pekín, en la misteriosa ciudad imperial, invisible para el grueso de sus pueblo y cercado por decenas de mujeres y centenas de concubinas.
Verificando el estado miserable de su ejército, el virrey Li-Huang-Po comenzó a meditar en los remedios que debía aplicar para levantarle la moral y sacar a su fuerza armada el mayor rendimiento militar. Ordenó doblar la ración de arroz y carne de perro, que los soldados ganaban, mientras tanto, aumentó mucho el gasto en la fuerza militar del vice reinado; y, en el intento de hacer cara a ese aumento, él recordó, o alguien le recordó, la sugerencia de duplicar los impuestos que pagaban los pescadores, los fabricantes de porcelana y los cargadores de abono humano ―oficios de los más característicos de aquella babilónica ciudad de Cantón―.
Después de algunos meses, él trató de verificar los resultados del remedio que había aplicado en sus fieles soldados, a fin de darles elegancia, entusiasmo y vigor marcial.
Determinó que se realizasen maniobras generales, en la próxima primavera, por ocasión del florecimiento de los cerezos, y ellas tuvieron lugar en la planicie de Chu-Wei-Hu lo que quiere decir en nuestra lengua: ‹‹planicie de los días felices››. Sus órdenes fueron obedecidas y cerca de cincuenta mil chinos, soldados de las tres armadas, acamparon en Chu Wei Hu, debajo de barracas de seda. En China, seda es como el algodón aquí.
Comandaba ese portentoso ejército, el general Fu-Shi-To que había comenzado su carrera militar como conductor de tílburi en Hong-Kong. Se hizo diestro en ese misterio que el gobernador inglés lo tomó para su servicio exclusivo.
Ese hecho le dio un excepcional prestigio entre los patricios, porque, aunque los chinos detestaban a los extranjeros, en general, sobre todo a los ingleses, no dejaron mientras tanto, de tener un respeto temeroso por ellos, de sentir el prestigio sobre humano de los ‹‹diablos rojos››, como las chinas llamaban a los europeos.
Dejando el puesto de conductor del gobernador británico de Hong-Kong, Fu-Shi-To no podía tener otro cargo, en su propia patria, más que de general en el ejército del Virrey de Cantón. Y así fue él, mostrándose desde luego un innovador, introduciendo mejoras en la tropa y en el material bélico, mereciendo por eso ser condecorado como el dragón imperial de oro macizo. Fue él quien sustituyó, en la fuerza armada cantonesa las lanzas de fuego por los de Krupp; y, como esto, ganó de comisión algunos millones de taeles, que repartió con el virrey. Los franceses de Canet querían dar un poco menos, por eso él juzgó más perfecto los cañones del Krupp, en comparación con los de Canet. Entendía, a fondo, de artillería como excriado del gobernador de Hong-Kong.
El ejército de Li-Huang-Po estaba acampando hacia un mes, en las ‹‹planicies de los días felices››, cuando él decidió asistirle en las maniobras, antes de pasarle la revista final.
El virrey, acompañado de su sequito, del cual hacia parte su eximio caballero Pi-Un, fue para la hermosa planicie, esperando asistir a las maniobras de un verdadero ejército germánico. Constituido como la prenda de su seguridad en un lugar rentable casi como un rey de la rica provincia de Cantón. Con un fuerte ejército a mano, nadie se atrevería a dimitirlo de él.
Presencio las evoluciones con curiosidad y atención. A su lado, Fu-Shi-Po explicaba los temas y los detalles del respectivo desarrollo, con la abundancia y el saber de quién había estudiado Arte de la Guerra sobre una tarima en el descampado.
El virrey, sin embargo, no parecía satisfecho. Notaba vacilaciones, falta de vitalidad en la tropa, rapidez y exactitud en las evoluciones y poca obediencia al comandante en jefe y a los mandos medios; en fin, poca eficiencia militar en aquel ejército que debía ser una amenaza a China entera, acaso querían retirarlo del cómodo y rentable lugar del Virrey de Cantón. Comunicó esto al general que le respondió:
―Es verdad que Vuestra Excelencia Reverendísima, Poderosísima, Graciosísima, Altísima y Celestial dice; pero los defectos son fáciles de remediar.
―¿Cómo?, preguntó el virrey.
―Es simple. El uniforme actual se parece mucho al alemán: cambiémoslo a una imitación del francés y todo estará arreglado.
Li-Huang-Po se puso a pensar, recordando su estadía en Berlín, las fiestas de los grandes dignatarios de la Corte de Potsdam le hicieran, la recepción del Kaiser y, sobre todo, los taeles que recibió de la sociedad con su general Fu-Shi-Po… Sería una ingratitud, pero pensó todavía un poco, y, por fin, de un de repente, dijo perentoriamente:
―Cambiemos el uniforme; ¡ya!
Afonso Henriques de Lima Barreto. Río de Janeiro (1881-1922). Abandonó sus estudios como ingeniero mecánico para convertirse en funcionario público del Ministerio de la Guerra; posteriormente comenzó a trabajar como periodista en numerosas publicaciones. En 1909 y 1911 salen a la luz sus principales novelas, Recordações do escrivão Isaías Caminha y Triste Fim de Policarpo Quaresma. En 1914 es internado por primera vez en el manicomio, en 1916 es hospitalizado para tratar su alcoholismo y en 1918, jubilado prematuramente del Servicio Público por invalidez. Muere en 1922 víctima de un infarto. Otras obras destacadas: O homem que sabia javanês (1911), Vida e morte de M. J. Gonzaga de Sá (1919), Clara dos Anjos (1922) y Os Bruzundangas (1923, póstuma).