Poesía. Ángel Jaquem

Nota: del poemario Delirios y quebrantos

 

MUERTE PARA VIOLONCHELO

Buitres de pico corvo entonan
el responso de mi entierro.
Negras azaleas cubren al muerto,
tras los párpados verdes estanques de plomo.
Rompe el crascitar una brisa de agujas y miedos,
sorda carcoma parasita el cuerpo.
De un viejo violonchelo brotan ínfulas de silvestre amapola,
níveo espasmo en el que tu oscuro rostro mora.
Ya no canta el gallo ni al amor ni a la aurora
sino al terror nocturno de la memoria.
En las cuencas profundas del olvido
fulgen tenebrosas misas,
el cisne ya no anhela bellas armonías,
solitario, abate el cuello sobre el perenne
tormento de la ametría.
De vana esperanza y niebla,
en la yerma umbría de mis sauces,
florece sin epitafio una lápida.
El fuego devora mis penas con hambre de vida,
mudo estertor de lira silenciado
por la lumbre en la que arden nuestras retinas.
En vuelo sombrío abandonan los buitres
el corrompido cuerpo de la nostalgia.
¡Nada quedará en pie de esta ni de ninguna
otra iglesia sobre el miedo erigida!

 

ISLA DE DESCOMPOSICIÓN

Reluce la seda lacia
bajo el canto de la lluvia
herida por la espina del rosal.

Lucero oscuro
mora en la telaraña
presa de un sinsentido mortal.

Mercurio y plomo,
siseo sordo,
quebranto de violín
que derrama su voz
irreal.

 

GÓLGOTA

Vine buscando
labios insomnes,
en olvido perpetuo
de besos sin recuerdo
me fui con recuerdos
sin nombre.

Enredado en mis delirios,
temiendo morir cuando
solo me acuesto,
abrazo vacíos
con firme deseo de
desvanecerme
en las tinieblas del hombre.

¡Intenten, si pueden,
detener a un ser inmortal
con el suicidio en la
conciencia!

Desnudo, aterido,
reconozco que me da
miedo la sangre,
la belleza,
el segundero,
su indolencia.

 

SIETE CÍRCULOS, NUEVE ARREBATOS Y DOCE INVIERNOS

Enfebrece la aurora, pálida luz de fósforo ligero. Coléricos espectros danzan su danza sin fin al compás de un vals errante que despliega las alas rotas de una mariposa sin vuelo. Lobos desquiciados saltan y aúllan, las cadenas tintinean sobre el cemento. Huérfano de tu sangre, sin ojos para recordarme, busco el crepitar de mi fuego bajo la húmeda tierra del cementerio, manto sombrío que cubre en silencio adelfas enterradas en el tiempo. Busco y hurgo en las heridas del mundo, contemplo el horror mundano, su decadencia, el vivir muerto de millones de adormideras. Duro es hallarse solo, en medio, a través de cuerpos sin nombre ni rostro, noche reducida a los monstruos. Una estatua domina majestuosa el centro de la ciudad cero y nace ensangrentada una pesadilla desnuda y violenta.

 

CLARO DE LUNA

Orquídea de cobre
envejece de abulia
en un áspero silenciar.

Bañado por fríos
reflejos de luna,
yace un pájaro
muerto en el
blanco delirio
de su mirar.

La lluvia resbala
por la pátina
de óxido de sus mejillas,
erosiona, gota a gota,
el rostro corroído
por la nieve
y la inquina.

Por sus quiebras,
ya se desliza
un llanto
metálico de lira.

Por sus vetas,
en sonetos alejandrinos,
ya suben setenta hormigas
para devorar ávidas
todas sus rimas.

 

CANCIONES DESDE EL MANICOMIO

Ávido morador
de labios noctívagos,
de besos quebrantados,
de bellos rosales
que sangran manos,
se ha formado
un tornado
en tu delirio,
la noche ha tornado
en el triste soliloquio
de un hombre trastornado.

 

EL ÚLTIMO HOMBRE

El mendigo ya no calma la sed
con sus lágrimas, arroja piedras al cielo
y del cielo caen ángeles con sangrientos
mantos de fiebre.

Seiscientas sesenta y cinco noches sin dormir,
cabalgando el vacío, su misterio,
vagando por sus barrocas catedrales,
navegando sus terribles mares.

El mendigo cae poco a poco
en sus propias grietas,
sin acabar nunca de caer del todo,
creyente de religiones muertas,
existencia pálida, exhausta, inerte.

Inconsciente de su febril otoño,
yace en la acera con un hilo de cerveza
colgando en sus labios ebrios de anestesia,
postrer sorbo de la muerte.

Más allá de sus ropas sucias y ajadas,
más allá del olvido, más allá del recuerdo,
más allá del silencio, más allá del cuerpo,
su mirada se marchita cómo solo se marchita,
con primor, la flor de los claveles.

Toda la vasta noche cabe en un lamento,
¿cuánto cuesta la vida de un arcángel?,
el mendigo se conmueve sordamente,
al alba morirá de gusano y duelo,
a siete centímetros del rio Lete.

 

Ángel Jaquem (Tánger, Marruecos, 1987) | Director de cine, poeta y gestor cultural. Nunca le interesaron las actividades propias de un niño. Con ocho años, sin saber muy bien que fuerza intangible le llevaba a hacerlo, escribía poemas cortos a sus compañeras de pupitre. A los doce años ya disfrutaba de los clásicos rusos, con una especial predilección por Nikolái Gógol y Fiódor Dostoyevski. Pasaba leyendo la mayor parte del tiempo, ejerciendo la vida contemplativa o yendo al cine, donde floreció su amor por el séptimo arte.
Cuando dejó atrás el colegio se matriculó en el Instituto del Cine de Madrid. Desde entonces ha dirigido cinco cortometrajes (Nívola, Ataxia, Amor mefistofélico, Recuérdame y Cartas Ciegas), los cuales han sido ampliamente premiados en el extranjero. Hoy día trabaja como director en series televisivas españolas y de plataformas digitales (La Promesa o Valle Salvaje).
En 2021 completó el “Máster en dirección y gestión de proyectos culturales” de La Fábrica. Como gestor cultural ha organizado festivales de cine en Madrid y México DF o eventos como Jazzbandismo (mezcla de jazz y poesía) y Librófagos anónimos (club de lectura para dar a conocer editoriales independientes y escritores desconocidos).
Como escritos ha publicado dos relatos (Maquíllate y Hoja marchita) en la revista La gran belleza. El pasado mes de septiembre publicó Delirios y quebrantos (Editorial Cuadranta, 2024), su primer poemario.

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