Dramaturgia. Adrián Chaurán

El pintor y la materia.

Acto único

Habitación desordenada, cuadros con pinturas cubistas en el fondo. En Pintor contempla un lienzo en el centro de la escena, el lienzo está vacío. Al lado, una mesa con pinturas y pinceles. El Pintor ojea la mesa, levanta varios pinceles que luego deja en su lugar, abre una lata de pinturas, toma un pincel y dibuja una línea horizontal de color negro en el lienzo. Descontento el Pintor deja los instrumentos en la mesa, empieza a caminar.

Pintor: Es imposible, nada aquí existe. Otras veces me he levantado, he pintado un poco, un poco más, con menor grado de vacío y de ausencia, pero hoy es imposible, tan imposible. Creo que el lienzo, los colores, todo… han dejado de existir, se ha esfumado, no pueden mis manos sostenerlos, ¿es cómo atrapar mi vacío? (Pausa.) No puedo ni sentirme, no existo, me he esfumado, no existo. (Se dirige al lienzo, observa la línea, extiende su mano.) Es mi reflejo: no existo, no soy, no estoy, nunca. (Se aleja, se dirige al público.) La obra se conforma sola, como una ramificación de una inmensa pintura, tal vez ejecutada por un espíritu, desde el rupestre hasta mí, y me sobrevivirá. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué se precipita sobre mí tantas horas y tantas noches con sus lunas sangrientas y con sus olvidos? ¿Por qué es tan difícil pintar aquí? No puedo pensar nada que antes no exista. Adentro de mí crece la incertidumbre, como un pozo, crece la efímera inmensidad. Mi corazón quiere devorarlo todo, y es tan incapaz. Y esperar todo es no esperar, ¿y qué espero aquí? A nada, a nada, a ideas que no nacen, a musas que desaparecen, a ecos que se deshacen, a mi reflejo que me grita con toda la fuerza de la sangre: nada, nada eres.

Se apagan las luces, luego se encienden. El lienzo está pintado completamente de negro. El Pintor yace de rodillas, se levanta. Se dirige al lienzo, lo toca, la pintura está fresca. Mira sus manos, están limpias, se impresiona.

Pintor: Aún puedo pintar, aún existo, pero mis obras son sólo breves accesos a mis pesadillas, a mis sueños, sueños que a nadie puedo contar, que nadie puede escuchar, sueños, vida, vida de sueños, repleta, huerto eterno de falsas imágenes y de falsos dioses que me sueñan, y que yo sueño: soñé a Dios soñarme. ¿De qué estoy hecho? ¿Cuál es mi razón de ser o mi consistencia? Antes pintaba valles, océanos, inmensos bosques que podían salir y poblar está habitación de murmullos y de sonrisas, pero desde hace tanto, no lo sé. Desde hace tanto sólo puedo pintarme, mi rostro, mi pecho, mis brazos. (Se acerca nuevamente al lienzo.) Qué terrible es contemplarse, terrible es verme, tan frágil: todo mi arte está hecho de fragmentos de mi vida, qué vida, ¿cuál vida? No sé si puedo afirmar el haber vivido, todo mi tiempo ha fluido a los cuadros, para atraparme, para desdoblarme, para ser uno en el otro, y tan poco es. (Busca el color blanco, toma un pincel, dibuja una línea horizontal, separa el color negro en dos mitades.) Tan poco conozco a los otros, creo nunca conocí a nadie, creo que los otros son pobres actores en una triste obra, con su papel, con su lugar, con sus acciones que le dan sentido, que los justifican, tan poco los conozco, nunca los conocí. Nunca me conocí sino a través de los cuadros, ahora sólo me pinto, me pinto y soy tan lejano, soy tan lejano a pesar de todo, al triste pesar, un ser lejano. Siento que estás paredes me encierran, me ahogan, siento que este cuerpo me encierra y me ahoga.

Se apaga las luces, luego se encienden. El lienzo está vacío, sin pintura. Observa sus manos, están manchadas de color negro hasta los codos. Busca un trapo en la mesa, intenta limpiarse las manos, a penas lo logra, aún siguen manchadas.

Pintor: El silencio cubre el alma. (Se acerca precipitado al lienzo, lo agarra con fuerza y lo rompe.) El silencio me arropa. Afuera el cielo se inclina rojo, se inclina hasta tocar a los que mueren masticando salitre en las cloacas; se inclinan cuatro jinetes y la luna huye desde marzo. He destruido mi obra o su ausencia, obra que me comerá aún después de morir. Pero tantos años y siento que nada pinté, siento que es arena, que son cuadros de arena, que nada son, nada pinté. ¿Era el pintor? ¿Quién era o soy? ¿Cuál espejo me devuelve la mirada? Todo se reduce al tiempo, pero el tiempo de los dioses no es igual al de los hombres, nunca es igual no hay más tiempo. Mis manos, ahora las contemplo, desgarradas: jamás han procurado el amanecer. La única manera es ser un cuchillo, dulce, que abra en la piel un canal de esperanza, pero imposible. La obra es inconclusa, jamás, repito. (Recoge los pedazos del lienzo) Jamás, jamás. No puedo, su fin es mi fin o el final de cada hora. Jamás. Jamás. (Suelta los pedazos.) Estará pintado con mi sangre, con mi sangre, que grita, que grita, que grita.

Se apagan las luces, luego se encienden. No está el Pintor. En el centro del escenario únicamente está el lienzo, con un retrato del Pintor, en blanco y negro. Las luces disminuyen lentamente, se tornan rojas, se escuchan tres campanadas. Se apagan las luces.

Fin.

 

Adrián Chaurán (Lechería, Venezuela, 1999). Es autor de Ala dulce y Homicida (J. Bernavil, Venezuela, 2024). Recibió una Mención Honorifica en el III Concurso Internacional de Poesía J. Bernavil 2022; es ganador del IV Concurso Internacional de Poesía J. Bernavil 2023 y obtuvo la máxima distinción del Primer Concurso del Grupo Editorial Encontrarte. Ha sido publicado en diversas revistas.

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